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LA CASA DE LA MAGIA

Summary:

A veces lo que todo el mundo necesita es seguir creyendo en la magia. O en el amor. Dos matrimonios que se tambalean, un pirata que le robará el corazón a una mujer y le devolverá la ilusión a ella y a su hija, una familia luchando por mantener el negocio familiar, un príncipe torpe y una princesa guerrera, una amazona, Afrodita y un héroe griego, los tres mosqueteros y el puesto de D'Artagnan que tendrá que volver a ser ocupado.
Y todo ello en uno de los parques de atracciones más famosos de todo Madrid.

Chapter 1: Capítulo 1. La primera visita.

Chapter Text

Todos los niños que visitaban La Casa de la Magia lo hacían con una sonrisa de oreja a oreja. Era la parte bonita del trabajo. Cuando se enfundaban sus trajes, sus disfraces y se metían en el papel de ensueño de todos esos pequeños seres humanos que iban a disfrutar de un día en familia. Montarse en las atracciones temáticas y con un poco de suerte, robarse la atención de algún príncipe, pirata, princesa o diosa. E irse del parque de atracciones con el brillo en los ojos.
Sergio creía en la magia, en el ilusionismo y habría sido uno de esos niños, estaba seguro. Por eso le gustaba su trabajo. El caos del día a día de una ciudad tan viva como era Madrid no era nada si podía llegar al parque y fingir que era ese pirata que sabía hacer trucos de magia para salirse siempre con la suya, el hombre divertido y sin vergüenza que le ponía las cosas del revés a todo el que osase cruzarse en su camino. Se quitó los cascos en cuanto se terminó de cambiar. La camisa blanca algo manchada, desabrochada, las joyas, los pantalones y las botas de cuero falso. Era un ritual. El cinturón, la daga de mentira, la brújula y sus papeles para el origami.

El pañuelo, y finalmente, el maquillaje. Sergio se maquillaba él solo, robándole el espejo con bombillas a Ágata cuando esta ya había terminado para poder hacerse la raya del ojo. Despacio, sin que le tiemble el pulso, muy consciente de como poco a poco su piel se tornaba en la de otro. Quizás se lo tomaba demasiado en serio.
Como cada día, al terminar y como muestra de agradecimiento, dejaba una pequeña pajarita sobre el estuche de maquillaje de la morena antes de desaparecer.
Casi todos sus compañeros estaban preparados para el primer paseo de la tarde. Un desfile a mitad de la misma, recorriendo todo el parque, algunos a caballo, otros con carrozas, haciendo cabriolas.
Marquina dejó el teléfono en la taquilla ignorando allí las llamadas de Andrés. Era probablemente el único al que se le tenía permitido pasar así del jefe. Porque además del jefe, Andrés era su hermano. Y tenía claro que no le llamaría para cosas de trabajo. Desde su taquilla, la bronca de la princesa valiente y el torpe príncipe se oía perfectamente.
Palabras que ningún niño debería escuchar, y que hacían todavía más reseñable la interpretación que en unos minutos iban a llevar a cabo. Sergio negó un poco con la cabeza. Silene y Aníbal cada día discutían más. Y no sería un problema si… si sus personajes no estuvieran tan enamorados.
Enamorados y hasta las trancas, tanto como para cometer una gran locura por amor, como era trepar una torre para caerse de culo. O como… para salirse de todos los esquemas y salvar ese mismo culo dolorido al chico que es capaz de hacer una tontería así.
A lo suyo, con la cabeza gacha y sus pensamientos en otra parte, solo el portazo de la morena consiguió sobresaltarlo.
─ Perdón.─murmuró Silene, pasando de largo por su lado, con el vestido ya puesto y tragándose las ganas de llorar.
Para Sergio todos esos detalles eran tan obvios. Después de tantos años, ellos dos habían sido los primeros añadidos a la plantilla. Así como era obvio que tras cinco segundos, esa puerta volvería a abrirse y un arrepentido Aníbal correría tras ella.
Esperaba que lo terminaran arreglando, por el bien de todos. Y que si rompían… lo hicieran con una madurez que no sabía si alguno podía achacarse.
Otro suspiro tenue brotó de los labios del pirata. Se dio a si mismo tres segundos. Los tres segundos para darse cuenta de que tenía la magia cosquilleando por su cuerpo. Que él, solamente él, era capaz de crear ilusión a niños que creían en lo que veían sus ojos. Que no eran desconfiados y que elegían creer porque les hacía felices.
Con paso firme, dejando que el tacón de sus botas marcase el ritmo de su corazón, el hombre se sumó al ya creciente murmullo antes de la función. Las carrozas con los pequeños pitidos para avisar de su paso y que nadie quedase atrapado por un lado, los bailarines en grupitos ya caracterizados de sus personajes charlando. El príncipe torpe y la princesa valiente, besándose en una esquina. De reconciliación, suponía él.
Los tres mosqueteros al fondo, dos de ellos muy alegres, riéndose seguramente del tercero o del cuarto. Matías siempre llegaba tarde y con las calzas a medio subir. Era el más joven, el que también interpretaba a D’Artagnan. No solía acercarse a los que consideraba amigos de su hermano. Eran muy poco de su gusto y ante la ausencia del benjamín del grupo, seguramente Sergio se convertiría en el blanco de las burlas de Santiago y Martín, amigos de toda la vida de su hermano. Se creían con el puesto asegurado porque probablemente así fuera, y con la potestad de hacer prácticamente lo que fuera mientras luego cumplieran con su cometido en el parque.

De los pensamientos y las malas miradas que sin percatarse Sergio estaba lanzando a los Cormorants lo rescató Ágata. Ágata ya subida sobre su preciosa yegua oscura, de un negro tizón.
─ Sergio, espabila que te me has quedao’ to’ colgao.─le dijo ella, desde su privilegiada altura a lomos del animal.
Sergio alzó la cabeza para poder corresponder al contacto visual, ignorando el traje ajeno y el suyo al que ya estaba acostumbrado. Dejó una caricia con su mano derecha sobre el cuello de la mansa yegua, y exhaló antes de hablar.
─ ¿Hay mucha gente?─respondió con una pregunta, a sabiendas de que la gitana siempre se asomaba desde los establos a los que nadie prestaba atención. Nadie salvo el mejor amigo de la mujer, Mirko, quien trabajaba allí.
─ Pues una poquica, pero no te angusties. Si esto está chupado.─lo tranquilizó, sin perder la sonrisa y acomodándose un poco en su montura.
Sergio sabía montar, también, pero por razones profesionales no le tocaba y la verdad, no le importaría.
─ Un día te voy a robar a esta preciosidad.─murmuró él, fijándose de nuevo en la brillante piel del animal, en su pelaje.
─ Lo que deberían hacer sería dejar de utilizar animales en este tipo de espectáculos, ¿sabes? Porque quedarán muy bonitos y estarán bien cuidados pero este sitio, pos este sitio no es su sitio.─respondió la morena, casi reprendiendo, no solo a Sergio, sino sobre todo al encargado del sitio, su hermano, con el que nunca se había terminado de llevar demasiado bien.
Sergio esbozó una sonrisa, apartándose un poco.
─ Tienes razón…─aceptó, con un susurro.
Le gustaba eso de Ágata, el carácter que era el mismo que a él lo acobardaba un poco.
La morena en seguida se dio cuenta de que había ahuyentado un poco al hombre de gafas, rasgo característico del actor, pese a que no las portase entonces. Acariciando la crin del animal, chasqueó la lengua.
─ Anda, perdona. ─se disculpó Ágata, inmediatamente, y le señaló su carroza. El barco estaba en posición, y no podía zarpar sin él.
Sergio asintió otra vez, y se encaminó, saludando a unos cuantos trabajadores que se cruzó con leves gestos de cabeza o alguna palabra suelta. Se encaramó a la proa, accediendo por una de las escaleras internas y comprobando que lo tenían todo. La música se detuvo seguida de la presentación y dando pie a que la comparsa comenzase su ruta.
El desfile había comenzado.
Paula, agarrada a la mano de Alberto, se había hecho hueco en primera fila, muerta de emoción pese a la poca energía que traía su padre. La idea le encantaba, el parque de atracciones era de los sitios favoritos de la niña. Y salir de casa, donde cada vez había un ambiente más raro, todavía era mejor.
Allí, en La Casa de la Magia, Paula se sentía de verdad una princesa, una guerrera o una pirata. Podía ser cualquier cosa que se propusiere. Allí, Paula se sentía fuerte, capaz y feliz.
─¡Mira! ¡MIRA, PAPÁ! esa es la princesa Tokio.─señaló la pequeña, tirando de la mano de su padre que respondía unos chats nada apropiados ni para él, como hombre casado, ni para el espectáculo infantil que se estaba desarrollando ante él.
Silene iba posando con gracia, mientras Anibal saludaba, se frotaba la nuca con timidez, dejaba algún que otro besito en la mejilla de su compañera.
Cuando pasaron por el lado de Paula, ella no fue la afortunada de obtener su mirada. Un saludo, un guiño de ojo.
─LOS TRES MOSQUETEROS, PAPÁ, Y D’ARTAGNAN.─Paula terminó soltando la mano de su padre, sobre todo cuando Matías, haciendo algo más el ganso, más activo, iba dando vueltas, corriendo, robándole el sombrero a Santiago, que lo encorrió un poco, sujetando la espada falsa para no tropezarse. Matías aprovechó que tenía la atenta mirada de todos los niños presentes, que se reían, para escudarse y dejar el sombrero sobre la cabeza de la niña.
Paula dio un respingo, consiguiendo que Alberto prestase algo de atención ante la cercanía. Matías salió huyendo, y la enorme figura del hombre, de Santiago, frente a la pequeña Paula, con la respiración acelerada y la cara roja, consiguió que pese a la reverencia tras recuperar el sombrero de la cabeza de la niña, Paula se cagase de miedo.
A todos nos habría pasado lo mismo, ya os lo digo yo. Y más… a sabiendas de que con diez años, todo se ve mucho más grande, alto y peligroso que cuando uno alcanza la edad adulta.
Alberto apartó a Paula de un tirón, que le reprendiera por haberse acercado demasiado, echándole en cara de que, si por casualidad, algo de la carroza se hubiera desprendido podría haberle dado, y la niña rompió a llorar.
Alberto chasqueó la lengua, cansado y bastante irritado con haber conseguido que su hija se pusiera a llorar de esa manera. Bloqueó el teléfono tras enviar un último mensaje y le limpió las lágrimas mientras volvía a ponerla en la primera línea, localizando al tipo que le había colocado el sombrero a su hija, al que consideraba culpable de que la pobre Paula hubiera terminado de esa manera.
Paula no podía dejar de llorar, todavía asustada y confundida, mirando un desfile que no le hacía tanta ilusión ya y que, además, no comprendía bien por qué su padre estaba últimamente tan enfadado siempre. ¿Ya no las quería? ¿Se había cansado de querer a mamá y a ella?
El barco pirata de Sergio apareció, entonces, con el protagonista sonriendo bien agarrado a una de las cuerdas que sujetaban aquella enorme vela. A Paula, las historias de piratas en realidad no le habían gustado mucho nunca. Pero cuando vio al hombre bajar de un salto de su barco, lanzando una pajarita de papel roja que consiguió que volase hacia delante, Sergio ya se había llevado consigo la atención de la niña.
Y la niña, la de Sergio. Al caer con una graciosa voltereta y unos aspavientos exagerados a consciencia, los ojos del pirata terminaron sobre las mejillas húmedas de la niña de la margen derecha.
Se echó una mano a la bolsa con el “oro” que no eran más que monedas de chocolate con la marca del parque, y empezó a jugar con ellas, a lanzar a unos cuantos niños algunos pequeños saquetes.
La risa brotó de los labios de muchos de ellos, y casi todos querían recibir una al pasearse él cercar de los límites marcados por las líneas, extendiendo sus bracitos con las dos manos en forma de cuenco.
Pero ella no. Paula reía con las muecas, las piruetas, muy atenta a aquel hombre tan extraño y que portaba un anillo reluciente en la mano derecha.

Sergio frenó sus piruetas, movimientos y fingidas exclamaciones al hacer, esta vez a propósito, contacto visual con la menor. Se acercó rápidamente, con pasitos pequeños, encogido, agachándose hasta estar casi a su altura, y le dejó un toquecito en la nariz, con el dedo índice.

─ Hoy la ladrona has sido tu, ¿eh?─le murmuró, llevando su diestra tras la orejita de la niña y, con un pequeño truco de ilusionismo, mostró una moneda de oro de chocolate que se suponía, había salido de su oreja.
Se la tendió, devolviendo la enorme sonrisa que le dedicó Paula, mirando de reojo a su padre que pasaba del tema. Sergio se la puso en la manita, mucho más contento con esa sonrisa y el nuevo brillo de sus ojos y se llevó el índice de la mano izquierda a sus labios, para pedirle silencio.

La pequeña Vicuña asintió con la cabeza, sin dejar de mirarle, y guardó bien la moneda, siendo esta el mayor de sus tesoros, mientras observaba a aquel hombre volver a alejarse hacia el otro lado, haciendo esas cosas con los papeles, dándoles forma mientras saltaba, se subía al barco, jugaba con el oro y se alejaba poco a poco en la distancia.

Chapter 2: La moneda, Alicia Sierra y la denuncia.

Chapter Text

Pasa que, cuando eres una niña de diez años, tu mundo no es igual al de los adultos que te rodean. Tu no te tienes que preocupar de facturas, hipotecas, horarios de trabajo, y todavía los besos en la boca que salen por la tele te dan un poco de asco.
Y sí, todavía te apetece creer en príncipes y princesas, y que tus padres te lean cuentos de vez en cuando. Ir al parque de atracciones es lo más y cuando uno de esos personajes mágicos de los que hablan los cuentos te dedica esa atención y te hace un regalo, ese regalo pasa a ser lo más importante del mundo mundial.
Así que Paula llegó a casa aferrada a esa moneda de chocolate y cuando su padre le insistió en que se la comiera, ella se negó fervientemente.
Entraron padre e hija discutiendo por la puerta.
Raquel había llegado agotada de la comisaría, con muchas ganas de darse un baño relajante y poder, por fin, dedicarle algo de tiempo a su pequeña esa semana. Por eso cuando Alberto le respondió que se la había levado al parque de atracciones, a Raquel le sentó como una patada en el culo.
No habían hablado nada de ello al respecto y para ella, hacer esos planes sin consultárselo era una verdadera ofensa a su unidad como familia, para su trabajo y sus esfuerzos por remar en la misma dirección que su marido, al que cada vez sentía más lejos. Del amor, del verdadero enamoramiento que había surgido entre los dos tan apenas quedaba una gota de aprecio. Pero aun así Raquel cedió. Tragó el escozor de su garganta con una copa de vino mientras se bañaba y esperó a su familia con la cena hecha.
Paula tendría hambre, estaba segura, y quizás Alberto se tomase eso como una ofrenda de paz. Aunque las tortillas no habían quedado demasiado parecidas a la receta de internet.
─ ¡¡Te he dicho que no quiero!!─escuchó la inspectora, mientras se asomaba al pasillo para ver qué ocurría. La cara de su marido era un poema de absoluto cansancio.
─¿qué pasa?─preguntó, mientras abría un poco los brazos para recibir a su hija entre ellos. Alberto negó con la cabeza mientras señalaba a Paula con un gesto cansado de su brazo.
─Nada, tu hija, que se ha encaprichado de una moneda de chocolate del parque y la va a terminar derritiendo.─replicó él, mientras se quitaba la chaqueta y la dejaba en la entrada.
Raquel frunció el ceño un segundo pero se agachó hasta la altura de su hija para desabrocharle el abrigo.
─¿te lo has pasado bien, cariño? Mamá ha hecho la cena, seguro que tienes hambre.─murmuró la mujer, mientras desabrochaba y retiraba el abrigo, dejando que fuera Paula la que le contase qué pasaba.
Alberto las rebasó a las dos para dirigirse a la cocina, y tras lavarse las manos, fue a sentarse a la mesa sin decir nada.
El cansancio volvió a pesar sobre los hombros de Raquel al tener que enfrentarse a una cena en completo silencio, cargada de un ambiente de desencuentro ya no solo entre ella y su marido, sino también con la niña.
Raquel se había fijado en la mencionada moneda y en que Paula prácticamente no la soltaba, ni siquiera en la mesa. En cuanto la niña terminó su yogurt, se bajó de un salto de la mesa, retiró su plato y su vaso y dijo que se iba a su cuarto, sin mirar a ninguno de los dos.
Y ella no quería quedarse a solas con Alberto ni por todas las monedas del mundo.
─ ¿Se la vas a quitar tu, o qué?─espetó él en cuanto los pasitos de la niña se dejaron de escuchar.
Raquel levantó la cabeza de su plato prácticamente vacío, para mirarlo a él, afrontar la decisión.
─ Bueno… déjala que se aburra y─
─ Claro, así siempre me dejas a mi del malo. Pues que sepas que no te va a funcionar, que me quiere más a mi.─la brusquedad del tono, la crueldad de sus palabras, la manera en la que la voz de Alberto la interrumpía y se imponía por el salón provocaron escalofríos en la inspectora.
Raquel todavía recordaba como habían terminado la última vez y que esa noche no quería darle el gusto de verla temblar, o sus reacciones instintivas ante el peligro.

Recogió su plato y su vaso también, y le echó una última mirada antes de dirigirse a la cocina.
─ Ahora voy.─murmuró, con voz queda.
Raquel sabía bastante bien que estaba huyendo de la escena. Que más que evitar un conflicto estaba retrasándolo pero en esos instantes solo tenía ganas de escapar. Otra vez. Porque en su cabeza una alarma que estaba silenciando ella misma seguía sonando, insaciable e incansable.
Y solo se callaba cuando, como en ese momento, ella habría la puerta del cuarto de su hija, y se la encontraba con esa sonrisita tan inocente, mostrando sus dientes inclusive. Se había puesto ya el pijama.
La mujer saludó con un pequeño “hola” al que la niña respondió, y se acercó hasta su cama, para abrir la misma.
─ Entonces… ¿te lo has pasado bien?─preguntó.
Paula alzó los ojos para asentir con la cabeza.
─Me he montado en un montón de cosas, hasta en el saltamontes que bota mucho, con papá dos veces.─empezó la niña. Raquel dibujó una sonrisa muy suave, consciente de que la niña verdaderamente había disfrutado de esa atracción que siempre le había vuelto loca.
─ Aunque te he echado mucho de menos.─murmuró Paula, al instante, recostándose sobre el regazo de su madre.
─ Y yo a ti, mi amor, pero papá ha salido antes de trabajar y así podíais ir los dos.─le justificó Murillo, mientras dejaba unas caricias sobre la mejilla de la niña, que todavía miraba la moneda que hacía girar entre sus manos.
─ Tenemos que volver los tres, mamá.─dijo Paula, como toda respuesta, elevando la vista hasta el rostro de su madre unos segundos.
─ Pues sí… claro, un día de estos.─comenzó Raquel, sin querer hacer demasiadas promesas. Lo último que le apetecía en realidad era pasarse un día entero fuera de casa, a sabiendas de todas las disputas que podría acarrearle con Alberto y encima, delante de Paula.
─ No, un día no.─reprochó y la cortó la menor, que se levantó y sentó con las piernas cruzadas sobre la colcha de la cama. El tono de seriedad de la niña menguó un poquito.
─ Tenemos que ir pronto, para que el pirata te saque una sonrisa y te regale una moneda a ti también, mamá.─dijo Paula, consiguiendo que a Raquel se le encogiera el corazón al instante.
─ . . . ¿qué pirata, cariño?─preguntó Raquel, con la voz temblorosa y tratando de afianzar la misma al empezar a ser consciente de que ni ella era tan buena mintiendo ni su hija tan poco perspicaz como para no darse cuenta.
─ Me la ha sacado de detrás de la oreja.─explicó Paula, mientras dejaba la moneda en la palma de la mano de su madre, mirándola entonces.
─ Porque me ha visto triste, mami, porque los mosqueteros me habían dado un susto y papá se había enfadado con el grandote, pero pero entonces saltó de su barco y me dio una moneda que estaba en mi oreja y seguro que te la puede sacar a ti también para que estes más contenta.─soltó la niña, mientras Raquel sentía su sonrisa y su amor por su hija crecer en su pecho a cada palabra.
Paula se había dado cuenta de que las cosas no estaban bien y quería que llevarse a su mami al sitio donde al parecer, a ella le habían quitado el miedo.
Y Raquel no tenía ni idea de quién era ese pirata, pero le debía la vida por no dejar a su niña asustada. En el fondo… ella también necesitaba que alguien le quitase el miedo.
Cogió a su hija en brazos, acercándola a su regazo para abrazarla mejor y dejar varios besos por su mejilla, calmándose más a si misma que a la niña.
─ Bueno… pues, hasta que podamos ir, no sé, ¿el sábado? Por qué no me dejas que guarde tu moneda en la nevera, para que no se estropee.─murmuró, acariciando la suave melena de Paula, que se había acurrucado y que se tumbó con su madre en aquella camita, bien pegada a la protección que le brindaba su cuerpo.
─ Vale… pero vamos el sábado, promételo.─pidió, mientras buscaba la mano de su madre para dejar la moneda sobre ella.
─ Te lo prometo.─susurró Raquel de vuelta, dejando un beso en la frente de su hija. E iba a cumplir esa promesa.
Se lo debía a Paula y se debía a si misma el poder pasar algo de tiempo con ella, costase lo que le fuera a costar.

 

─¿No te lo coge, cariño?─la voz de Tatiana irrumpió el pequeño paseo que Andrés daba por el despacho del parque, dejando el teléfono sobre la mesa mientras se giraba con el gesto serio y miraba a la que era entonces su esposa.
Tatiana había dejado de ejercer en trabajos importantes en su bufete para centrarse más en su marido, en ayudarle con la gestión del parque, buscar distintos patrocinadores, dedicarse a dejarse ver entre las galas, ganar respeto.
La pareja, en conjunto, no tenía nada que envidiar a empresas a priori más serias que un parque de atracciones, pero eso todavía tenían que demostrarlo.
Las delicadas y suaves manos de la pelirroja acariciaron el pecho y los hombros de su esposo, mientras este bufaba un poco, respirando con fuerza por su nariz.
─No, mi vida.─respondió Andrés, de nuevo bajo los efectos casi hipnóticos de la imagen que le proporcionaba Tatiana, directamente hacia sus sentidos para cautivarlo.
A él le agradaba la idea de que una mujer tan bella, joven, inteligente e interesante como Tatiana estuviera tan profundamente enamorado de él como lo estaba él de ella. Que no se relajase, que lo cuidara y conquistara a diario como él hacía.
Que fueran de verdad una pareja, un tándem, un mismo ser que hacía frente a todo en común.
─ Bueno… ya sabes que tu hermano es un poco especialito con esto del teléfono.─le respondió ella, girando un poquito para, tras capturar sus labios con delicadeza y lentitud, ir hacia su espalda.
Allí comenzó un pequeño masaje que hizo al mayor de los hermanos soltar un gemido de puro gozo, cerrando los ojos y estirando un tanto el cuello, dejándole mejor acceso.
─ Y que siempre se va el último y llega el primero… todavía lo cogerías en el vestuario, estoy segura.─murmuró, casi tras el oído del hombre, que abrió los ojos poco a poco. Pensando, con la mente más despejada, menos turbada por su propio cabreo, de Fonollosa terminó liberándose del agarre gentil de su esposa, para girar, coger sus manos y besarlas repetidas veces.
─ Ve a casa… ¿umh? No tardaré mucho, espérame despierta y pensaremos en cómo afrontar esto juntos─le indicó él, recibiendo de la abogada el beso que sabía que iba a darle.
Empezaban a conocerse bien. Lo suficiente como para que Andrés se sintiera en esa etapa del matrimonio que pocas veces había alcanzado y superado con éxito con anterioridad. La rutina, la monotonía.
A ellos eso no iba a matarlos, no. No lo permitiría.
Tatiana se separó, cogiendo su abrigo de piel y poniéndoselo con ayuda de su esposo, tan atento y cuidadoso.
─ Todo un caballero…─murmuró ella, escapando de la mirada oscura del gallego mientras se iba por la puerta del despacho.
Andrés solo se tomó unos minutos en soledad. Lo suficiente para poder tomarse un vaso de whisky y salir directamente hacia los vestuarios que esperaba, estuvieran ya completamente vacíos salvo por él.
No había que ser un lince para darse cuenta de aquel detalle. Sergio se estaba desmaquillando, después de haberse cambiado con su ropa normal y corriente, peinado de nuevo a su manera.
Las gafas descansaban en el tocador mientras él se retiraba poco a poco el maquillaje de los ojos, con un poco de música de fondo, un poco de jazz.
Nadie le impedía ni decía nada por quedarse el último, así que cuando Sergio escuchó los pasos firmes acercándose hacia su lugar, no se molestó en dejar de desmaquillarse. Cuando los pasos cesaron, y mientras el algodón se llevaba consigo la pintura negra, él saludo.
─ Buenas noches, Andrés.─
─ . . . Buenas noches. ¿se te ha comido el teléfono los tiburones, hermanito?─respondió Andrés, siempre con la educación y los buenos modales por delante, pese a todo.
El trajeado hombre se acercó a su hermano, observándolo más directamente y apareciendo en el reflejo del espejo.
Sergio sentado, mirándolo a través del cristal.
A su espalda, Andrés parecía más imponente de lo que ya era, con la iluminación que le daba un aspecto un tanto tétrico. Sergio se enderezó un poco, dejando los algodones usados en la papelera casi sin mirar.
─ No. Pero estaba a punto de salir y no creo que sea lo suficientemente importante.─respondió él, ante el apunte irónico.
La realidad es que la presencia de su hermano en los estratos inferiores del sistema que conformaba el parque ya era bastante indicativo de que sí, por lo menos era suficientemente importante.
Las cejas del mayor de los hermanos se arquearon de manera drástica, mientras su labio inferior sobresalía claramente en un puchero.
─ Pues tu me dirás…─comenzó Andrés, dejando unas palmaditas en el hombro de su hermano.
─… ¿Es suficientemente importante el hecho de que el Estado nos quiera cerrar el parque?─
─¿qué?─replicó en seguida Sergio, girándose sobre su taburete para quedar por fin cara a cara, sin espejos ni reflejos de por medio. Se puso las gafas de inmediato, sin darle tiempo casi a responder.
─¿cómo que quieren cerrar el parque?─insistió Sergio, poniéndose de pie, anulando buena parte de la distancia entre ambos.
─ Como que quieren cerrar el parque, Sergio. Por el incidente de aquel crío que estuvo a punto de meterse debajo de una de las atracciones.─respondió con mala gana Andrés, gesticulando con la mano derecha y el mal humor recorriendo las facciones de su rostro.
Sergio negó con la cabeza, empezando a caminar sin rumbo por la habitación, mientras su mente maquinaba algo.
Recordaba bien el accidente, Daniel Ramos se había tenido que meter para agarrarlo de pie y tirar de él para que así ninguna vagoneta o cable alguno pudiera causar un mal mayor. Habían estado muy cerca.
─ La madre ha interpuesto una denuncia y la fiscalía quiere además de cerrar el parque, imputarme.─añadió Andrés, quieto en su sitio, mientras seguía a su hermano por la instancia.
El niño estaba perfectamente pero eso había sido cuestión de suerte.
─No, no, no. No pueden cerrar el parque. No pueden, este es el legado de papá. ¿qué ha dicho Tatiana? ─preguntó Sergio, parando para mirar a su hermano a los ojos, tras caer en que, además de ser una arrogante y una creída, su cuñada era abogada.
─Que puede librarme de la cárcel pero que estamos jodidos. La abogada de la otra parte es Alicia Sierra. ─
La falta de preocupación de su hermano solo hacía más que acrecentar la de Sergio. No necesitaba decirle quién era Alicia Sierra. La fama de la abogada que llevaba una carrera meteórica dentro del sistema de justicia a base de cerrar grandes casos era de sobra conocida por el madrileño medio, al menos el que se molestaba en leer el periódico.
Y desde ese momento, a Sergio Marquina la mujer que ya de primeras nunca le había caído en demasiada gracia, terminó de cruzarse en su mente.
Nadie, absolutamente nadie tenía la potestad para amenazar con cerrar lo único que conservarían de su padre. Lo que le había costado a Jesús, sudor, sangre y esfuerzo.
─¿Y se puede saber por qué estás tan tranquilo?─preguntó Sergio, con cierta molestia en su voz y un rostro de verdadero estupor ante la actitud ajena.
Andrés dejó escapar una velada carcajada, mostrando una sonrisa ladeada y una actitud un tanto chulesca.
─ Porque sé donde va a cenar cada miércoles, de manera rigurosa, a la misma hora.─respondió con soberbia el empresario.
El rostro del menor de los hermanos se transformó del verdadero estrés a una mueca de total desconcierto.
─ No…─murmuró, mientras lo miraba con seriedad, al comprender lo que Andrés estaba pensando hacer.
─ Oh, sí… ─respondió ampliando su sonrisa Andrés de Fonollosa, mostrándole a su hermano prácticamente todos sus blancos dientes.

Chapter 3: Otra vez el pirata.

Chapter Text

Sábado por la mañana. Bien temprano, a eso de las nueve, Raquel ya había montado a Paula en el coche. Casi como si la llevase al colegio, en un horario parecido, y sin embargo esa mañana la niña apenas había puesto resistencia a salir de entre las sábanas.
Alberto, por supuesto, se había negado a volver en un plazo de tiempo tan corto y a parte de un “la estás convirtiendo en una caprichosa, como tú” apenas dijo nada más. Seguramente se fuera al laboratorio de la comisaría, a seguir con el caso que tenía abierto. Y sí. Raquel había dejado eso correr de la misma manera que no se iba a poner a bajar la ventanilla para gritarle lo cabronazo que era a ese capullo que le había adelantado por la derecha.
Llegar al parque y tener un día agradable con su hija era lo único que quería y que necesitaba. Sin más problemas. Sin pensar más.
La ilusión, la sonrisa de su hija bien valía todo lo que tuviera que tragar ella.
El parking, al ser primera hora, estaba prácticamente vacío, a pesar de que ya había gente dirigiéndose hacia la entrada.
─ ¿Estás nerviosa?─le preguntó Paulita. Raquel alzó la cabeza un poco para mirar por el espejo retrovisor a su hija.
Su sonrisa creció en el rostro de la inspectora de policía, que negó con la testa de manera delicada, mientras se centraba en dejar bien metido el coche entre las líneas que indicaban la plaza.
─ Para nada. Tengo muchas ganas. ¿y tu?─le respondió Raquel.
Paula negó mostrando su sonrisilla dentada, con esas paletas que sobresalían un poquito y que conseguían que la mayor se derritiera de amor por ella.
─ ¿Podremos comer los macarrones con mucho queso?─volvió a preguntar la menor, mientras Raquel echaba el freno de mano y se desabrochaba el cinturón.
─ Me parece un plan perfecto.─porque sí, hasta a ella le apetecía un buen plato de pasta de vez en cuando. Aunque fueran a cobrarle de más, por ser el parque. Le daba igual, hoy tenía que ser un día perfecto.
Bien tenía que valer la pena para lo que iba a recibir las siguientes semanas.
Por más que Alberto no hubiera opuesto una resistencia real, y mucho menos delante de la niña, Raquel sabía que no había acabado. Desabrochó a Paula y le dio la mano en cuanto bajó del coche.
Compraron las entradas en la taquilla, donde les pusieron la pulserita en la muñeca para que pudieran pasar a todo tipo de espectáculos y subirse a las atracciones todas las veces que quisieran.
Una vez dentro del parque, Paula tomó las riendas. Ella decía a donde iban primero, podía ir suelta sin darle la mano a su madre e incluso correr un poquito. El tiovivo, la pequeña noria con aquel Dalí tan extraño en su centro.
Raquel se dejó hacer, se relajó con el hilo musical constante, con las risas de su hija y las de los otros niños. Disfrutó de las vistas, de los autos de choque, de las tacitas que giraban y que tanta gracia le hacían a Paula desde que era una enana.
─ Anda, mira.─llamó la atención de la menor, señalando un pequeño cartel.
Paula se acercó para apreciar mejor lo que ponía, y leyó en voz alta para las dos.
─ “Afrodita acaba de llegar a La Casa de La Magia, ¿vas a perder tu oportunidad de verla en directo?”─Raquel observó el rostro de la mujer, rubia y de unos bucles perfectos y una mirada algo dulce pese a su gesto.
Y después, encontró la mirada de su hija, que se colgó en seguida de su brazo.
─¿¡PODEMOS, PODEMOS?!─exclamó Paula emocionada.
Raquel rio un poco y le dio la mano mejor, en realidad encantada con poder hacerlo, eso, simplemente caminar a su lado, disfrutar de lo que a ella le gustaba.
─ Claro que podemos, venga. Empieza en diez minutos, vamos a coger sitio.
Madre e hija llegaron hasta ese pequeño teatro montado al estilo griego, y cogieron un buen asiento mientras el pequeño graderío se iba llenando. Debía ser la novedad, porque pese a las horas que eran el espectáculo estaba lleno.
Y al otro lado del escenario, ataviada con un bonito vestido de telas suaves en tonalidades marfil y rosa palo, Mónica Gaztambide temblaba un poco en el que era su segunda actuación en su nuevo trabajo.
Interpretar a Afrodita le había parecido una buena oportunidad, sobre todo dado el sueldo que le pagarían y que por fin no era un anuncio de cereales en el que tenía que enseñar el culo.
Cantar siempre había sido una de sus pasiones, justo después de la actuación y aun así… la timidez le había causado algún que otro conflicto. Pero esa era su nueva vida. Una en la que solo mandaba ella. Y necesitaba hacerlo bien, conservar su nuevo puesto que además le gustaba.
Así que al salir el escenario, dejó a la tímida y algo insegura Mónica Gaztambide detrás, y dejó a Afrodita tomar las riendas. Cantar, actuar, mirar a los ojos de los niños y que ellos vieran a esa diosa.
Y no solo los ojos de los niños lo creyeron.
Daniel y Aníbal se colaron entre bambalinas. Habían llegado entre risas, ya cada uno vestido de sus distintos personajes. Un héroe griego y un príncipe observando a la nueva sin que se diera cuenta.
A los dos les había parecido muy buena candidata para el puesto. Era guapa y con esa manera de vestirla y maquillarla, el comentario de Daniel, aferrado al hombro de Aníbal, sería compartido por muchos de los presentes en el público.
─Fuah, vaya Diosa, hermano.─murmuró el de rizos más oscuros, siguiendo a la grácil figura mientras Aníbal reía entre dientes, intercambiando la mirada entre ella y su amigo.
─ Pero cierra la boca, que te entran moscas.─le respondió, con cierta maldad.
El golpe en el hombro del mayor al más joven de los dos amigos fue acompañado de un gesto de la mano de este.
─ Me vas a decir, eh, ¿me vas a decir que no canta como los putos dioses o qué? A ver, eh.─le dijo Daniel.
Porque sí. La voz de Mónica llenaba perfectamente el espacio, y con aquellos pasos, el conjunto del espectáculo rezumaba una belleza y una pizca de magia, como todo en aquel parque. Atrapaba las miradas, el tiempo pasaba rápido a su lado. Así era cada vez que se disfrutaba de algo.
El silencio se instaló también mientras ella actuaba entre los dos hombres.
─ Hombre…─susurró Aníbal, ladeando ligeramente la cabeza para mantener le tono bajo y la complicidad.
─. . . La verdad es que lo hace muy bien, la chica. ¿Sabes cómo se llama?─preguntó el príncipe.
─ Mónica.─pronunció Daniel, con un gesto de cabeza. Le llenaba la boca solo de decirlo en voz alta. Intercambiaron una mirada cómplice, terminando allí la conversación. Era normal que se sintieran un poco atrapados.
Casi súbditos de esa mujer mientras se movía con esa soltura, mientras derrochaba talento.
A fin de cuentas, no era sino la diosa del amor, la belleza y la sensualidad.
Igual de natural era que Paula quisiera ser Afrodita. Casi quería serlo hasta Raquel. Le había gustado más de lo que había esperado al principio la actuación de aquella mujer. Y acompañó a la saltarina Paula a seguir montándose en todas las atracciones que eligiera.
Pararon en la tienda, y Raquel tuvo que frenar a la niña, prometiéndole que irían antes de irse, por si acaso. A fin de cuentas, todavía no habían visto todos los espectáculos. Ni a todas las zonas del parque, ni a todos los personajes.
Continuaron su recorrido tras parar a orientarse en el mapa del parque, que a la inspectora le costó descifrar.
Una de las princesas favoritas de las películas de Paula actuaba entonces. Silene Oliveira llevaba ya su disfraz, el maquillaje discreto y el cabello atado en una cola de caballo con graciosas ondas en sus mechones. Con las botas oscuras y militares en las manos, se dirigió hacia la parte trasera de la torre para subir a la misma.
El telón era lo único que los separaba entonces a Aníbal y a ella del público. Desde lo alto de la torre, la morena escuchó el llamado.
─ Eh, Silene.─dijo un Aníbal que ya miraba hacia arriba, con el traje que le hacía lucir como un verdadero príncipe de cuento. Los rizos se le escapaban desparramados entre la corona de oro en su cabeza. Ella se asomó, encontrando el rostro joven y amable mirándola con ojos brillantes.
─ ¿Qué?─respondió ella, controlando su sonrisa.
─ Mucha mierda. Que la pierna ya me la rompo yo.─le dijo él, ampliando su sonrisa y guiñándole un ojo.
“Señoras y señores, niños y niñas, tomen asiento de manera ordenada. El espectáculo está a punto de comenzar. No coman, no utilicen flash en sus fotografías y no graben en vídeo el espectáculo.”
Ambos se retiraron con la complicidad bailando sobre sus sonrisas, y ya en las posición inicial, se sumergieron del todo en sus personajes.
El espectáculo, desde luego, llamó la atención de Raquel aunque menos que el de la mujer de antes. Esta vez, el cuento empezaba como siempre. Con un apuesto y valeroso príncipe que recorría grandes distancias para salvar a su princesa del aburrimiento de un encierro permanente.
Tenía que, cómo no, rescatarla de la torre.
Pero ante la falta de comunicación, el envalentonado príncipe empezaba una ascensión imposible y caía de culo. Y era ella quién, con un poco de astucia, se calzaba las botas de su guardia, al que había dejado inconsciente con una sartén, y bajaba con más cuidado para salvar y socorrer al príncipe.
Era una bonita historia de amor, pero sacada de contexto, donde se mostraba las locuras que se hacían por amor, las consecuencias que podían llegar a tener y cómo ellas no siempre necesitaban ser rescatada. Cómo a veces ellos también necesitaban ayuda.
Y Raquel comprendió por qué ahora las niñas más mayores del colegio estaban poniendo de moda aquellas botas tan poco usuales.
Acompañó a su hija hasta la cantina del sheriff, un lugar donde se servía la comida y que se había adaptado por supuesto con distintas temáticas del parque para ofrecer prácticamente todo tipo de comida.
Raquel y Paula fueron juntas hacia la zona de los macarrones con queso extragrandes que compartieron, y alargaron un poco la sobremesa con aquel juguete que venía con el menú y que no era más que un yo-yo con la imagen del dueño del parque disfrazado de mosquetero.
Para cuando se quiso dar cuenta, su propio teléfono le avisaba de que pronto sería aquella comparsa, un desfile que no había sido sino la ilusión de Paula desde que lo había visto por primera vez. Se había puesto una alarma, y juntas, de la mano de nuevo como hacía mucho tiempo que no disfrutaban un día a sí, madre e hija se acercaron hacia el lugar que Paula consideraba su sitio de la suerte.
Quería que el pirata se acordase de ella.
─ Ya verás, mami. Tiene un barco pirata super guay.─comentó, alzando y bajando las cejas en un movimiento que hizo a Raquel reír ligeramente.
Colocó las dos manitas sobre los hombros de Paula, y se asomó un poquito para ver cómo las carrozas comenzaban a llegar por el final de la avenida de la Ilusión.

Ilusión que Sergio intentaba rescatar, mantener a flote. Pese a todos sus problemas sus interpretaciones jamás se tenían que ver afectadas por lo que le sucediese a su vida personal. Y sus compañeros tampoco podían enterarse de lo frágil que era su posición en ese momento. Así que como cada día, se vistió, se peinó y se maquilló. Se subió a su barco, el Houdini, nombrado así por su habilidad para hacerse invisible y desaparecer, y dejó que la música silenciase sus preocupaciones.

Moviéndose por encima un rato, lanzando algún origami que había realizado con velocidad en el trayecto, sonriendo y haciendo piruetas. La gesticulación era vital en la construcción de su personaje.
Bajó de nuevo de un salto desde una de las cuerdas, utilizando la misma como una pequeña liana.
La mirada de Raquel llevaba sobre aquel hombre ya un rato. Paula había tirado de su mano y dado un saltito para señalarlo, y era demasiado evidente que lo complicado era no verlo.
El pelo castaño de la media melena se movía con el viento que se había levantado, la tela de la camisa tan holgada también se movía mostrando parte del pecho. Raquel sonrió un poquito al ver la marcada sonrisa y lo llamativo de esos ojos rasgados y pintados con una raya de ojo negra.
Sergio, sin quererlo, aterrizó a un par de metros de donde Paula agitaba la manita para llamar su atención. No sabía por qué su rostro infantil se había grabado en la memoria del vasco, que la reconoció al instante. Pero a la mujer que le acompañaba no.
Tenía muy claro que la última vez había venido con un hombre y esa, por deducción, debía ser la madre. El anillo sobre su dedo era indicativo. Sergio se lució un poco. Paró de manera drástica y se recolocó la camisa de manera galante, como si se arreglase un poco, se pasó las manos por el pelo mientras las miraba a las dos, sosteniendo a la madre la mirada unos segundos.
Esa mirada castaña, el pirsin en la nariz, la curva de la misma. Sergio hizo una voltereta lateral, ganándose unos aplausos a los que Raquel se sumó un poquito más tarde tras una mirada un tanto extraña. Y entonces, aquel guiño.
Un guiño de ojo que Sergio le dedicaba a Paula, pero que en esa vorágine de sucesos que era una cabalgata que no era más que un espectáculo más dentro del parque, hizo que el corazón de la inspectora se acelerada casi como el de su hija, o peor, como el de una adolescente de quince años. Así se sentía. Porque Paula tenía razón y aquel pirata sí que era un poco ladrón. Le había robado una sonrisa.
El pirata volvió a amarrarse a una de las cuerdas del barco, subiendo al mismo con agilidad, sentándose en la barandilla del mismo y moviendo las piernas como muchos de los niños presentes. Sacó su bolsa, y dejó caer algunas monedas, antes de volver a recorrer de proa a popa el barco que era su carroza.

Chapter 4: Distintas reuniones

Chapter Text

El lunes y el martes el parque estaba cerrado. Raquel lo sabía porque lo había mirado en la web, así como había intentado curiosear sobre los miembros del cast del mismo. Lo había achacado a la curiosidad innata, de formación profesional. La realidad es que estaba buscando a ese pirata.
─¡Adiós, mamá!─la voz de Paula se escuchó escaleras abajo, después de que Alberto abriera la puerta.
─Buen día, cariño.─ya sabía que no subiría a darle un beso porque iban tarde, pero de todas formas lo prefería.
Raquel casi estaba a punto de empezar una investigación para averiguar quién era ese hombre. Pero, para su mala fortuna, la poca información que había extraído del parque y de los miembros de su “tripulación” había sido en vano y sin contexto visual. Nada de imágenes. Podía ser cualquiera.
Lo que sí había encontrado eran los recortes de aquel incidente. Noticias, artículos de hacía unos cuantos meses de lo que podía haber sido un desastre y que como madre le había hecho cuestionarse muchísimo el volver con Paula.
Suponía que el dueño, el tal Andrés de Fonollosa, lo había ocultado bien, porque de no ser por su labor de investigación extraoficial le habría sido imposible enterarse.
───
Andrés de Fonollosa, en el centro de Madrid, se había preparado a conciencia mental y físicamente para lo que iba a ser una jugada algo arriesgada, pero que en sus manos, sería pan comido.
O eso se decía.
La confianza y la seguridad que tenía en si mismo era admirable y en algunos casos, había valido para que el gallego se ganase algunas enemistades. A muchas personas, sobre todo los hombres de negocios como él, le resultaba irritante y soberbio. Un verdadero creído arrogante.
Esa arrogancia era, en parte, la clave del éxito.
Andrés no tenía vergüenza a la hora de abordar a la gente. Los consideraban a su servicio y sino era así, su vida sería mejor con él en ella.
Lo que no sabía todavía es que el carácter de la abogada pelirroja no se quedaba nada atrás, que era más que pura fachada y mala fama.
Dejó que le guardasen el abrigo a la entrada, y le indicó al maître que había quedado con la señora Sierra, y el hombre le acompañó a mitad de camino, llevándose entre los dedos la pequeña propina que él le había hecho entrega.
Andrés tuvo unos cuantos metros y segundos para analizar la postura. Espalda recta, la coleta bien hecha de un tono que reconocía en su propia esposa, mucho más larga que la de Tatiana. La gabardina de color claro, casi crema, descansando en una de las sillas de al lado, una pierna sobre la otra, tacones negros y altos para ser un día de común. La blusa del mismo color que los tacones.

La sobrepasó, entrando en su campo de visión mientras se desabrochaba el botón de la americana y con una sonrisa ladeada.
─ Alicia Sierra.─pronunció, fijando sus ojos en ella, en su rostro por fin, su maquillaje, sus rasgos de pocos amigos, de confusión. No la dejó pronunciar respuesta.
─ Hoy es─ladeó un poco la cabeza, apartando la butaca para tomar asiento─ su día de suerte.─dijo, tomando asiento frente a ella.
─ La verdad, no suelen servirme con tantas confianzas.─replicó la pelirroja, tras limpiarse las comisuras de la boca con la servilleta, dejando la tostada que estaba tomando sobre el plato.
Andrés no dejaba de observarla y ella tampoco le levantaba la mirada a él.
Elegante, con dinero y con ganas de presumir de él, la mirada firme, confianza rebosante que podría ser más que una fachada.
El camarero, al ver que por una vez la abogada no comía en soledad, se acercó con la botella de vino, preguntando al hombre si iba a querer.
─ Oh, sí, por supuesto, claro.─hizo un gesto rápidamente, sobre todo tras comprobar que el gusto de la que se había prometido joderle el negocio tenía buen gusto para el mismo.
─ . . . ─ el silencio por parte de Sierra era más por la curiosidad que por las ganas que tenía de aguantar a ningún pazguato.
En cuanto el camarero se retiró, dijo.
─ No tengo ni idea de quién es pero si me conoce, y parece que sí, le recomiendo que se coja esa copa de vino, se la meta por el culo y se levante de mi mesa.─indicó, sin elevar la voz pero dejando bien clarito todas y cada una de sus palabras.
─ Por favor, abogada, esa lengua.─replicó el gallego, tomando un buen trago del tinto francés tras un momento de contemplar el contenido a través del cristal y apreciar los matices a través del olfato.
─ Un vino espectacular, sí señora.─ alabó de nuevo, contemplándola de manera directa tras bajar la copa, cruzando sus piernas.
Estaba relajado pese al tono, pese a las miradas, y no había nada que le jodiera más a la reina de las hijas de puta que que no se la tomaran en serio.
─ Soy consciente de que no se cita con las personas a las que… pretende hundir en su trabajo para ascender.─comentó él, riendo un poco.
─ Así que me he tomado la molestia de venir personalmente a demostrarle que se ha equivocado de caso.─

─Ya…─murmuró la mujer, dejando ambas manos sobre la mesa.
─ Ósea ¿que ahora es usted el encargado de decirme qué casos tengo que aceptar y cuales no? O, espere. ─Dejó un golpecito sobre la mesa con la palma de la mano, ganándose una mirada de desagrado que a Andrés le costó mucho retener.
Muy brusca, muy poco elegante para la esencia que presentaba de primeras.
─ ¡Es usted del cobrador del frac! ─ comentó, con una risa irónica por parte de la funcionaria.
Andrés no borró su gesto, mientras la analizaba.
─ No, no… Solo quiero que se acuerde bien de mi nombre. Andrés de Fonollosa. ─ pronunció el gallego, con la más absoluta de las seguridades, deshaciendo el cruce de sus piernas bajo el mantel blanco de la mesa, girando la copa con dos dedos sobre la base de la misma.
─ Porque estoy seguro de que va a terminar escuchándolo muchas más veces. Usted decide… Si de manera placentera para ambos o para solo mi propio disfrute.─añadió, con otra vez aquella sonrisa blanca bailando en el rostro.
El traje era caro, de marca y probablemente a medida, hecho por un sastre de confianza. Sierra también era buena analizando a las personas. Seguramente mucho más que Andrés. Él solo necesitaba la información para actuar en consecuencia. Sierra no. Sierra siempre quería saberlo todo. Por si acaso.
Y desde luego, grabó el nombre en su memoria, a fuego.
─ Podría decirle lo que significa amenazar a una funcionaria del Estado con una causa pendiente. ─ empezó ella, como respuesta, sosteniendo la mirada, aceptando de manera no verbal un reto que no había abierto pero que pensaba ganar.
─ Pero voy a darle el único gesto de buena voluntad que va a tener por mi parte, Andrés de Fonollosa. ─ Alicia Sierra se enderezó, casi como si fuera el reflejo de un cristal, cuando el empresario frente a ella lo hizo. Solo que ella le dio un mordisquito más a su comida, tomándose el tiempo suficiente para masticar un poco, tragar.
Le hizo un gesto con la cabeza, señalando la puerta.
─ Váyase con dignidad antes que pida que lo echen.─ el intercambio de palabras era mucho menos tenso que las miradas que sobrevolaban la mesa finamente preparada.
Era una manera de conocerse, suponía Andrés. Y esa no había sido tal y como la había planeado. Tras unos segundos de silencio, el gallego echó hacia atrás la silla sin hacer ruido alguno con la misma, sin dejar de mirarla.
─ Se que no está acostumbrada a comer acompañada.─murmuró el gallego, dispuesto a quedarse él con la última palabra en la boca.
Se volvió a abrochar la chaqueta de su traje, sin dejar de mirarle en ningún momento. Los ojos azules siempre le habían parecido muy enigmáticos. Atractivos, sin duda.
La ausencia de las gafas también le indicaba un dato extra de la mujer: no le gustaba que la vieran con las gafas, ni que notasen su defecto visual.
─ Le disculpo por su falta de tacto y decoro ante la que habría sido una buena compañía y una charla sin parangón entre dos personas a la altura.─terminó, apartándose del todo de la mesa y comenzando a andar hacia la puerta de nuevo, bien erguido.
Sobre la mesa habían quedado unos billetes por la copa, aunque seguramente servirían para pagar todo lo que la abogada había pedido.
Alicia Sierra clavó su vista en los billetes y aguardó minuto y medio sin girarse, sin hacer movimiento alguno antes de sacar su teléfono y llamar a su despacho. Antoñanzas, su secretario, y Martínez, su ayudante, se pondrían de inmediato a averiguarlo todo sobre aquel hombre que se había equivocado de mujer.
Ella no era como los demás.
─────
El trabajo en equipo es importante. En el parque, nuestra plantilla es como una gran familia.
Todos habían escuchado eso de parte de la encargada de contratar al personal en su primer día, cuando recibían su taquilla y la visita guiada por el parque. Un discurso que perfectamente podría ser extraído del folleto de propaganda con las tarifas a un lado por las distintas opciones de pulsera y entrada.
Algunos se lo tomaban en serio, otros, por su carácter, tenían que ser arrastrados casi a la fuerza antes de relacionarse con sus compañeros de trabajo.
Era el caso de Santiago. Jakov y Martín habían que tenido prácticamente que chantajearlo para que saliera con ellos a tomar una cerveza. Con ellos y con los demás miembros de la comparsa que salía a recorrer el parque con sus correspondientes disfraces.
En una taberna del centro de Madrid se reunían, vestidos de paisano: Afrodita, un héroe griego, un príncipe torpe, los mosqueteros Palermo, Bogotá, Marsella y Pamplona, una amazona, el tío que cuidaba de los animales y su primo, el que reparaba las atracciones.
Eran, a fin de cuentas, un grupo numeroso que habían ocupado la esquina de aquella taberna estilo irlandés, tomando cerveza a mitad de tarde. La presencia del hombre no pasaba para nada desapercibida, sobre todo por el tamaño físico. Al ver al rubio del bigote de pie y con una jarra en la mano, Santiago pidió otra antes de acercarse.
─ Buueeno bueno ¡¡mirad a quién tenemos aquí!!─ exclamó Matías. El cabrón del crío llevaba una buena tajada y solo con su presencia dejó en paz a la pobre rubia de rizos que sonreía a todo el mundo con timidez.
Santiago no cambió su aspecto cansado y le apartó con una mano, dándole luego la misma a sus colegas.
─ Quita, hostias, que vas mamao.─le reprochó al más joven.

Ninguno esperaba la reacción de Matías, que siempre estaba de coñas, que siempre jodía a los demás.
─¿¡Pero qué coño haces, tío?!─respondió, con lo que le quedaba de cerveza por encima. No había sido a propósito ni culpa de Santiago, pero aun así se le rio. Y mitad de la mesa también.
─ Venga, venga, aparta.─le dijo el mayor, dándole un trago a su cerveza, quitándole el hierro al asunto.
Se acercó para tenderle la mano a los dos chavales jóvenes de rizos, el que iba rapado por los lados y el que no.
─ Encantao’, soy Santiago.─se presentó, con dos apretones. Daniel, “el Dani” que se rio de manera demasiado peculiar y llamativa tras la aclaración, y Aníbal, mucho más tímido y normal.
No pudo acercarse a las señoritas porque el pesado de Matías seguía.
─Estoy hasta los coJONES DE TODOS VOSOTROS, TODO EL DÍA Metiéndoos con el Matías, Matías esto Matías lo otro. Os vais a tomar por cuLO. GILIPOLLAS─ explotó.
El más joven de los mosqueteros se marchó con la chaqueta de cuero en la mano dejando un silencio un poco incómodo entre los presentes y además, rostros serios y alguno que otro perplejo. No era para menos.
─ No preocuparse. Ya se le pasará a él.─dijo Jakov. Para muchos, la primera vez que oían al croata hablar y pronunciarse.
La que interrumpió y rompió el silencio fue Ágata, que dejó su cerveza y se puso de pie, dejando su larga melena negra caer por su espalda.
No necesitó más para llamar su atención.
─ Por mi mejor, que ya estaba mu’ pesaico’ el chaval este, que pesao’ con las fichas una tras otras chikipum chikipum.─
Las risitas de Daniel y de Mónica, que compartieron una mirada de complicidad que a Aníbal no se le pasó por alto, sirvieron de respuesta, y de distracción para el mayor de los presentes.
─ Soy Ágata. La del caballo, ya sabes.─se presentó, acercándose a él, dejando su mano sobre el hombro del caballero y besando sus dos mejillas.
─ Un placer.─murmuró él, devolviendo los besos.
─ Este de aquí es Mirko, aunque todos lo llamamos Helsi.─le presentó la morena al encargado de los animales, que se puso en pie, ofreciéndole la mano.
Un apretón fuerte y firme.
─ Yo soy Mónica, la nueva.─se presentó la más delgadita, levantándose y dejándole dos besos de nuevo, tras que Santiago se acercase y agachase para felicitarle.
─Y al resto ya nos tenes muy vistos, eh, Santiago─le picó Martín, ofreciéndole el asiento que ocupaba para ponerse él detrás de la silla.
─ Voy por otra.─aclaró el argentino, mientras él se ponía cómodo.
─ ¿De qué… hablabais? ─ preguntó él, esperando a que alguien volviera a recuperar la conversación de la que no pretendía hacerse partícipe. Echó una mirada de reojo al más callado de sus compañeros, a su espalda, mojando su bigotillo a cada trago que le deba a la cerveza.

Chapter 5: Favores personales.

Summary:

Raquel investiga sobre ese pirata, indagando sobre Andrés. Andrés recibe un mensaje para una futura cita. A Sergio le pasa algo con aquella mujer que no sale de su cabeza.

Chapter Text

─ No, es que me niego en rotundo. ─replicó Andrés.
Lo que se le pedía, de lo que se le estaba informando no era algo a lo que el poderoso y superempresario Andrés de Fonollosa pudiera negarse.
─ Vas a ver una cosita, querido Andrés, amigo de mi corazón. ─empezó Palermo, entregándole el traje de Matías.
La voz melosa del de ojos claros no consiguió lo que usualmente y antaño había provocado en él. El gallego no se relajó lo más mínimo. Su mirada fija, su cuerpo perfectamente recto al otro lado del escritorio sobre el que reposaban las ropas.
─ La situación está así, ¿umh? El Matiítas, el muy pelotudo ha dicho que se va, se fue, fush, fuera, adiós, arrivederci, ¿comprendés eso? ─las cejas del más bajito de los dos formaron casi un ángulo recto en su frente, consiguiendo que el contrario maldijera en voz alta con mal humor.
Pocas veces Andrés tenía ese tipo de reacciones en público.
─ Así que o te ponés el traje, o esta tarde no tenemos show, ¿sí? Bien. ─
De los Cormorants, el elegido para transmitir la noticia al jefe había sido Martín por su clara y conocida buena relación con Andrés. Y habían hecho bien. Con cualquiera de los otros su reacción habría sido mucho peor.
El de ojos claros lo conocía. Así como sabía que solo había una cosa que le diera más vergüenza que volver a actuar, y era no estar a la altura de lo que prometía a su público. No evitó que Martín abandonara su despacho, ni siquiera levantó la cabeza del traje. Él había sido el primero en llevarlo, pero en seguida había hablado con Tatiana.
No era de recibo que el dueño del parque, el propietario de la marca estuviera compartiendo camerinos sudorosos y paseándose vestido de cantamañanas por su negocio.
Y ahora…
Ahora no le iba a quedar más huevos que volver a hacerlo. A ser otra vez el protagonista de su grupo. A ponerse aquellas prendas que aunque fuera de manera simbólica lo transformaban a otra época, una época pasada que en muy buena parte creía que podría haber disfrutado.
Siempre, claro estaba, dentro del grupo de los privilegiados al que todavía en esos días pertenecía.
Andrés de Fonollosa, el D'Artagnan de La Casa de la Magia. Esperaba no tener que ver ningún titular al respecto.
El teléfono vibrando sobre la mesa de caoba le hizo salir de sus propios pensamientos. El nombre de su mujer se reflejaba en la pantalla.
Suspiró y atendió la llamada.
─ Cariño. ─ saludó, casi dándole pie a que dijera aquello que tenía que decir.
─ Mi amor, ¿me puedes explicar por qué ha llegado al correo del despacho un mail de la abogada de la otra parte convocándonos a una reunión a puerta cerrada en los juzgados? ─exigió Tatiana, sin perder los nervios pese al tono de su voz.
Al final, el día de Andrés no iba a ser tan malo. La pregunta causó una sonrisa ladeada y completa, con toda la hilera de dientes casi asomando que sonó al otro lado de la línea.
A ella, a Tatiana, no le hacía tanta gracia.
─ Eso es para mi. ─respondió, desabrochándose con la mano libre el chaleco de su traje.
─ A título personal. Gracias por el recado. ─
Nada más colgar el teléfono, cosa que le acarrearía problemas esa misma noche al llegar a casa, el de pelo oscuro se sentó en su silla, frente al escritorio, y no tardó tan apenas unos segundos en acceder a la cuenta de correo.
Doña Alicia Sierra, título, posición, título, lo convocaba para una reunión en sus despacho a las doce del medio día el viernes. Le dejaba el teléfono para que confirmara la cita con su secretario.
Así que… al final, la abogada, su plan de la comida, tampoco había ido tan mal. Su impresión no había sido tan mala y el cabreo de la pelirroja, solo una pequeña actuación. Porque nadie te cita en un despacho para decirte que le caes mal.
Ahora solo tenía que averiguar qué era lo que pretendía decirle. O por el contrario, averiguar más sobre la mujer.
Su mirada volvió a recaer en el traje.
Al final, sí volvería a los camerinos. Aprovecharía su viaje, su vuelta al pasado, para poder hablar con Jakov de un nuevo encargo.
──────────
Sergio había vuelto a caer. El cigarro que se consumía entre sus dedos le recordaba que no había tenido la fuerza de voluntad para decir que no.
Y al menos, pensó, era una buena manera de integrarse con sus compañeros de trabajo sin tener que participar de manera activa en la conversación.
Silene había casi encendido el cigarro antes de entregárselo, y ahora la tenía al lado, charlando y riendo con su mejor amiga de los intentos de Daniel por pedirle una cita a la nueva Afrodita.
Esbozó un amago de sonrisa al ver que le preguntaban a él.
Tenía su propia opinión, sus conjeturas tras observar un poco. Pero era más divertido comprobar lo cotillas que podían ser las dos juntas.
─ ¿Sois así con todo lo que pasa aquí? ─preguntó él a las dos morenas, que se miraron entre sí antes de reír.
─ Hombre, pos’ claro que sí, ¿qué te crees pues? ─empezó Ágata, dándole una buena calada a su cigarro, soltando el humo desde sus labios, mirando a la más bajita de los tres.
─ También nos enteraríamos de tus cosas si te pasara algo emocionante, abuelo. ─le picó Silene, dejándole unas palmaditas en su pecho.
Sergio negó, dando un pasito hacia atrás. Qué pavas podían llegar a ser.
─ Ay, ¡ay! Mira que carita se le ha quedao’. ─se rio la gitana, consiguiendo que se le subieran los colores casi al instante.
Y claro, aquello solo provocó una carcajada aún más escandalosa en Silene. Sergio volvió a negar con la cabeza.
En buena hora había abierto la boca, ahora las dos estaban a meterse con él.
─ Uy… eso es que le ha pasado algo, seguro. ─
─ Hostia, que sí. Míralo, ¡míralo, si se está poniendo más rojo aún! ─ respondió Ágata, señalándolo directamente.
Sergio apartó la mirada y le dio otra calada al cigarro, larga, tratando de negar los hechos con la cabeza.
No le había sucedido nada, en realidad. Solo lo de aquella mujer. Aquella mujer, la madre de la niña. No se la sacaba de la cabeza.
Cada día recibía la atención de mucha gente, adultos y niños, pero nunca le habían mirado así.
─ No, no ha pasado absolutamente nada. ─zanjó, gesticulando con las dos manos, subiéndose con la del cigarro rápidamente las gafas.
Esa manía podría delatarle, sino fuera porque sus compañeras estaban más ocupadas en empezar a elucubrar a su antojo, sin pensar de manera racional o de hacerle un interrogatorio más o menos serio.
Sergio sabía que no lo hacían con maldad. Que, en el fondo, esas dos locas eran su mejor y mayor apoyo entre la plantilla, que no se habían resignado a pasar de él por ser hermano de Andrés. Que sabían que eran distintos. Y a él le gustaba, en el fondo, la sensación de una amistad especial. De entenderse con alguien.
Y sí. También las habría protegido de los despidos de haber sido necesario. Las dos tenían el talento suficiente como para ganarse y mantener el puesto que tenían allí.
El cigarro de Marquina terminó casi por consumirse en sus dedos por culpa del aire, y las miró a ambas.
─ Os dejo, nos vemos luego. ─se excusó, apagando el cigarrillo en el cenicero de una de las papeleras.
Era imposible que pudiera sacar quién era la niña, o la madre. Eran solamente números dentro de las cientos y miles de visitas que acudían al parque.
Y aunque Sergio no pudiera hacer nada, Raquel regresó a su casa con la misma sensación y su instinto y curiosidad, todavía más decididos y encaminados hacia hacer algo.
Como averiguar quién era aquel hombre.
Aquel hombre que parecía un fantasma en vez de un pirata. Nada. Al final había sacado, por orden alfabético, toda la plantilla de la información de la web. Y uno a uno, descartando los nombres de mujer, había ido buscando los nombres tanto en Google como en el sistema de antecedentes. Todavía iba por la H y ya se estaba desesperando.
¿Dónde puñetas te has metido…?
Venga, hostias… no puede ser tan complicado encontrar a una persona.
Al final, de lo único que estaba sacando en claro era que aquel tipo, el dueño, Andrés de Fonollosa, no era más que un creído, un egocéntrico, uno de esos hombres que por tener un relativo éxito empresarial se creían Amancio Ortega.
Seguro que iba en bata por casa.
Tenía muchas pestañas abiertas. La mitad iban de Andrés. Andrés con su mujer, Andrés recogiendo el legado de su padre. Fotos, artículos, entrevistas. Los ojos de la inspectora estaban cansados después de un día de trabajo, pero cuando la velocidad de sus ojos encontró el rostro, esos ojos tan finos, todo se detuvo.
Raquel necesitó varios clicks de ratón hasta poder hacer grande la foto.
Andrés de Fonollosa en el entierro y despedida de Jesús Marquina. Estaba muy serio, casi parecía hasta enfadado. Pero al fondo, casi en la esquina cerca de la puerta, estaba él. Con la cabeza alta, la mirada entrecerrada y el ceño fruncido. La cámara había captado cómo una lágrima corría por la mejilla del hombre antes de perderse en su barba.
El corazón de Raquel latía con fuerza. Leyó el artículo de arriba abajo, varias veces. No había nombres, no más allá del del fallecido y de su hijo. Eso, y la mención de un segundo hijo.
Raquel no dudó. Cogió su teléfono personal y sin mirar la hora llamó a su subinspector.
─ Ángel, necesito que hagas unas averiguaciones por mi. ─dijo, en cuanto escuchó la respiración del hombre al otro lado de la línea.
─ Muy buenas a ti también, Raquel. ─respondió el corpulento hombre al otro lado de la línea, de manera irónica.
Por más que conociera a Ángel, años de amistad y de compañerismo laboral, Raquel sabía que todavía le escocía que solo lo viera como eso. Como compañeros. Amigos.
─ Perdona.─ se disculpó ella.
─ Dime. ─ respondió Ángel.
─ Jesús Marquina, el dueño del parque de atracciones que hay a las afueras. Cuando falleció hicieron un acto en el parque, inauguraron una placa con su nombre. ─empezó, poniéndole en situación.
─ Necesito que saques la identidad de las personas que salen al fondo de una de las fotos que se hicieron, te la mando por correo. ─
─ Raquel…─ empezó el hombre, que había anotado el nombre que le había dado al principio para hacer su propia investigación en paralelo.
─ No, no es de ningún caso. ─murmuró ella, que casi parecía escucharlo pensar. Se mordió el interior de la mejilla.
A veces le pasaba. No era la primera vez que se encontraba un hilo del que tirar y terminaba averiguando y tratando el tema como si fuera una verdadera investigación. Pero siempre podía contar con Ángel igual que él podía contar con ella.
─ Es un favor personal que te pido. ─añadió, al ver que su amigo guardaba silencio. Tres segundos después, la mujer añadió un “por favor”, casi susurrado.
─ Está bien. Déjame averiguar qué encuentro. ─obtuvo finalmente.
─ Gracias, gracias, Ángel. ─
─ De nada, Raquel. ─

El teléfono volvió automáticamente a la mesa, y la mujer volvió a centrarse exclusivamente en el pirata.
. . . ¿y luego qué? Se preguntó mentalmente, hablando consigo misma.
¿Qué vas a hacer cuando sepas quién es? ¿Te vas a presentar en el parque pidiendo ver a ese hombre? Pareces una loca.
La voz de Alberto se había colado ya en su sistema. Asimilado muchas de las palabras que su marido le dedicaba, colándose hasta en su instinto, en una de sus mayores virtudes como investigadora.
Pero… pero no podía parar. No podía quedarse con la duda en lo relacionado con aquel actor.
Estaba distinto, pero la inspectora estaba segura de que era él. Pese al cambio de vestuario, más normal, vestido de calle, con abrigo entonces y las gafas, el pelo peinado normal y sin el maquillaje en los ojos.
Raquel sonrió con suavidad.
No sabía cuando había sido la última vez que había visto a un hombre llorar con la cabeza alta.
¿quién eres tu…?

Chapter 6: Su pirata y el mosquetero.

Summary:

Andrés vuelve a enfundarse el traje porque así lo requiere la situación en el parque. Raquel sigue averiguando y tirando de los hilos y termina envuelta en un incidente que la deja debajo de Sergio.

Chapter Text

La energía que desbordaba Raquel Murillo esa mañana al cruzar las puertas de la comisaría se acercaba mucho a la que solía poseer a diario. Sobre los botines negros de ligero tacón y su “uniforme de inspectora” (un pantalón de traje oscuro y una camisa que apenas se veía con la chaqueta del mismo traje) la mujer se sentía poderosa y con la energía necesaria para continuar con la jornada y todo lo que le deparase.
Especialmente porque tendría noticias de ese caso particular que había dejado en manos de su subinspector.
Ángel se le unió en su paseo hasta su despacho en cuanto la vio cruzar la puerta. Raquel traía café para los dos de la cafetería de en frente, como pago por el favor.
─ Buenos días. ─saludó el hombre nada más verla.
Raquel le tendió el café y le dedicó una sonrisa leve, de las que apenas demostraba en ese edificio.
─ Buenos días. ¿Qué tenemos? ─respondió ella, caminando a la par que el hombre de gafas oscuras, cogiendo el ascensor y dándole un sorbo ahora que podía a su propio café.
─ Los de arriban han aprobado y aceptado como bueno el informe del último caso. ─empezó, jugando un poco con el vaso para remover el contenido con la misma mano. Eso era lo normal, y Raquel presionó el botón de su planta mientras lo miraba de reojo.
Estaba disimulando todo lo que podía que no se percataba de que el interés personal se lo estaba dejando para el final.
─ Muy bien. Solo faltaba. ─murmuró ella, mientras esperaba más.
─ Y no tengo nada de tu amigo. Lo siento. ─las palabras de Ángel sonaron con cierta reticencia en la palabra “amigo”, aunque era consciente de que no le gustaba ir a ella con las manos vacías.
─ ¿nada de nada? ─preguntó, confusa.
─ No tiene antecedentes penales, ni una sola multa de tráfico. De Fonollosa sí que tenemos más cosas, pero el rostro del tipo de atrás no ha saltado en ninguna de nuestras bases. ─ se explicó.
Raquel ya lo esperaba. En realidad, no le había visto cara de delincuente ni lo hacía porque creyera que estaba implicado en algo turbio. Explicar eso a esas alturas a su subinspector le pareció casi una vergüenza, sobre todo por las preguntas que se iba a plantear el que consideraba un aliado y amigo dentro de la comisaría.
─ Vaya. ─se limitó a añadir, dejando que Rubio le siguiera contando.
Era buen policía. Tenía olfato y un instinto que ella potenciaba. Como una mancuerna. Se entendían bien, mejor que bien.
Quizás por eso el hombre siempre mantenía abierta la posibilidad de que esa complicidad pudiera traspasar el campo de lo profesional.
─ He escarbado un poco en la historia tras la foto. Era un acto conmemorativo a la memoria de Jesús Marquina. El hijo, el dueño ahora del parque, Andrés de Fonollosa, se cambió el apellido al de la madre.
Parece que estuvieron muchos años sin estar en contacto. Pero no sé por qué, terminó aceptando el legado paterno.
El parque sigue bien, aunque el incidente del crío aquel le ha llevado a una causa abierta con nada más ni nada menos que Alicia Sierra. ─ Raquel frenó ahí.

Sierra. A cinco metros del despacho. Casi fue como un flashback. Hacía años que no hablaba con ella pese a que se habían cruzado cara a cara. Se distanciaron por… por Alberto, en realidad.
Raquel siempre había creído que tras su pequeño… no sabía como llamarlo. Desliz no le parecía bonito.
Pasó el nudo por la garganta y volvió al hombre, poniendo una mano sobre su antebrazo tras dar un trago de su café.
─ ¿Y tú qué piensas? ─le animó ella. Casi como una motivación, un reto, un juego en el que ponían a prueba su instinto.
Ángel la miró con esos ojos brillantes tras las gafas y el rostro serio.
─ Yo creo que nadie llora delante de una cámara con ese gesto sino le incumbe lo que sucede. ─ decretó el hombre de la camisa de cuadros.
Raquel asintió con la cabeza, retomando el paso hasta su despacho. Ese era el tiempo que le iba a dedicar al tema del pirata. Al menos en su jornada laboral.
En cuanto cerraron la puerta, el teléfono sonó.
A trabajar, inspectora.
────────
Andrés se sentía bien en esos pantalones negros de cuero. Las botas, las botas también le gustaban, oscuras de la misma manera hasta casi su rodilla. Se miraba en el espejo de cuerpo entero mientras Martín pululaba a su alrededor.
Franco Battiato sonaba en el viejo casete que habían dejado en una esquina del vestuario. Estaban solos, de eso también se había encargado el argentino. Andrés estaba más que relajado en presencia de su mejor amigo.
Ni siquiera cuando este estaba a su espalda encontró molestia. Y eso le ayudaba a sentirse mejor de nuevo en aquel traje.
La camisa blanca y ancha, muy parecida a la que llevaba Sergio tampoco le quedaba nada mal. Casi estilizaba su figura, dándole la falsa imagen de un torso más musculado del que tenía.
Notó el aliento del otro hombre en su oído, el derecho, cuando este se expresó.
─ Luces mejor que Matías, eh. Se notá que fue hecho para vos primero. ─le alabó.
Los dos sabían perfectamente que a él le encantaban sus halagos igual que Martín vivía y moría para ese tipo de sonrisas que el gallego le regaló a través del reflejo del espejo. Ladeada, mostrando parte de su sonrisa dentada, con soberbia.
Alzando los brazos el empresario comprobó que tenía razón.
La precisión de la última lazada de la camisa le permitió girarse, haciendo frente a su compañero y amigo.
─ Martín, Martín, Martín… ─murmuró Andrés, mientras el interpelado le pasaba el jubón primero por un brazo, después por el otro.
Otra vez de cara, el argentino le respondió con un gesto de cabeza, ignorando que podía atarle el mismo con algo más de distancia.
Solo que de esa manera el perfume del español se colaba perfectamente por sus fosas nasales.
─ ¿Crees que no sé lo que estás pensando? ─ la pregunta del español consiguió que los azulados orbes del menor se alzaran hasta encontrar de verdad la mirada oscura de este.
Odiaba, una parte de Martín odiaba el control y el conocimiento que el otro tenía de él. Lo que lo deseaba, lo que lo amaba y necesitaba.
No respondió, solo le sostuvo la mirada, abrochando el último botón del jubón burdeos con detalles en oro.
─ Seh… lo sé. ─ pronunció Andrés, meloso, casi en un murmullo de intimidad compartida entre esas cuatro paredes y los dos hombres.
─ Yo también lo echaba de menos. ─murmuró, ampliando esa sonrisa, dejando escapar una suspirada carcajada, medida perfectamente para agradar y relajar al enamorado Martín.
─ El vestuario, el show… la gente aclamando. ─aclaró el mayor de los mencionados, solo por desmentir lo que había hecho creer de manera completamente consciente. Bajó la mirada hasta la nuez del hombre, que había alzado el mentón en un retozo de orgullo.
“No me afectas” le decía él.
“No te creo” respondía la mirada del empresario.
Ambos sonrieron, mientras Martín se apartaba y regresaba con el pañuelo del cuello y el sombrero.
─ Está limpio. ─le aclaró, para que no reaccionara de mala manera. Martín acarició la nuca del gallego mientras centraba su atención en la piel del hombre en esa zona tan sensible.
Se acordó de aquella vez que Andrés le permitió recoger la sal de ahí, para unos shots. Estaban tan ebrios.
O él lo estaba.
Pasó saliva, traicionándose a si mismo, demostrando unos segundos de flaqueza mientras lo anudaba de la manera correcta.
Andrés era plenamente consciente de todo.
Pero ahí estaba. Dejándose hacer, permitiendo que creyera cosas que nunca iban a suceder solo por alimentar esa sensación de adoración que le provocaban los ojos del hombre. Le miraba como si fuera a ser un Dios en cualquier momento. Como si su sola compañía fuera el mayor de los regalos.
─ Quiero que te encargues de las entrevistas para el puesto, Martín. ─dijo entonces Andrés.
Lejos quedaba la complicidad, las sonrisas y el tonteo actuado en su caso.
─ ¿Qué? ─
─ Eres mi hombre de confianza. Jakov estará ocupado estos días, Santiago te obedecerá. Obedecerá a todo el mundo que pague su salario, concretamente. ─ aclaró el gallego.
Le daría unos segundos para procesar aquello pese a los pasos hacia atrás que dio.
Él se giró, mirándose, llevando la mano a la empuñadura de la espalda.
─ Estoy MA-RA-VI-LLO-SO. ─exclamó entonces, sonriendo un poco, siguiendo de una carcajada mientras le miraba con el ceño fruncido.
─ Venga, Martín. Lo harás bien. Un tipo joven, que de la talla del traje, así no compramos otro. No te será tan difícil. Tres días para el casting. Es tiempo más que suficiente. ─terminó de explicar, de demandar.
El viejo D’Artagnan estaba de vuelta y por más entrevistas que hicieran no habría nadie como él.
Andrés se sonrió una vez más ante el espejo, y detuvo la música del casete para dejar que el silencio y la realidad devolvieran al argentino a su lugar.
─ Te veo más tarde. ─murmuró Andrés, dejándole algo de intimidad para que se vistiera él también.
A fin de cuentas, él no volvería a hacérselo.
──────
¿Sabéis ese momento crítico donde uno piensa: “Bueno, ahora ya no me puede ir nada a peor, he hecho mi cupo de cagadas y el de arriba debe ya portarse bien conmigo porque esta fijación ya es acoso divino” Y resulta que no, todavía no ha terminado?
Pues exactamente así fue con La Casa de la Magia.
Al menos, así lo vivió Andrés de Fonollosa.
Los vítores, el paseíto por todo el parque fue esa vez, mucho mejor de lo que lo recordaba. La gente estaba encantada de verlo a él en vez de a Matías. Porque lo reconocían, sobre todo los padres. Habían intentado venderlo como un evento único, una participación especial.
Los Cormorants iban entonces a la cabeza, y hasta había podido hacerse una foto con su hermano, los dos de esa guisa.
Se había habituado a los teléfonos móviles, y la idea de toda la atención puesta en él le agradaba de sobre manera. Pese a las noticias que saldrían. Era bueno. Publicidad. La humildad del dueño que no abandonaba sus raíces. Andrés sonreía, hacía gestos corteses de los caballeros de la época del grupo que lideraba.
Sergio, por su parte, trataba de llevarlo todo de la manera más profesional posible, lejos de su hermano, en su puesto. Su barco, su eyeliner, su camisa abierta, sus joyas y sus origamis.
Lo mismo de siempre, se dijo.
Casi que mejor. Porque hoy todo el mundo estaría pendiente de Andrés, un Andrés de buen humor para su sorpresa. La sonrisa de Martín no había tranquilizado al de gafas, aunque estas estuvieran entonces en el camerino.
Sergio se balanceaba, jugaba con las cuerdas, iba de un lado al otro de su pequeña embarcación con ruedas mientras estaba avanzaba despacio, cuando se fijó. Un niño de tres años, cuatro, quizás, estaba con medio cuerpo ya superando la valla. El límite de seguridad.
Solo necesitaba querer salir. Una motivación.
El pirata se levantó sobre el borde del barco, agarrándose de las cuerdas con la mirada fija en ese crío a quince, veinte metros. Sus padres no estaban ni siquiera dándose cuenta.
Y en medio de ese agradable paseo, de esa maravilla que era un espectáculo de fantasía y Magia, Sergio averiguó cuál iba a ser esa motivación. Lo que a todo niño pequeño le llamaba la atención, suponía.

Lo que hasta a él le gustaba.

Ágata adelantó al barco con un pequeño trote, dedicándole una sonrisa al entrar en su campo visual. El gesto del pirata perdió esa sonrisa que Sergio actuaba siempre. Elevó la cabeza casi como si quisiera comprobar que se equivocaba. Pero no. El niño había salido directo al medio del recorrido, directo a encontrarse con el imponente animal negro.
─ ÁGATA.─avisó, para que mirase al frente, para que se diera cuenta, mientras cogía la cuerda que siempre usaba para bajar hasta el suelo.
Pero el instinto de Sergio no había sido el único que se había activado, ni él, el héroe de esta historia.
Raquel Murillo estaba ahí, entre la gente, tratando de seguir el hilo de pistas que se le había tendido. Aprovechando la tarde para averiguar más sobre un hombre al que no conocía en vez de estar haciendo los deberes con su hija. Sintiéndose mala madre y siguiendo su instinto al mismo tiempo.

Le había hecho varias fotos, de lejos, cuando vio por el rabillo del ojo a aquel niño rubito pasar por la valla, como si nada. Raquel no dudó. Saltó la misma, corrió hasta el niño al que detuvo a dos metros del caballo, asustado, llorando por la figura imponente del animal que con los gritos y el alboroto, se revolucionó.
Todo pasó muy muy deprisa. La inspectora de policía tenía seguro a aquel niño entre sus brazos cuando sintió el impacto. Un impacto mucho más gentil que el de un pisotón de un caballo de media tonelada. Gritos, la música deteniéndose. Raquel cerró los ojos mientras notaba como su espalda impactaba con el suelo, sosteniendo al niño contra su pecho, refugiándolo ahí.
Ágata trataba de controlar al animal, evitar que terminara de encabritarse y elevarse de nuevo en sus cuartos traseros, asustada, intentando que no le tirase. Eso no era nada propio. Ver como el niño pequeño lloraba, como todo se detenía, como aquella mujer aparecía y lo cogía en brazos.
Y después Sergio. No sabía como le había dado tiempo a llegar hasta los dos. Aquello era un puto caos. Uno muy peligroso.
Los gritos no ayudaban y en seguida encontró una mano amable. Un agarre firme enguantado. Santiago había conseguido agarrar las riendas. Entre los dos consiguieron reconducir al animal, aunque Ágata también temblaba, el hombre no le permitió dudar. La sacó del desfile, guiando al animal de las riendas sin darle oportunidad a pensar.
Marquina se había abalanzando sobre los dos. Mujer y niño, tras correr hacia los dos, sabiendo que no podían quedarse ahí. Sabiendo que en cualquier momento el caballo podría macharlos a los dos al caer de uno de los encabritamientos. Interpuso su cuerpo, dándole la espalda al animal entre este y el niño.
Y antes de que se diera cuenta, estaban los tres en el suelo. Él consiguiendo no aplastar al crío ni a la mujer, apoyando las manos en el suelo al lado de su cuerpo. Echó rápidamente un vistazo para ver que el animal ya no estaba sobre ellos. Los relinchos se alejaban, su corazón latía con fuerza y el niño seguía llorando. La mujer abrió los ojos justo a la vez que él volvía a girar la cabeza para comprobar que ambos estaban bien.
Encontró la mirada de la fémina con la misma sorpresa que había reflejada en los ojos de ella. Sorpresa, confusión, dolor. Las respiraciones aceleradas. La adrenalina. Sergio solo rompió el contacto visual para poder mirar la cabeza rubita de aquel niño. Se apartó de encima de ambos, dejando de hacer de escudo humano.
─ ¿Estáis bien? ─murmuró, buscando tranquilizar al niño que la mujer todavía tenía agarrado. Le acarició la frente, no tenía ninguna herida aparente y en seguida tuvieron a los padres de la criatura encima. Los sanitarios, algunos de sus compañeros que evitaron que la gente se empezar a agolpar.
Sergio cogió al niño de los brazos de los padres.
─ Alex, Alex, mira, tus papás.─murmuró, pasándoselo a los progenitores que no dudaron en calmarlo con besos y abrazos.
Asustados. Claro que asustados. Se había asustado él, no podía imaginarse aquellos padres.
Raquel se incorporó un poquito, aturdida. Sus piernas seguían con la rodilla del hombre entre las mismas. Se llevó una mano a la parte trasera de su cabeza, buscando la brecha, la sangre.
─ Auch...─se quejó la mujer, volviendo a conseguir así la atención del hombre. El corazón latía con fuerza y cuando sintió el vacío que dejaba el niño en su pecho se dio cuenta de lo cerca que había estado de que todo se fuera a la mierda más absoluta.
De lo rápido que le iba el corazón.
Y de que ese niño no era su hija. Los ojos ajenos, marrones, ahora de cerca, sin las gafas que suponía llevaba él, sin la pantalla de por medio, tampoco ayudaban a que Raquel se centrase. El tenerlo casi encima tampoco. El qué hacía ahí, ENCIMA SUYO, cómo había llegado. Tenía preguntas.
Sergio negó con la cabeza, presionando los labios. Él también había visto que no había sangre en la mano ajena, la que salía de su melena. Eso había sido una auténtica imprudencia. Una heroicidad. Pero él no habría llegado a tiempo, probablemente.
─ Dame. ¿Puedes andar? ─murmuró él, hacia ella, ofreciéndole la mano.
Raquel le miró como si fuera un alienígena. Le dio la mano, cogiéndose de la de él. El pirata, su pirata, se levantó y la levantó con él. Los de seguridad del parque estaban despejando la zona, y su hermano ya estaba sobre los dos cuando se pusieron de pie.
La policía no terminó de escuchar bien lo que decían. Solo escuchó "enfermería" y "ahora". Y dejó que la guiaran, respondiendo con un pequeño sí a esa pregunta.
Podía andar.

Chapter 7: La enfermería.

Summary:

Sergio, Andrés, Raquel, Ágata. Todos en la enfermería, con varias relaciones saliendo a la luz frente a los ojos de la inspectora. Una inspectora que termina saliendo del parque por su propio pie y con las ideas mucho más claras.

Chapter Text

Raquel caminaba al lado de Sergio sin detener su paso. Dos sanitarios caminaban con ellos, y a además, delante del grupo Andrés de Fonollosa no dejaba de hablar por teléfono. Entraron a aquella estructura prefabricada que en seguida ubicó como el puesto de primeros auxilios y solo entonces, más centrada después del pequeño paseo hasta allí, después de dejar que le ayudaran a sentarse, se permitió observar de manera abierta a todo el mundo.
El primero el pirata. Tenía las patillas, las sienes y la frente algo perladas de sudor. La camisa se había movido durante el accidente y no parecía haberse dado cuenta.
A los dos les reconocieron las pupilas y les preguntaron si les dolía algo. Sergio giró la cabeza ligeramente hacia la mujer al sentir que le miraba, y justo antes de que pudiera escuchar su voz, la amazona entró casi corriendo, con la alarma en el cuerpo y pasando directamente de Andrés, todavía vestido de mosquetero, para ir hacia Sergio.
─ Perdona, perdóname. ─le rogó, antes de echarse encima de él, a sus brazos.
Raquel lo observó todo con atención y sin ningún disimulo. La mujer no callaba, y mientras le estrechaba, se fijó en que el hombre no sabía donde poner las manos. Dos palmaditas en la espalda.
─ Tranquila, estoy bien. ─consiguió articular.
La morena se apartó para cogerle la cara con las dos manos y comprobarlo ella misma.
Debía ser su pareja, supuso. Aunque él no parecía especialmente cómodo. Antes de que pudiera pensar o decir nada más, Sergio volvió a mirarle. A ella, pillándole de manera casi descarada.
Apartó la vista y entonces sintió también la de Nairobi.
─ Ay, Dios. Gracias, de verdad, es que no lo he visto yo al chiquillo, ¿está bien, no? Me han dicho que están todos bien. ─reclamó más información, mientras miraba a los sanitarios.
─ ¿Y tu? ─Sergio se dirigió hacia la mujer, bajándole las manos de su rostro con suavidad, buscando sus ojos con una genuina preocupación.
─ Están todos bien, Ágata. ─replicó la voz dura del jefe, haciéndose notar.
Sergio dirigió la vista hacia la mujer, y después la posó en Raquel. No le pasaba nada inadvertido que esa mujer no era de los suyos, que esa mujer lo había vuelto todo más aparatoso, que quizás el niño habría cruzado al otro lado.
Que tenían un nuevo escándalo entre manos.
La mano de ella seguía sobre la pierna de su pirata, y parecía que era la única que se había dado cuenta.
─ Pese a que mi querido hermano podría haber cometido la estupidez de su vida por hacerse el héroe, eh, Sergio. ─el hombre estaba cabreado.
Todos lo notaron. El tono de su voz, el reproche.
Sin embargo, Raquel apartó todas sus ideas sobre esa mano, esos dos, para centrarse en toda la información que había recogido en un segundo. Cerró la boca para no ser demasiado obvia.
La mueca del pirata, el apartarle la mirada.
Sergio. Hermano.
¿Sergio Marquina?
Casi como si pudiera leerle la mente el pirata volvió a mirarla.
─ Se me han adelantado con eso de las heroicidades. ─murmuró, reconociendo el hecho y el mérito a la mujer, recordándoles a todos la presencia.
La presencia de esa mujer que acababa de protagonizar uno de los hechos más reseñables del parque, otro problema cuando no necesitaban más y que él ya tenía fichada allí.
─ Lo siento, lo siento mucho. De verdad. ─se disculpó Ágata, ahora con la mujer.
─ No lo vi, no lo vi y el caballo se puso nervioso. ─ siguió.
Pero no había hablado de la niña con la que le vio la otra vez. Y le resultaba muy raro.
Todos miraron a la inspectora entonces, mientras le medían la tensión.
─ ¿Le duele la cabeza? ─le preguntó él, consiguiendo que Raquel dejara de mirarlos a todos, uno a uno. Andrés se acercó a Sergio para comprobar que su estado físico estaba perfectamente.
─ ¿Qué…? No, bueno. Un poco. ─se excusó, mientras miraba al paramédico.
─ Quizás deberían hacerle un reconocimiento en el hospital. ─la seriedad de su mirada, la grave voz sin que apenas elevara el tono.
No se lo había imaginado así, era la segunda vez que lo escuchaba hablar.
Desvió la propia hasta sus rodillas, y después volvió a mirarle. Estaban lo suficientemente cerca, camilla con camilla, ambos sentados sobre estas, como para poder tocarse.
La morena se apartó de ambos y entonces Raquel, después de sentirse liberada de la presión del brazo.
Tenía la tensión un poco alta, pero después del episodio que acababan de vivir era normal.
─ Me llamo Raquel. ─se presentó, estirando la mano, ofreciendo un apretón.
Sergio la observó de nuevo, a su mano primero y después a su gesto. La imitó, con un apretón firme y gentil al mismo tiempo.
Ella tenía más fuerza en la mano. Y confirmó que tenía aquel anillo de casada en el dedo al mismo tiempo.
─ Sergio. ─respondió él.
─ Gracias por lo de antes. ─murmuró ella, deshaciendo el contacto de sus manos, evitando mirarle más de la cuenta.
Él hizo lo propio, casi con un gesto de timidez.
Raquel seguía algo confundida.
─ Aunque lo tenía controlado. ─añadió, con cierto orgullo, entre dientes.
Sergio no controló una risa nasal que movió ligeramente su pecho. Andrés también la había oído.
Y no le gustaba, no le daba buena espina.
─ ¿Podemos avisar a alguien, a su familia? ─le preguntó Andrés.
Mierda.
Mierda, Raquel. Cómo explicas que estabas aquí tu sola. La mirada de la mujer se dirigió hacia el pirata, hacia Sergio, que la miraba con curiosidad y sin perderse una palabra siempre que su propio reconocimiento se lo permitía.
─ N-no, necesito… necesito el teléfono, mi marido y mi hija… me estarán buscando. ─pidió, mientras buscaba en vano a su alrededor.
Andrés asintió con la cabeza, y salió a hablar por teléfono otra vez.
─ Ahora me encargo de que se lo traigan. ─ aclaró.
─ Es negro, pequeño. ─ le contó antes de que se fuera. No creía que fuera a haber muchos bolsos perdidos, ni que les costara mucho.
Mirko estaba esperando en la puerta a que Andrés saliera, ocultándose y sin atreverse a entrar. Había acompañado a su amiga en cuanto el caballo había llegado a la cuadra y se había enterado de todo lo que había pasado. Pero en cuanto vio a Raquel…
La reconoció al instante.
Frenó a su jefe como pocas veces había hecho. La mirada de Andrés, dura, de reproche fue suficiente para que el serbio hablara.
─ Es polisia. ─pronunció, girando la cabeza hasta mirar a la puerta.
─ ¿La mujer? ─preguntó el gallego buscando una confirmación verbal y no solo gestual.
No la obtuvo. El calvo asintió con la cabeza.
─ Conozco a ella. ─aseguró sin dudar.
Eso explicaba muchas cosas. Andrés reanudó el paso, y antes de nada llamó a Marsella. No podía ser casualidad.
─ La mujer, la del crío, se llama Raquel, pronto tendré su bolso y con ello su nombre completo. Comprueba si tiene alguna relación con Alicia Sierra.─ordenó, antes de colgar.
Los pasos le guiaron hasta el vestuario, donde Andrés por fin volvió a lo que realmente era, deshaciéndose de aquellas ropas que más que nunca le parecían un disfraz y recuperando su traje de tres piezas, corbata y pañuelo.
***
─ No he visto a su hija. ─dijo él, al final, rompiendo un silencio bastante pronunciado y nada incómodo pese a la situación.
A Raquel le habían pedido que se subiera la camiseta para poder observarle la espalda, espalda que también quedaba a la vista de Sergio si este ladeaba el rostro.
No pudo verle la cara con ese comentario.
─ ¿A mi hija? ─preguntó ella, ganando tiempo. La respuesta no tardó en llegar.
─ La niña del otro día, estaba… estaba con usted. Le di una moneda de chocolate. ─
Raquel sabía perfectamente de quién hablaba, claro. Le había sorprendido, pillado a traspiés el que él, que vivía rodeado de niños, interactuando con cientos de ellos, se acordara precisamente de su hija.
Sergio se dio cuenta de que quizás ese silencio no era nada amistoso.
─ Parecía disgustada. ─aclaró.
“No hable” pidió un paramédico al hombre, mientras lo auscultaba.
Raquel intentó girar la cabeza para mirarlo, y descubrió que tampoco llevaba tela ya alguna que le cubriera la espalda.
Una espalda ancha, con un montón de pecas que destacaban por la palidez.
Los ojos de la inspectora recorrieron estas como si fuera un juego de unir los puntos para formar una figura, como hacía Paula a veces.
Retiró la mirada cuando encontró las palabras para expresarse.
─ Creo que se había llevado un susto. ─ la excusó.
─ Está obsesionada con usted desde entonces, ¿sabe? ─ y no es la única pensó Raquel.
Sergio se giró entonces, mirándola. Le dedicó una pequeña sonrisa, apartando de nuevo la vista.
─ ¿Por qué? ¿Por la moneda? ─preguntó nada más sentir como retiraban el estetoscopio de su pecho.
Volvió a vestirse, a ponerse aquel traje, la camisa blanca algo sucia.
─ Sí. ─admitió Raquel. Normal. El espectáculo, lo de los papeles… tenía su mérito, encanto, magia.
Y los ojos con aquel eyeliner nadie podía culpar a una niña por tener un primer y fantasioso amor con ese hombre.
Un hombre que parecía… Raquel sacaba demasiadas conclusiones.
Los paramédicos empezaron a recoger sus cosas, a ella le recomendaron una pomada y que si le seguía molestando debería pedir cita con el de cabecera, buscar un fisio. En principio parecía ser la contusión y el golpe. Si se encontraba mal, tenía mareos, náuseas.
Sergio se puso de pie pero no abandonó la sala.
─ Le diría que… ahora la regalaría una figura de origami, pero no han venido con usted, ¿verdad? ─
─ . . . Se la puedo llevar a casa.─murmuró Raquel terminando de volver a vestirse.
Sergio se anotó aquello como una pequeña victoria, mientras planteaba mentalmente su siguiente pregunta. Pero no, Andrés en primera persona apareció por la puerta justo entonces, interrumpiendo una mirada que se cortó con el sonido de la puerta.
Los médicos salieron y él entró con el bolso de Raquel en la mano.
Él mismo, personalmente. La mirada que intercambió con Sergio le dijo al menor de los hermanos lo suficiente como para que se retirara un poco.
─Aquí tiene, estaba en el suelo, los de seguridad lo habían recogido. ─le dijo.
─ Gracias. ─ en cuanto tuvo el mismo en su poder Raquel rebuscó el teléfono, respondiendo a un mensaje de su marido. Miró a los dos hombres.
─ Sergio, tenemos que hablar, cuando puedas.─ dijo el mayor.
Raquel los miró a los dos y vio como le entregaba las gafas. Cómo se las ponía tras murmurar un claro.
─ Le espero fuera para acompañarla a la salida. ─se refirió a Andrés, dándose cuenta de que Raquel todavía tardaría unos minutos en recomponerse y de terminar de vestirse adecuadamente.
El empresario dirigió una sola mirada a su hermano antes de salir, indicando que estaría fuera.
Y aprovechando la adrenalina que todavía corría por sus venas, que Andrés le había dado la espalda, Sergio volvió hacia la mujer para dejar sobre la camilla uno de sus origamis. Una pajarita rápidamente elaborada, una que contenía su número de teléfono dentro.
La miró unos segundos, igual que Raquel, y mientras se iba por la puerta…
─ Llévesela. ─ Raquel le sostuvo la mirada unos segundos, extrañada al verlo con esos cristales de por medio. Parecía una persona completamente diferente.
Lo perdió de vista, la melena, la espalda y la camisa mientras observaba la pajarita que acogió entre sus manos, tras dejar el teléfono a un lado.
Y entonces vio la tinta negra. El dibujo de un seis… un cero, un tres. Para cuando quiso volver a elevar la vista ya estaba sola.
Raquel recogió sus cosas con velocidad y trató de alcanzarlo, pero fuera solo quedaba Andrés de Fonollosa. Andrés, que giró el rostro y le dedicó una sonrisa que la inspectora no se creyó.
─ ¿Se encuentra mejor? ─ preguntó él, comenzando con un paso calmo.
─ Sí, muchas gracias. ─
─ ¿Se va a reunir con su familia, la están esperando? ─ Raquel miró a aquel hombre pensando en qué le podía correr por esa cabeza.
─ Sí... tengo que ir al parking. ─murmuró ella, mientras seguía avanzando.
Encontró en seguida familiar el recorrido y que probablemente podía llegar hasta allí. Andrés iba a preguntar más después de analizar sus facciones.
─ Puedo seguir sola, gracias. ─le cortó Raquel al verle abrir la boca.
─ Claro. ─terminó por aceptar Andrés, con elegancia.
─ Si necesita algo no dude en contactar con nosotros, tenga mi tarjeta personal. ─el gallego le tendió una pequeña tarjeta oscura con su nombre y apellido, y un número de teléfono.
Raquel se iba del parque con dos números, información y un chichón en la parte trasera de su cabeza.

Chapter 8: La pajarita.

Summary:

Raquel y Sergio comparten su primera llamada telefónica. Y esta se va a ver muy empañada por una revelación y una sospecha. Sergio por fin empieza a reaccionar a toda la oscuridad que se cierne sobre el negocio familiar.

Chapter Text

Raquel llegó a casa con la sobreexcitación del momento. No quiso preguntarse por qué su hija estaba solamente con su madre. Por qué Alberto no había llegado a casa o por qué si lo había hecho no estaba allí.
Se calentó las sobras que se cenaría en el despacho y subió allí tras darle un beso a Paula. No le contó nada. Tampoco de su encuentro con el pirata, y en cuanto pudo cerrar la puerta sacó la pajarita y la tarjeta.
Sergio. Sergio Marquina, o… ¿Sergio de Fonollosa? No lo sabía. Frunció el ceño. Buscó ambas cosas en Google, y también en la base de datos. Nada. Lo único que salía era Andrés.
Eran hermanos. Eso lo tenía claro. Lo habían dicho y se habían comunicado de una manera demasiado especial y marcada como para no serlo. Había preocupación en el rostro del empresario al principio, además de todo ese estrés.
***

Andrés no le había querido decir demasiado a Sergio. Y eso el menor de los dos hermanos lo notó perfectamente. Pero tampoco discutió. No estaba para sermones. Necesitaba más que nunca desmaquillarse y cambiarse de ropa. Irse a su casa, dormir un poco. Iban a cerrar el parque el miércoles, ya estaba el anuncio puesto.
Iba a repercutir y no de manera positiva. No era idiota, lo sabía perfectamente.
De todas maneras, le sorprendió cuando su hermano quiso desprenderse de su compañía tan fácilmente. Tan pronto.
─ Que pases buena noche. ─le dijo Andrés, cuando apenas llevaban la mitad del recorrido.
Sergio frenó su caminar, observándolo. Analizándolo. Andrés asintió una vez y él terminó imitándolo, aceptando la situación.
─ Si necesitas ayuda llámame. ─ murmuró él.
Andrés sabía que podía contar con Sergio. No se trataba de eso. Se trataba de que todo estaba oscureciéndose demasiado deprisa y Sergio era demasiado negativo como para poder serle de ayuda.
Se quedaría trabajando, atando cabos. Con Tatiana, que estaba de camino. Como el matrimonio y dupla que eran.
Jakov solo se acercó a su amigo y superior cuando hubo visto al de gafas alejarse hasta casi desaparecer.
Sin preámbulos, se dispuso a hablar, a su lado y caminando, entregándole un gran sobre de color marrón.
Contenía fotografías de Alicia Sierra.
─ Está casada. Con el inspector Germán García. Él tiene cáncer. Terminal, le quedan unos meses. Ella no lo ha comunicado ni ha tomado ninguna medida o baja especial en el trabajo. ─Lo que el rubio del bigote le estaba entregando a Andrés era oro. Oro puro para conocerla mejor. Para meterse bajo su piel y destruir desde dentro las bastas defensas que pudiera interponer.
Al día siguiente tenía esa reunión en el despacho. Y tal y como se estaban poniendo las cosas, iba a necesitar todos los ases que tuviera sobre la manga.
─ ¿Y Raquel Murillo? ¿Qué tiene que ver con todo esto? ─ preguntó, deteniendo el paso antes de que el croata se metiera con él en el despacho.
Jakov suspiró un poco, desviando la vista.
─ No sé. Es policía, inspectora también. Creo que conoce a marido de abogada. Tienen amigos en común. El marido de ella hizo foto de cena de cuatro hace unos años y está en Facebook.─
─ Ósea, que son amigas. ─ Andrés asintió, con su barbilla fruncida y terminando de confirmar que podría apretarle las cuerdas por ahí.
Sí, tenían puesta a una depredadora y quería convertirlo en su cena.
Pero no tendría ningún reparo al utilizarlo todo contra ella.
─ Gracias, Jakov. Mañana descansa. ─le dijo, dándole una palmada en la espalda. Ese era su permiso para que se retirara. Casi como un plebeyo y él un señor.
La condescendencia del más bajo de los dos hombres tuvo que cansar al croata, que de todas formas continuó su camino hasta el coche.
A fin de cuentas, aguantar algunas posturas de su jefe no era nada extraño. Todo el mundo se llevaba a la gresca a veces con sus superiores. Y ese trabajo, el parque y sus compañeros habían sido lo más parecido a una familia que tenía desde la guerra de su país.
Lo único que le hacía aplazar su sueño de irse a trabajar a una reserva natural.
*****
La espalda de Sergio tocó el colchón de su cama, con el cuarto completamente a oscuras cuando el teléfono sonó.
Le obligó a abrir de nuevo los ojos, alcanzar el dispositivo con la mano derecha. Las doce y media de la madrugada. Un número desconocido.
Trató de no emocionarse ni llegar a rápidas conclusiones.
Su voz sonó con fuerza, firmeza, sin llevar a ser nada más que un susurro cansado.
─ ¿Dígame? ─
─ Sergio…─ la voz de la mujer se distorsionaba ligeramente a través del teléfono.
De todas formas, él le había reconocido perfectamente. Se incorporó en su cama, sin realmente creerse que hubiera decidido a llamar tan pronto. A… aceptar de alguna manera la mano que le tendía.
La inspectora estaba en pijama. Más bien, lo que era su pijama. Ausencia de pantalones y una camiseta de estar por casa. La pajarita estaba desecha entre sus piernas y había capturado el interior de su mejilla por los nervios.
─ ¿Raquel? ─murmuró él, con los ojos abiertos y todo su sistema de repente, muy despierto.
Su voz no mejoraba las ideas que habían cruzado por la mente de la mujer mientras se decidía o no a llamar. Le hizo cerrar un poco los ojos, unos segundos.
─ Hola. ─ saludó ella, casi como una quinceañera, confirmando así su identidad frente al pirata.
─ Hola. ─murmuró él, tratando de no fruncir el ceño.
Parecían de verdad dos adolescentes.
─ ¿Se encuentra bien? ─ preguntó él, rompiendo el extraño silencio implantado entre ambos.
─ Sí, sí… Solo quería… bueno. No sé, le parecerá una tontería. ─ murmuró ella, pasándose la mano por la frente, retirando el pelo de la misma.
Sergio aguardó, conteniendo una sonrisita.
─ Darle las gracias. Y… como he encontrado este teléfono, confirmar también que era el suyo. ─murmuró ella.
Una pequeña risa nasal terminó por acelerar el corazón del hombre.
─ Pues… bueno, no hace falta. Al final, el golpe lo tiene por mi culpa. Parece que tenía todo controlado. ─
─ En realidad… por más entrenamiento que tenga una, yo no sé qué me ha pasado para saltar así. ─murmuró Raquel. Al final iba a tener que saberlo. Suponía.
Sergio estaba uniendo sus propias piezas cuando ella pareció predispuesta a confirmar una teoría que personalmente, a Sergio no le hacía mucha gracia.
─ Soy inspectora de la policía nacional, Sergio. ─añadió ella, en un susurro. Miró hacia atrás, como si la sombra de su marido pudiera aparecer en cualquier momento a su espalda.
La ausencia de respuesta por parte del hombre le estaba angustiando.
─ Perdone, tengo que… tengo que colgar.─
Raquel no tuvo tiempo a reaccionar. No tuvo tiempo casi ni a coger un suspiro. Sergio se había apartado el teléfono de la cara, mirando el aparato con cara de marciano. Se agregó el teléfono a la agenda.
Y justo después marcó a su hermano.
Andrés no tardó ni un segundo en responder a la llamada desde su despacho. La manera de escuchar el fondo le indicó al menor que estaba en manos libres.
─ La mujer de hoy es inspectora, Andrés. ─
─ Ya lo sé. ─
─ Tenemos un problema, uno gordo y ─
─ Espera. ¿Cómo que ya lo sabes? ─ Sergio había empezado a hablar sin parar, y la verdad es que su hermano le había cortado de mala manera.
El suspiro al otro lado de la línea le indicó que no le iban a gustar la respuesta a ese cómo.
─ ¿crees que tiene que ver con el caso abierto? ─preguntó Sergio, con urgencia.
─ ¿Cómo te has enterado de que es policía, Sergio? ─preguntó de vuelta el gallego, compartiendo una mirada con su mujer.
─. . . ─
─ Sergio. ─
─ Le he dado mi teléfono. ─confesó al final.
La risa ya se la esperaba, la de los dos. Y no le molestó menos por ello. La tensión en sus hombros desnudos, en su mandíbula. La silueta del hombre frente a la ventana, toda oscura, con el teléfono en el oído se terminó de tensar con lo siguiente.
─ Perfecto. Perfecto, Sergio. Para una mujer a la que te atreves a acercarte en treinta, TREINTA años, y tiene que ser policía.─ le felicitó Andrés, de manera irónica.
─ Espera… no le digas esas cosas, cariño. ─la voz de Tatiana hizo que se tensase todavía más. Sobre todo porque que su cuñada saliera en su defensa de manera no irónica no era nada propio del tipo de relación que tenían.
─ Nos va a venir hasta bien, Sergio, fíjate. ─añadió la fémina, consiguiendo que la tensión terminara en un pesado suspiro por su parte.
─ No. ─se negó en rotundo antes de que siguieran. Era lo suficientemente inteligente como para saber lo que iba ahora.
─ Si no quieres destrozar el legado de tu padre, Sergio, es un sí. Ya va siendo hora de que te hagas responsable de lo que también es tu responsabilidad. Vas a acercarte a esa mujer, Sergio. Y vas a averiguar que pretenden hacernos. ─
Andrés no necesitaba ver a su hermano para saber la postura tanto física como mental en la que lo había puesto. Pero en esos momentos le daba igual. No llevaban años luchando en ese proyecto para que ahora los escrúpulos o la ética de su hermano pequeño se interpusiera.
A fin de cuentas, era Sergio y solo Sergio quien poseía el apellido Marquina, a quien su padre había dejado el parque.
─ ¿hacernos? ─ preguntó de todas formas, tras repetir una y otra vez a mucha velocidad las palabras del mayor en su mente.
El chasquido de lengua fue sonoro y apreciable.
El ambiente se había tornado gris, y los ánimos, el pulso y el buen humor de la llamada, del hecho de que ella se hubiera atrevido a aceptar su pequeña primera propuesta desaparecieron.
─ Estoy intentando averiguarlo. ─respondió Andrés, sin hacer demasiada sangre de la herida, de las ilusiones de Sergio pese a que no lo creía capaz de tal cosa.
─ . . . creemos que tiene que ver con la abogada, con Alicia Sierra. He quedado con ella en su despacho y de repente aparece esa mujer. Y nos monta una escena. No sé, Sergio. No me huele bien.─
Cómo no. Sergio estaba ligeramente dolido pero no podía decir que le sorprendiera que el sistema de justicia se moviera de manera oscura, trazando dobles líneas, dobles fondos, con jugadas sucias.
Y en el fondo. Andrés tenía razón. De una manera u otra llevaba mucho ignorando, o más bien, dejando correr, dejando que Andrés tirase de lo que era su herencia. Por amor a él, por amor al dinero, al reconocimiento. Qué más daba.
─ Sergio. ─lo volvió a llamar su hermano ante tanto silencio.
─ Lo haré. ─murmuró finalmente, como respuesta. Seguía ahí. Aceptaba.
─ ¿Qué? ─era demasiado fácil para que fuera cierto. En el despacho, la pelirroja y el gallego cruzaron miradas.
─ Que me acercaré a ella. Y averiguaré qué intenta, no lo sé. No nos van a quitar el parque, eso tenlo por seguro. ─afianzó el vasco.
─ Mañana por la mañana voy a verte, ahora… deja el teléfono y descansa lo que puedas. No te preocupes por el desayuno, eh. Traeré pastas de San Onofre. ─el tono de voz de su hermano se había modificado ligeramente, más amable, más agradable.
Sergio no se podía negar.
─ Bien. Buenas noches. ─añadió, antes de apartarse el teléfono del oído.

Chapter 9: Debate, Debate

Summary:

Sergio y Andrés desayunan juntos. Raquel tiene que hablar con alguien de lo que ha ocurrido, y la confusión no solo la sacude a ella. Sergio toma una decisión y Andrés por fin tiene su encuentro con Sierra.

Chapter Text

La frialdad, la capacidad de no perder los nervios y ser plenamente consciente y controlar en todos los aspectos su cuerpo y su mente era algo de lo que Andrés presumiría si esas declaraciones no le terminaran jugando en su contra.
Si alguien había de apreciar su superioridad para con el resto y lo hacía en voz alta no lo negaría, pero la gente por norma era demasiado reacia para apreciar y hacer esos comentarios a los demás.
Quizás solo Martín. Por eso ignoraba sus declaraciones de amor velado y no quería verlo más allá de lo que le convenía.
En esa ocasión, tendría que concentrarse en todo lo que ocurría.
Tal y como prometió a su hermano se presentó a primerísima hora de la mañana en su casa. Sergio todavía estaba en esa fase de la mañana, vestido con sus aburridísimos trajes y el pelo algo húmedo cuando le abrió la puerta.
─ Buenos días, hermanito de mi corazón.─entró Andrés, saludando y rebasando a su hermano en cuanto la puerta le permitió colar su cuerpo dentro del piso.
Sergio no le impidió pasar, pero no respondió hasta que cerró la puerta, comprobando que su hermano estaba dejando la caja con las pastas en la mesita de su salón y buscaba cucharitas para el café que traía.
─ Hola. ─ respondió el de gafas, con cierta sobriedad. Por las ojeras que le encontró su hermano, Sergio no escondía que le seguía faltando sueño y bronceado.
Tomaron asiento casi a la vez, de manera coordinada.
Sergio cogió el vaso de plástico en el que venía su café para mirarle e invitarlo a hablar.
Pero nada era tan fácil con Andrés de Fonollosa.
─ Cuéntamelo todo. Y bien, por favor. No te dejes cosas. Necesito conocer la magnitud del problema. ─murmuró el menor.
La demanda era lógica, y pese a que el gallego emitió un pequeño sonido de exasperación, terminó por asentir, cruzando una pierna sobre la otra, tomándose la primera pasta que apoyó sobre una de las servilletas.
─ Estamos de esta manera. ─empezó el del traje de tres piezas, mirando a su hermano a los ojos, en frente. Se dedicó a gesticular un poco, mientras esperaba a que se enfriase el café que todavía humeaba.
Como conocía el gusto de su hermano por los juegos detectivescos, además, le añadió un poquito de la entonación policial. Un chiste de mal gusto para cualquiera que no fueran los hijos de Jesús Marquina.
─ Tuvimos aquel incidente. Antes de que se terminase el plazo para la denuncia, la ponen, y no la ponen solos, sino con ayuda de una de las mujeres más sin escrúpulos que ejercen la abogacía en este país y seguro la que más de esta ciudad.

Sin duda, La Reina de las Hijas de Puta. ─ Sergio había atendido palabra por palabra casi sin pestañear. El mote le hizo rodar los ojos y darle el primer sorbo.
El que no se quemase desconcertó al empresario unos segundos, antes de seguir.
─ No, no, Sergio, lo es. ─insistió el mayor.
─ ¿qué tiene que ver con la policía? ─preguntó Sergio, pidiendo un poco menos de rodeos, pese a todo.
─ Sabes tan bien como yo que las casualidades raramente lo son. Lo del niño, bueno, bien. Puede que fuera un accidente, pero no, desde luego que no lo era la presencia de esa mujer allí.

Raquel Murillo y Alicia Sierra son amigas desde la facultad y ella y el marido de Sierra comparten comisaría y años de Graduación en la Academia de Policía. ─ Esa información, por supuesto, había sido adquirida gracias a los dotes investigadores del croata, y Sergio no tuvo ni siquiera que preguntárselo a su hermano.
Contenía las muecas de desagrado, lo que le molestaba la dirección que estaba tomando y que apuntaba al asunto.
─ Ya sabes como funciona esto, Sergio, lo sabes. ─siguió presionando su hermano mayor, que conocía bien al pirata como para intuir que estaba debatiendo con su propia moralidad.
El de gafas negó con la cabeza, y tomó un bocado de una de las pastas espolvoreadas.
Ya le había costado suficiente el poder animarse a darle el teléfono a esa mujer como para enterarse así de todo esto.
─ Seguramente ella también quiera acercarse a ti para saber de qué va todo esto por dentro, sacarnos los trapos sucios y dárselos a su amiga en una cena de viernes por la noche, mientras se beben una copa de vino, Sergio. ─ masculló Andrés, casi irritado.
─ Ayer cuando me llamó fue de las primeras cosas que me dijo. ─le respondió Sergio.
Andrés guardó silencio unos segundos, sosteniendo la mirada, el reto.
─ De las primeras cosas que me dijo era que se dedicaba a eso. Que era inspectora. ─
─ ¿Y? Sergio, ¡ppor favOr! Se intenta ganar tu confianza, de primero de persuasión. ─ chasqueó la lengua Andrés, negando con la cabeza.
El contacto visual se rompió con frialdad.
Sergio podía ser muchas cosas, pero jamás rompería con su lealtad hacia la sangre, hacia su familia, a esos que le habían cuidado y protegido cuando no podía hacerlo él. Se lo debía a su padre, a su abuelo, a su hermano y a su apellido. Y tenía razón. Esa mujer podría haberle engañado de cualquier manera.
Y no pensaba dejarse humillar.
─ Voy a ir a ver a Sierra a su despacho. Me ha citado allí. Lo sé desde hace unos días pero no tenía por qué enterarme de que tenía gente en el parque, seguramente haciéndole todo tipo de trabajo sucio. ─ Y no podían saber si Raquel Murillo había informado de su implicación en el accidente.
Lo lógico era creer así.
Suspiró con cansancio, intentando sacarle a Sergio algo, una respuesta, una réplica, algo con lo que poder seguir hablando y no manteniendo el monólogo que pudiera parecer hasta el momento.
─ Averiguaré lo que sabe. O lo que pretende, no lo sé. ─terminó pronunciando el de gafas, subiendo la misma de un pequeño golpe.
Solo entonces Andrés se permitió una segunda pasta.
─ Bien. Pero no te olvides de quién eres, Sergio. De quién era tu padre. ─ murmuró el más adulto de los dos, aunque por comportamiento no siempre lo pareciera.
Sergio le siguió de nuevo con la mirada, la pulcritud con la que comía.
Suspiró un poco y se puso de pie, terminándose el café antes de poner sus cartas sobre la mesa.
─ Con una condición. Me vas a contar todo lo que pase entre Sierra y tú. Si me voy a implicar, me implico con todo y no quiero ni un solo secreto, Andrés. O todo o nada. ─
La superioridad que le daba la altura por la diferencia entre él de pie y Andrés en la silla no le gustó a este último, mucho menos que su hermano menor le pusiera entre la espada y la pared.
Pero tras unos segundos, terminó agitando su cabeza.
─ Bien. Serás le primero en saberlo. ─ pero Sergio tardó unos segundos en aceptar esas palabras. En elegir creer a su hermano.
Los dos tenían una larga jornada por delante.
Y como ellos, la inspectora Murillo, a la que le esperaban muchas preguntas que resolver.

Raquel había regresado a su casa y había estado más callada de lo normal. Eso, por una vez, no pareció irritar a su marido sino todo lo contrario. Aun así, cuando ella se metió en la cama él ya dormía.
La conversación con Sergio le había dejado completamente desorientada. Quizás seguía mareada por su golpe y estaba, evitando ir al hospital, condenándose a si misma a una consecuencia médica peor que un chichón.
Pero todavía podía pensar, y no dejó de hacerlo durante toda la noche. Llevó a Paula al colegio a la mañana siguiente sin apenas dormir.
Sergio y Andrés eran hermanos. Aun así, por Sergio de Fonollosa o Sergio Marquina no había más respuestas de las que había encontrado en un principio.
Al llegar a la oficina terminó claudicando. Terminó compartiendo sus pensamientos y los acontecimientos de la tarde reciente con Ángel, que escuchó en silencio intentando que sus muecas y gestos no fueran delatadores de ninguno de sus pensamientos, en vano.
Cuando Raquel terminó, aguardando respuesta ocultándose tras su vaso de café, Ángel cogió una bocanada de aire.
─ No sé, Raquel. No me da buena espina. Tu no te comportas así. Parece que… ─ Raquel no dejó terminar a Ángel con aquel comienzo de reproche.
Uno que le iba a herir porque podría estar saliendo de la misma manera aunque con un tono diferente de los labios de Alberto.
─ No me digas que me estoy obsesionando, Ángel. ─replicó ella, dejando la taza sobre su escritorio.
─ No me lo digas porque son muchos años, y yo se cuando mi instinto me habla. ─añadió, casi en un tono demasiado agresivo, a la defensiva.
El de gafas de pasta terminó alzando las dos manos en señal de inocencia, frenando los ataques de su compañera.
─ No he dicho eso, pero entiéndelo. ¿Qué crees que te diría el comisario si se lo contaras, por ejemplo? Que estas acosando a un tipo que solo se dedica a bailar y a hacer cabriolas vestido de pirata en un parque de atracciones de dudosa reputación, Raquel. ─se contestó solo, casi sin darle tiempo a llevarle la contraria.
Aunque tampoco podía. Sonaba así. Y la frustración seguía creciendo en su pecho. Era injusto.
No era la primera vez que algún desconocido o incluso familiar dejaba entrever su rechazo hacia el cuerpo nacional de policía, hacia la elección de Raquel a la hora de trabajar. Le había costado pasar del asunto, pero eran muchos años.
Solo… no esperaba ese corte así. La tenía confundida y no podía quedarse con las dudas. Era Raquel Murillo. Terminaba resolviéndolo todo y esos hermanos, ese hombre, el parque, todo aquello…
─ Bueno, esto no va a terminar así. ─terminó murmurando, dejando de apoyarse sobre la madera de su escritorio.
La inspectora se terminó su café y volvió a la silla acolchada que había tras el mismo.
─ El caso pasado, el de la negociación por el secuestro en la Caja Rural, ¿qué tenemos, hemos sacado algo más de los informes?─preguntó, desviando el tema de manera algo brusca, pero que Ángel aceptó con elegancia y una pizca de sumisión.
***
Andrés había decidido que esta vez, todo el control lo tendría él. Que a diferencia de ella, él estaba seguro de que nadie conocía sus trapos sucios, que nadie podía averiguar algo que utilizar para chantajearlo y que si esa abogada era la reina de las hijas de puta, él era el Rey y Señor.
El traje oscuro, de una textura que de lejos ya incita al tacto, una corbata llamativa, un chaleco más vivido que el propio traje, unos zapatos relucientes y la mejor de su sonrisa.
La abogada, cuando apareció ante sus ojos después de que un hombre bajito y casi calvo le abriera la puerta a Andrés, estaba relajada en su asiento y masticaba un regaliz.
La verdad, no era la estampa que el empresario esperaba. Tuvo que contenerse para no alzar la ceja.
─ ¿Qué espera, un sirviente para que le limpie el asiento? ─espetó ella, dejando de masticar y enderezándose algo en la silla, mientras señalaba le que tenía en frente.
─ Venga, siéntese. ─lo animó, consiguiendo por fin que él reaccionara. Andrés se desabrochó la americana antes de tomar asiento.
Era bastante inusual que tuviera que lidiar con unos modales tan bruscos en una mujer que rezumaba elegancia por los cuatro costados.
Era casi brusco, incómodo de ver para él.
─ Buenos días. ─ Saludó Andrés, ahora sí, cara a cara, casi como una reprimenda.
─ Sí, sí, nos vamos a dejar de cortesías, señor de Fonollosa, y vamos al turrón. ─ zanjó la de la coleta color taheño, mientras el gallego se mantenía en silencio.
─ Le investigué, ¿Vale?─dijo, mientras se llevaba a la boca el último bocado de regaliz.
Las manos con las largas y pintadas uñas de la mujer empezaron a dejar archivos a un lado del portátil, mientras masticaba.
Andrés no necesitaba confirmación de que muchas de las cosas que había ahí dentro eran públicas.
─ Imagino que tendrá permiso para todo ello y que no se estará extralimitando a las facultades que le dan para el caso, letrada. ─murmuró Andrés, sin perder la sonrisa.
─ Oh, sí, sí, yo tengo los permisos del juez, del alcalde si los quiere. ─replicó sin darle mayor importancia.
Dejó los papeles para establecer el contacto visual.
─ Es usted un pieza, eh, Don Andrés. ─murmuró ella, formando una amplia sonrisa que también hizo crecer al final la del contrario.
─ Se ha casado cinco veces antes de su mujer, a la que saca unos cuantos años, ha tenido distintos negocios, algo de vinos, pero. Oiga.─la manera de hablar, de gesticular de ella no le agradaba en nada a él.
─ Puff, de la noche a la mañana, va usted y consigue que el parque de atracciones desastroso que le ha dejado a su hermano el padre del que usted reniega cambiándose su apellido, se refrote y hasta de unos beneficios que le permiten comprarse estos trajes tan caros y pretenciosos que me lleva. ─ pocas cosas llevaba Andrés peor que las faltas de respeto.
Eso también lo había intuido, y la mueca que consiguió arrancarle al empresario le dio a la abogada un regusto de placer en el cielo de la boca que pocas veces experimentaba ya en compañía de su marido.
─ Si lo que le interesa es mi vida amorosa, letrada.─empezó Andrés, sin apenas cambiar su postura en su asiento.
─ Puede decirlo con absoluta libertad, no le de vergüenza. ─
─ Pues fíjese que sí, sí me interesa. O por lo menos, le voy a dejar una cosa clara. ─comenzó Alicia, inclinándose sobre su propia mesa, acortando la distancia entre sus rostros y manteniendo el reto de sus miradas.
Andrés no la interrumpió, ni perdió la sonrisa. Tampoco retrocedió.
─ Le aseguro que le voy a dejar en paños menores y al que le va a corroer la vergüenza, va a ser a usted. No sabe con quién se ha ido a topar, señor. ─ y el retintín final de ese “señor” consiguió del empresario la mejor de sus sonrisas.
Sergio le había dicho alguna vez que era sonrisa de tiburón. Alicia Sierra hacía rato que sabía que nadaba con uno.
─ Estoy muy contento con mi apariencia en paños menores, letrada. ─repitió, inclinándose un poco hacia delante, también, sin dejar que la mujer le cogiera terreno.
─ Y cada vez estoy más seguro de saber a quien tengo delante. Pero le voy a decir una cosa. ─ Andrés se levantó del asiento, apoyándose sobre la mesa con las manos y ejerciendo una superioridad física ante la igualdad intelectual.
─ Para querer hacer pagar a la gente por sus errores debe estar muy segura de no tener nada en su expediente por lo que pagar. ─añadió, mientras la miraba. Solo entonces se enderezó, de nuevo, firme como un palo.
Con un gesto simple se volvió a abrochar la americana.
─ Si eso es todo, me temo que tengo que abandonarla. ─y fue muy consciente de qué palabra utilizaba entonces.
─Tengo asuntos que atender. Señora. ─se despidió con un exceso de formalidad solo para picar un poco a la mujer de mediana edad, o que se acercaba peligrosamente a esa franja de edad donde los años parecían ser una losa para muchas de ellas.
Alicia Sierra no era como las demás. En eso tenían razón todos los hombres que intentaban etiquetarla. Normalmente ese tipo de reuniones terminaban de dos maneras. Con intentos de sobornos o con amenazas por nombres importantes en la administración de la comunidad o del propio sistema de justicia.
Al parecer, Andrés de Fonollosa tampoco se dejaba placar con facilidad.
A esas alturas de la película ninguno de los dos peleaba ya por el caso del accidente. Era una pelea por su honor, su orgullo.

Chapter 10: Super increible

Summary:

Sergio y Raquel vuelven a encontrarse... y los roles se han cambiado, al menos, por una vez.

Chapter Text

No fue fácil para Raquel dejar de pensar en Sergio. Ni siquiera cuando estaba pensando en los casos, informes y distintos trabajos que tenía por delante, por cerrar. El trabajo de oficina a veces se le hacía muy cuesta arriba.
Y volver a casa tampoco resultaba muy agradable.
Hacía varias semanas que Raquel sospechaba que su marido le era infiel. Debería haberle resultado un revés amargo, muy doloroso. Pero no había sido así. Solo le había dolido en el orgullo, en la sensación de que Alberto solo la humillaba. Que ya no tenía ni una pizca de respeto por ella, por la mujer que era.
Y no quería pensar en eso. No quería verle en el rostro de Paula ni cubrirlo en las preguntas que planteaba la menor, pero lo hacía.
Su hija era lo único bueno que debía proteger y que protegería toda su vida.
Sin importar quién o quienes. Y si su hija quería celebrar el carnaval con un disfraz a juego, ella conseguiría ese disfraz y se disfrazaría con ella.
Así que salió antes del trabajo y se enfundó aquel traje rojo y negro. De los increíbles, había dicho Paula. Y Raquel se pegó una mañana buscando por Amazon hasta encontrarlos. Ella iría de la madre de los increíbles, Paula de Violeta, la niña que se podía volver invisible y que hacía campos de fuerza para proteger a los suyos.
Se miró en el espejo de su habitación, admirando entonces lo poco que dejaba a la imaginación aquel traje elástico, y que no estaba mal. Que no se veía mal aunque estaba algo más delgada de lo que solía. Se puso el antifaz, sintiéndose extraña por unos segundos.
Paula volvió a aparecer de sopetón en su cuarto, sacándola de sus pensamientos.
─ ¡¡TACHÁN!! ─ dijo nada más entrar, con los dos brazos hacia arriba para que la mirase. Raquel se sobresaltó un poco al principio, pero terminó aplaudiendo con una sonrisa mientras se quitaba el antifaz.

─ Estás preciosa, cariño. ─ murmuró, con diversión, agachándose hasta hincar la rodilla en el suelo.
─ Tu también, mami. ─ no hizo falta que lo pidiera, Paula se giró y Raquel terminó de subir la cremallera y cerrar bien el traje.
El plan era sencillo. Tenían que ir al pabellón del barrio donde se iban a dar algunas actuaciones musicales y estaba preparada también una yincana infantil además de unos hinchables.
Por el grupo de las madres de la clase de Paula Raquel sabía perfectamente que no sería la única disfrazada y dando el cante.
Iban bien de tiempo.
─ Y no hace frío, no hace falta el abrigo. ─ celebró la niña, girándose de nuevo y dando unos saltitos.
─ Bueno… pero vamos a ir en el coche, así que los dejamos allí. ─ Raquel sabía bien que terminaría sudada en los hinchables. No se arriesgaría a que a la salida se enfermara.
Negó un poco con la cabeza la verse otra vez a sí misma, y optó por no pensarlo más y dirigirse hacia el coche. Cerraron con llave.
No tenía ganas de cocinar esa noche, así que seguramente parasen a la vuelta en algún sitio de comida rápida, con la excusa de que era un día especial.
Por unas horas, Raquel Murillo por fin había olvidado la pajarita que tenía escondida en su armario, que aquel hombre que le había colgado de aquella manera y se sintió liviana cerca de Paula.
Su razón de ser, de actuar y de seguir.

Pero Sergio no había llegado a la vida de las dos para salir de esa manera. Casi sin haber entrado.
Y necesitaba saber más para sentirse seguro en presencia de la mujer. Para acercarse a ella y sonsacarla. Así que se vistió, se preparó y aprovechó sus días de descanso para informarse.
Primero, de manera informática. Había recortes y algunos artículos sobre la inspectora Murillo. Negociadora de renombre, sin víctimas en sus casos, inspectora de muchos otros y una carrera desde luego, de las que se estudian en la Academia.
Estaba casada con otro policía. Eso lo averiguó por Facebook. Él no le gustó. No le había gustado desde el primer momento. La profesión tampoco ayudaba. Se casaron hacía unos cuantos años y justo después habían tenido a la niña.
La niña se llamaba Paula y tenía ocho años. Sergio la reconoció con más claridad que a nadie.
Después de cotillear toda la mañana, decidió volver a los orígenes. A cómo lo habría hecho Sherlock. Sergio se desplazó hasta el barrio de la familia y dio un paseo. Quería saber cómo era el mundo de esa mujer. Si era de esas personas que tenía una doble personalidad, una manera muy diferente de comportarse en casa y en el trabajo.
Su compañero también salía bien resaltado en todos los artículos que había leído él sobre Raquel y su carrera profesional.
Y se sentía un poco fuera de lugar en un barrio donde todo parecía perfecto. Con jardines con flores y el césped siempre bien cortado, un barrio familiar, seguramente donde la tasa de delitos sería muy baja. No habría robos, apenas se movería droga. El barrio perfecto para dos policías, funcionarios y una niña pequeña.
De los que tenían colegios privados, concertados religiosos y concertados basados en otro idioma, los bilingües. Sin saber bien por qué, Sergio terminó eligiendo la ruta a la biblioteca. Había estado una vez, hacía muchos años, documentándose sobre los piratas y su verdadera historia.
Si los niños considerasen de verdad que los piratas eran ladrones, películas como las que había protagonizado Johnny Deep no habrían sido tan famosas.
Al final de la calle, justo donde se erigía el polideportivo municipal, emanaba el ruido y el ambiente festivo. Sergio observó, sin entender al principio.
En seguida unió los hilos. Un niño pasaba de la mano de su padre, los dos con disfraces a juego sobre la guerra de las galaxias. Sergio los dejó pasar y siguió su camino. No pensó si quiera las posibilidades que podría haber de cruzarse con ellas.
Quizás, el que se había disfrazado con su hija era Alberto. Quizás lo reconocía. Igual Paula no iba allí, quizás ninguno de los dos había sacado tiempo o igual a la niña no le apetecía.
No se paró a pensar lo creepy que podría estar pareciendo. Siguió caminando, detenerse no era una opción, pero iba atento. A todo lo que lo rodeaba, pese al ruido que hacían todos esos niños juntos, las madres y los padres hablando entre sí. La puerta abierta del pabellón dejaba ver los hinchables.
Y entonces la vio. Creyó verla, y se lo confirmó ella con aquel contacto visual. Entre toda la gente, Raquel encontró a Sergio. Se levantó el antifaz, y rompió el contacto con confusión mientras buscaba a Paula con la mirada, que seguía dentro jugando.
El actor aprovechó esos segundos para apreciar su cuerpo. En ese disfraz, no había una parte de la anatomía femenina que quedase para la imaginación. Sus curvas se apreciaban bien, y Sergio solo pudo pensar una cosa.
Qué bien le queda el rojo.
Y solo salió de su ensoñación, ya detenido en medio de aquel caos, cuando ella empezó a caminar hacia él. Con decisión, con fuerza en cada paso.
En realidad, Raquel ya no sabía qué pensar pero no iba a volver a quedarse con la palabra en la boca. Porque Murillo no creía en las casualidades. La confusión la iba a volver loca y para las pocas horas que había dejado de darle vueltas a la llamada compartida, no iba a dejar que ese hombre lo estropeara todo con su presencia para luego volver a dejarla igual.
─ ¿Hola? Sergio. ─le llamó ella mientras se acercaba.
Él sacó las manos de los bolsillos, cerró la boca unos segundos y bajó la mirada, evitando volver a mirarla del mismo modo tan de cerca. Incluso algo avergonzado por sus propios pensamientos.
─ Hey… hola. ─murmuró, volviendo a subir la mirada hasta los ojos marrones de la fémina.
La inspectora ladeó la cabeza y sus cejas se arquearon.
─ Parece que intercambiamos los papeles. ─apuntó Raquel.
Ella misma se miró, y lo miró a él. Buscó el eyeliner tras las gafas, y la seguridad que le daban a sus ojos. Parecía un hombre completamente diferente.
─ Bueno… no era algo que esperase. ─dijo él, corrigiéndose de manera automática. Ni siquiera le había dado tiempo a mal pensar.
─ Verla. Y de esta guisa. ─aclaró, consiguiendo que la inspectora relajara un poco los hombros.
Le había hecho gracia. Le hacía gracia la aparente timidez de un hombre, como si su actitud cambiara drásticamente si portaba o no esa camisa casi desabrochada.
─ ¿Qué hace por aquí?─preguntó ella.
El tono del interrogatorio no era algo que Raquel supiera controlar muy bien. Quería respuestas y se notaba.
Sergio no pareció sorprendido.
─ Me gusta pasear. ─aclaró con una mala excusa.
Era evidente que ninguno de los dos iba a creer aquello. Sergio se giró un poco, buscando la biblioteca con la mirada.
Raquel siguió sus gestos.
─ Necesitaba comprobar si estaba un volumen algo concreto, me he acercado pero… ─nada.

Se volvieron a mirar a los ojos. El silencio, entre todo el ruido, se instaló entre ambos durante unos pesados segundos. Se medían. O al menos Raquel debatía internamente si debía o no creerle. Si le había convencido.
Parecía el tipo de hombre que pasaba una tarde enterrado entre libros si lo veía así.
─ Pero… voy a aprovechar y. ─ Sergio rompió el silencio y carraspeó un poco, jugando con sus manos que fueron un apoyo gestual a sus palabras.
─ Quería disculparme con usted. Por la manera brusca que tuve de terminar nuestra llamada. ─fue aclarando, bajo la atenta mirada de la mujer.
El rojo y el negro del traje no hacía más que llamar a Marquina. A desatar distintos escenarios por los que ella estaría mejor en su mundo que en el que tenía.
Porque la verdad, sí parecía una mujer super increíble. Y el rojo era su color, no el azul.
─ Ya… bueno. ─ Raquel no quería arrastrarlo por el fango.
Parecía de verdad avergonzado de su comportamiento, aunque no le estaba dando ninguna explicación.
Y eso le molestaba.
También le molestaba y no poco que el corte que le hubiera dado un desconocido siguiera escociéndole después de un día y medio. Le molestaba no querer dejar de mirarlo. Como si fuera un enigma a descifrar.
Y le molestaba lo mucho que le estaba gustando que tratara de disimular las miradas que le había dedicado.
Le iba algo rápido el corazón aunque estaba controlando la situación bastante bien.
─ No era un buen día, bueno. No ha sido una buena semana, en realidad. ─ aclaró el hombre, apartándose el pelo de la frente unos segundos, mirándola de nuevo, dejando el silencio otra vez apoderarse de espacio que compartían.
Negó con la cabeza, y solo entonces retiró la mirada de ella otra vez. Paula estaba llamándola.
Raquel se había girado antes de ella y caminó hasta su hija, que también se acercó. Raquel rebuscó en el bolso la botella de agua que le entregó a la niña. Sergio disimuló un poco. Estaban muy bien las dos. A juego, Paula parecía feliz, con las mejillas sonrojadas y muy cansada de tanto salto, imaginaba. No se quitaba el antifaz, pero no hacía falta.
Sergio pensó entonces en que debería marcharse. Hasta sin despedirse, daba igual. Debía dejar a esa familia en paz. Pero primero tenían que dejar a la suya.
Evidentemente, la niña no reparó en él. Eso fue un alivio para la madre, que encontró otro más pequeño en que, al girarse, él siguiera allí.
─ No me ha reconocido. ─ dijo él, nada más verla acercarse. Era una observación pero requería una confirmación por su parte. La demandaba, casi.
─ No, no lo ha reconocido. Cambia usted muchísimo fuera del trabajo, ¿sabe? ─respondió ella.
Era una pequeña pulla. Un comentario con maldad. Seguramente al conocerlo en el trabajo esperaba un tipo extrovertido y abierto, muy amable, con conversación sin parar. Raquel no era todavía muy consciente de la imagen que estaba dándole entonces. Ella con ese disfraz que en el fondo le hacía sentir ridícula y él con ese traje tan sobrio, sin parecer pretencioso y con esas gafas.
Las mismas que salían en la foto del periódico.
─ ya… bueno, no quiero romperle la magia a ella. ─dijo Sergio, señalando con la cabeza el interior del polideportivo donde Paula debería estar jugando.
─ Pero usted ya es mayorcita para esperarme siempre con esas pintas. ─murmuró él, en voz baja, echándole una rápida mirada.

Llenó sus pulmones de aire. Siempre se le había dado mal hablar con mujeres y no tenía ni idea de cual de todas las opciones se le estaban pasando a ella por la mujer.
─ No es que estuviera pensando volver a encontrarme con usted, la verdad. ─respondió con rapidez Raquel, casi con mordacidad. Qué egocéntrico. No lo parecía. Torpe, tal vez.
¿Acaso no hablaba con mujeres? Estaba claro que sí. Que tenía compañeras que se preocupaban e interesaron por él.
Al menos una.
─ No, no. Claro, no decía eso. ─respondió con rapidez él, avergonzado. Casi podría haber jurado que las mejillas del hombre se colorearon un poco.
Carraspeó y ella sonrió.
Pero la sonrisa se le borró rápidamente.
─ Bueno, en realidad. Piense si… podemos empezar de nuevo, otro día. Fingir que no ha pasado, no creo que haya sido una buena manera de empezar ninguna relación, del tipo que sea. ─había captado la intención de la inspectora con la propuesta y la aclaración también le arrancó un amago de sonrisa.
No tuvo que pensárselo aunque debería haberlo hecho.
Era el primer hombre con el que se sentía cómoda en mucho tiempo.
Sin reservas.
Y no dejaba de ser un desconocido, no debería ser así. Pero no quería luchar contra eso. Raquel tenía todavía preguntas sin responder. Y él parecía estar abierto a responder al menos alguna.
─ ¿va usted a colgarme de nuevo si le vuelvo a llamar, verdad?─preguntó ella, de nuevo, como una manera de presionarlo ligeramente.
Sergio rio.
─ Mire… yo no volveré a colgarle, pero usted y yo tenemos que vernos cara a cara y procurar que ninguno de los dos vaya disfrazados. ─murmuró Marquina, en un arranque de descaro.
Descaro porque volvió a mirar el disfraz de la mujer, manteniendo una cauta sonrisa.
─ Los móviles no son especialmente lo mío. ─añadió él.
Raquel asintió entonces, aceptando después de manera verbal y abierta.
No quería verlo como una cita. Aunque lo pareciera. Aunque quizás, Raquel quería que lo fuera. Por humillar a Alberto de la misma manera en la que él la humillaba a ella.
─ Ya, ya veo. Muy bien, señor Marquina. ─
─ Ahora… será mejor que me vaya, creo que aquí destaco un poco.─musitó él, mirando a su alrededor antes de volver a decantar la mirada y reposarla sobre Raquel.
Era guapa. Era una belleza diferente, una belleza real, con carácter. Eran sus rasgos, su nariz.
La forma en la que reía. Sergio marcó un poco la propia, contagiado unos segundos.
─ Quien lo iba a decir, eh.., ─murmuró ella, asintiendo un poco con gesto relajado. Más de lo que en realidad estaba.
─ Será mejor que me escriba para concretar, ¿eso podrá hacerlo, verdad? ─consultó ella.
Sergio se encogió un poco de hombros, sobrepasándola con un par de pasos. Raquel giró, manteniendo esa atrapante mirada dentro de su campo visual.
Las gafas de él no eran freno de nada. Mucho menos de la adrenalina que le sacudía el pecho con cada latido.
─ Supongo que lo averiguaremos pronto. ─

Chapter 11: El cuento de hadas.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Los dos hermanos Marquina llegaron a casa con el mismo buen humor. La sensación en el vientre, ese cosquilleo y una sonrisilla tonta interna que no dejaron aflorar. Los motivos eran muy distintos.
Andrés rompería su promesa para con su hermano en el mismo momento en el que decidió aceptar la llamada entrante.
─ Sergio, hermanito, ¿Qué, qué tal?─preguntó, como saludo, sin demostrar su curiosidad y buen humor.
─ Bien, bien. Creo que he conseguido… arreglar una cosa extraña que hice antes de que hablásemos del tema.─murmuró, recordando la figura de la mujer en aquel disfraz y lo extrañamente agradable que había sido todo.
Pese a los nervios, pese a la jugarreta que se estaba trazando en las sombras.
─ ¡¡Muy bien!! FantÁSticO hermanito, excepcional. ─celebró Andrés de manera abierta.
A Sergio le gustaba escucharlo así, eufórico, feliz. Hacía demasiado que no tenían ya buenas noticias o motivos para poder descorchar una botella de champán caro. Pese a que a su hermano mayor le encantaba celebrar la vida de esa manera y su mujer lo alimentaba, con él era distinto.
─ ¿Y tu qué? ─ preguntó, recordando en ese momento la reunión que había mencionado.
Andrés se relamió los labios mientras se apoyaba en el sofá de su casa. Tatiana no estaba, lo cual le permitía una conversación algo más intima con Sergio.
─ No creo que esa mujer vaya a ser finalmente un problema serio. ─ dijo, confiado.
─ Andrés. Un creo no nos sirve. ─le recordó el menor.
Andrés siempre había detestado cuando pronunciaba su nombre de esa manera. Con aires de cenizo. Como si solo viera la vida en grises.
Claro que después de echar un polvo era imposible ver la vida así.
Era lo que le faltaba a su hermano.
El empresario chasqueó la lengua para que lo oyera.
─ Ay, Sergio. No te preocupes más por Alicia Sierra. Sabré mantenerla a raya. Confía en mí. ─murmuró, poniéndose de pie mientras finalizaba la frase.
Se le había antojado una buena copa de vino francés, para celebrarlo.
Tenía la confianza elevada pero no dudaba de cada una de las palabras que estaba pronunciando.
Sergio se mantuvo en silencio al otro lado de la línea. Pensando. Andrés casi podía escucharlo al otro lado, como si fuera una máquina sin engrasar. Chirriando.
─ ¿vas a tener una cita con ella? ─ fue el mayor el que rompió el silencio, tras el primer trago a su copa de vino tinto.
─ Eh… bueno. Supongo que debería. Algo informal, ¿no? Que no lo parezca. ─murmuró Sergio.
El tema de la abogada quedó apartado.
Tenía todavía la imagen del anillo grabada en la mente. En cómo se había referido al padre de la niña como su marido. No podía olvidarse de aquel detalle.
─ No, no, no. A las mujeres les gusta que seas directo, seguro, Sergio. No dudes, no la dejes dudando sobre tus propuestas indecentes. ─ le dijo su hermano.
Parecía broma, pero sabía que no era así.
─ Está casada. ─recordó en voz alta. Lo debía saber, Jakov era muy escrupuloso con su trabajo.
─ ¿Y desde cuándo eso es un problema? ─respondió Andrés, más convencido que nunca de esas ventajas.
─ ¿Desde siempre? ─respondió Sergio con obviedad.
─ No, no. Nada de eso. Ella sentirá la emoción, la erótica del personaje que has creado. Le vas a brindar casi un cuento de hadas. Y cuando llegue a su casa y vea a su marido, te aseguro una cosa. ─ Sergio no lo interrumpió porque no quería ni pensar en ser una de esas personas que se metía en un matrimonio.
En ser el culpable de que esa niña tuviera que vivir en una casa rota.
─ Te va a adorar todavía más, y será la primera interesada en que él no se entere. Elegirá la aventura cuando se aburra, cuando crea que te necesita, y guardará silencio, eligiendo su estabilidad para el día a día. ─ una hipótesis planteada desde un punto de vida estratégico.
Casi analítico y racional, aunque pronto comprendería que no había nada de racional cuando uno terminaba acercándose tanto a una persona como para dejarle ver todo su dolor, su alma.
Cuando intentas llegar a conocer a una persona lo que buscas es conocerla. Pero nadie está preparado para manipular cuando el vínculo es tan fuerte como para hacerte perder el norte.
Sergio Marquina sería el primero en dejarse engañar por la magia de ese cuento.
─ Tengo que dejarte, se me va a quemar el café. ─murmuró el menor, con una excusa pobre pero válida para cortar la conversación.
Andrés fingió que lo creía.
─Claro, hermanito. No te preocupes de más, estamos enderezando la situación. ─le repitió antes de colgar.
***
[Cuatro horas antes]
─ Le voy a tener que pedir que se vaya.─murmuró Sierra, poniéndose por fin de pie y dejando atrás su propio escritorio.
Andrés había decidido dejarla así. Con la palabra en la boca. Un encuentro breve pero intenso, finalizado con una buena advertencia. Él, Andrés de Fonollosa jamás habría amenazado abiertamente a ningún funcionario público, con la clase que tenía.
La mano del empresario todavía no había alcanzado de manera definitiva el pomo de la puerta cuando la mujer se le encaró. Con la altura que le brindaban los tacones estaban más o menos parejos.
De Fonollosa no perdió la compostura ni se achantó ante la cercanía excesiva que se había tomado la mujer. Una mirada retadora que recreaba y mantenía.
La sonrisa ladeada de Andrés bien podía simular la de un tiburón, quizás un animal más listo, inteligente y astuto. Mirada de tiburón, sonrisa de zorro.
Eso era.
─ No se ponga nerviosa, con tanta prisa… ─ comenzó murmurando el gallego, mientras observaba los fríos ojos azules de la mujer.
La tensión se podía cortar en el ambiente. Andrés pronunció sus siguientes palabras sabiendo que jugaba con fuego y que estaba estirando de una cuerda. Bajó la mirada hasta el escote pronunciado de la mujer.
Y la cuerda se rompió. El latigazo fue más bien un bofetón que la pelirroja asestó directamente con la rasurada mejilla del caballero, dejando la palma picando y así el rostro del hombre.
Andrés sintió como todo su mecanismo ardía. Para cuando fijó de nuevo la vista en la abogada, los ojos de ambos estaban encendidos y reflejaban puro fuego. Andrés aprisionó con la mano derecha la muñeca de la mujer, para que ni se le ocurriera repetir ese movimiento.

Antes de que pudieran decir nada, ambos buscaron con furia los labios del otro. Sus lenguas se buscaron, tratando de presentar una batalla que derrotara al otro, Las manos se salieron de control, y mientras las del empresario desabrochaban con celeridad la blusa de la mujer, las de ella le hicieron caminar hacia la puerta, empujándolo contra la misma.
Las respiraciones aceleradas, la furia que seguía latente y una guerra abierta que estaba tomando un camino muy tóxico y peligroso.
Tal y como disfrutarían ambos. Alicia echó el pestillo de la puerta mientras Andrés buscaba cambiar las tornas y retomar el poder. Una lucha por el mismo, otra manera de decir quién mandaba.
El primer tanto fue para él, arrancando de los labios hinchados de la pelirroja un gemido audible contra su boca al estimular sus senos con la palma de su mano.
Podía notar perfectamente como la entrepierna del contrario presionaba la tela, y como él empujaba ligeramente para hacerse notar.
Volvieron a por su batalla, volvieron a acariciarse con furia. La blusa de ella terminó en el suelo, igual que la chaqueta del traje de él y también su sujetador de encaje negro.
El deseo arrancaba sus pensamientos más primitivos. Las manos de ella retirando con rapidez el cinturón solo avivaron el deseo. La garganta del hombre se secó un poco, y tuvo que bajar la mirada para llevar correctamente las manos hasta la cremallera lateral de la falda de ella.

Su pecho chocaba con el de ella a cada respiración y Sierra le hizo mirarle mientras se enterraba en ella. No estaban para gentilezas. No era un encuentro romántico, no estaban haciendo el amor. Se estaban acostando, y los dos querían ganar como si fuera un pulso.
Andrés ni siquiera pensó en que pudieran escucharlos o no. Solo sintió como el cálido recibimiento del sexo ajeno se volvía asfixiantemente placentero. No pensó en Tatiana, ni en el marido de ella. Solo en como su cuerpo iba tensándose de esa forma tan ardiente, como el ambiente iba cogiendo tensión conforme el sexo, el sonido de sus cuerpos encajando iba llenando la sala.
No se fiaría jamás de esa mujer, pero cuando ella dejó un brazo sobre sus hombros y rodeó su cintura con ambas piernas, dejándole un mayor ángulo para sus acometidas, no lo pensó. Solo pensó que estaba ganando porque se la estaba tirando contra la pared de su despacho.
Y Alicia no era la primera vez que engañaba a Germán, pero sí la primera en mucho tiempo que lo hacía de esa manera tan salvaje.
Pese a lo que puedan intentar vender muchas personas, siempre que dos seres humanos se encuentran de esa forma, se crea un vínculo. Cuando dos personas, libremente, deciden dejarse ver y ser de una manera tan natural, sensual y casi primitiva, se crea una complicidad imposible de negar.
No tiene porqué ver con los afectos, ni es un seguro de nada, pero existe.
El cómo afectaría a sus vidas era otro tema. Andrés dejó un reguero de besos por su cuello, atrapando su lóbulo entre sus dientes, jadeando de manera entrecortada contra su oído cuando llegó a su límite tras las contracciones del sexo de ella en torno a su miembro.
La mirada que cruzaron segundos después, cuando él salió de ella y retrocedió, fue suficientemente clara.
Mientras Andrés se volvía a vestir, alisando sus ropas, y Alicia le miraba agitada desde su postura, agradeciendo a sus piernas que no le fallaran entonces, los dos supieron que tuviera el resultado que tuviera todo aquel caso, iba a ser una batalla épica y que ninguno de los dos iba a darle la victoria al otro.
Era un juego sucio, tan sucio como el encuentro que acababa de tener lugar. Ella también se apartó tras unos segundos para vestirse, apartándose de la puerta y dejando que, con la chaqueta del traje en la mano, De Fonollosa abandonase aquel despacho.

Notes:

Breve pero intenso.

Ya, yo tampoco sé como hemos llegado a esto, pero me estoy riendo de manera maligna, espero que lo sepáis.

Un besico. Y gracias por votar y comentar.

-Clio.

Chapter 12: Cita a la vista.

Summary:

Sergio por fin tiene que dar un paso hacia delante. Y se ha propuesto que, en efecto, la inspectora empiece a creer un poquito más en la magia.

Chapter Text

Sergio presionó el contacto con las manos algo temblorosas, y se obligó a respirar y tranquilizarse como había aprendido en sus clases de teatro. Los tonos que dio el teléfono le ayudaron. Inspirar, aguantar, expirar.
Para cuando la voz de la mujer y un ligero murmullo llegó a sus oídos, Sergio cerró los ojos y pronunció.
─ Buenos días, Inspectora.─
─ Hola…─murmuró Raquel, mientras comprobaba que ninguno de sus compañeros estaba lo suficientemente cerca como para poner oreja.
─ ¿Le pillo bien?─preguntó Sergio, mordiéndose el labio con nerviosismo.
No quería molestar, parecía decir su tono.
Raquel asintió, olvidando que no podía verla. Cerró la puerta del despacho.
─ Uhum, claro, sí. Dime, ¿pasa algo…?─preguntó, apoyándose un poquito en la mesa, en su escritorio.
Ese hombre le hacía sentir como una maldita adolescente.
Y estaba fatal, porque esa travesura estaba atravesando su matrimonio y ella ni siquiera se estaba dando cuenta, como si fuera una rana metida en la cazuela y el agua fuera ganando temperatura poco a poco.
─ No, nada…─empezó Sergio, algo inquieto. A ver cómo lo decía.
Se apoyó en sus gestos, en la gestualidad de su mano como tantas veces había ensayado.
─ Me preguntaba si tenía la tarde, bueno. Noche más bien, libre. ─el silencio se instaló en la línea.
El latido de Sergio no fue el único en acelerarse de manera abrupta.
─ Sobre las ocho.─añadió, mientras esperaba algo, un sonido aunque fuera.
O se le pararía el corazón.
─ Bueno… yo…─empezó Raquel, retirando la mano que había llevado a su frente y dejando que la melena volviera a caer de forma natural tras un pequeño gesto.
─ No quisiera incomodarla, olvídelo…─se arrepintió Sergio al instante. Le brindaría esa salida, aunque lo que estaba deseando es que aceptase.
Y se encontró sabiendo que necesitaba que lo hiciera.
─ No, no.─lo cortó Raquel, cerrando los ojos unos segundos.
─ A las ocho está bien. ¿Dónde?─preguntó la mujer.
Sergio celebró de manera silenciosa, conteniendo los gritos de júbilo mientras agitaba su brazo libre, el que no tenía ocupado sujetando el teléfono.
─ En… el parque, ya iré a buscarla al parking.─
─ En el parking a las ocho, vale.─repitió Raquel, con una pequeña sonrisita bailando en su rostro.
─ Sí, en el parking a las ocho. ─ replicó Sergio, para dejarlo más que claro. Sobre todo para terminar de creérselo.
─ No la molesto más…─murmuró Marquina, segundos después de un pequeño silencio mucho más cómplice de lo que pudiera parecer. La escuchó soltar un pequeño suspirito, y sonrió de manera amplia, fijándose en los detalles de su propio camerino.
─ Buenos días, Sergio. ─respondió ella, como despedida.
─ Que tenga un buen día, Inspectora. ─ se despidió él.
Raquel colgó con la misma sonrisita que se dibujaba en el rostro de Sergio, solo que ella tuvo la perspicacia de borrar el rastro de esa llamada eliminándola del registro de su teléfono.
Alberto podía volverse muy controlador. Y sabía que no le haría ninguna gracia si le llegaban rumores de cualquier tipo, o, si simplemente, su mente decidía jugar con él y empezaba a ponerse celoso.
Celoso por nada, porque estaba segura de que había dejado de interesarle. Que solo le importaba ya la imagen que daban. La que daba ella, cómo le hacía quedar a él. Porque cómo quedase ella, o la imagen que daba Alberto daba igual. Porque era hombre, y encima se le daba bien su trabajo. Y era amable con todo el mundo. “Un tío legal” tendría que escuchar.
El buen humor se esfumó del ánimo de la mujer tan rápido como el nombre del contacto desapareció de la pantalla en “llamadas recientes”.

Sergio, sin embargo, pulsó su contacto favorito, el marcado con una estrella nada más colgar con Raquel.
─ Buenos días, hermanitO.─ Andrés parecía de buen humor esa mañana.
No escuchó tráfico al otro lado, ni tampoco el sonido de la radio que su hermano mayor solía tener encendida en su casa.
Quizás estuviera en el mismo parque, como él.
─ Hola, Andrés. ─saludó Sergio por cortesía, por no recibir una reprimenda a tan pronta hora de la mañana.
La alegría todavía sacudía su cuerpo ante la perspectiva.
─¿Qué tal has descansado?─ se interesó el gallego. Seguramente él todavía estaba mojando su croissant en el café de la mañana.
A Sergio siempre le habían puesto un poco nervioso esos códigos, charlas de buena educación que no llevaban a ningún lado y que tanto le gustaban a su hermano mayor.
Suspiró un poquito.
─ Bien. Oye, escúchame una cosa.─se adelantó entonces, para no entrar en la dinámica de una conversación vacía de “¿qué tal? Bien ¿y tu? Bien. Me alegro. Y yo.” Se arroba tiempo a ambos. Sergio tomó asiento en el taburete frente al espejo de luces, asegurándose con una rápida mirada a la puerta cerrada, apenas escuchó a su hermano suspirar un “dime”.
─ Necesito que esta tarde, mientras se está cerrando el parque, nadie moleste en mi zona. ─expuso.
Andrés levantó una ceja de manera arqueada y Sergio hasta pudo escuchar ese movimiento. Se conocían demasiado bien.
─ ¿qué? ─preguntó Andrés, escéptico, sorprendido y sobre todo divertido con la petición.
No era la primera vez que le llegaba una petición de ese tipo, estaba claro que como todo en esta vida, el parque tenía una parte que podía resultar muy romántica y un filón para terminar enrollándose con alguna mujer.
U hombre.
No podía acusar a nadie en ese apartado, pero no podía esperárselo de Sergio ni aún conociendo sus planes.
Planes que trazaban juntos, como hermanos.
─ ¿no querías saber qué tramaba? ─preguntó con exasperación Sergio, cogiendo el lápiz negro para terminar de caracterizarse.
El maquillarse los ojos siempre le había procurado mucha paz mental.
Le permitía focalizarse en los aspectos que corrían por su mente mientras sus manos establecían un patrón, unos movimientos manuales que había interiorizado.

El manos libres estaba activado.
─Es la propia policía la que llevaba a sus sospechosos a la escena del crimen. ─le recordó.
Sergio y Andrés habían estudiado el código penal siendo apenas unos adolescentes, unos jovencitos acercándose a la edad adulta. Y aunque Sergio no había terminado escogiendo derecho, también había seguido los protocolos de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
─ sí, sí, claro… pero hombre, Sergio.─Andrés ya no pudo contener la risita.
─ Estarás conmigo en que esta petición no es propia de ti. ─murmuró con cierto rintintín para provocarlo.
Sergio rodó los ojos, y ese gesto era muy fácil de adivinar pese a la falta de contacto visual entre ambos.
─ Muy bien, hermanito. Todo tuyo, aunque luego tendréis que salir por los camerinos y te encargas de cerrar la puerta.─dijo Andrés.
─ Vale. Perfecto. ─celebró Sergio con su aparente y común seriedad.
─ Pero dime una cosa. ─ empezó Andrés.
─ ¿qué? ─ Sergio sabía que esperaba una respuesta antes de plantear su cuestión.
─ ¿de verdad vas a tirarte a la piscina de cumplir las fantasía de una mujer casada, hermanito? ─lo provocó, con otra risita.
A Sergio no le hacía tanta gracia.
Y su día, como el de Raquel, se agrió un poco.
─ Voy a colgarte.─
Las risas continuaron al otro lado de la línea, con un “perO HeRmanITOoo!” que fue lo último que se compartió en esa llamada.
***
El día había pasado sorprendentemente rápido. Había preparado su estrategia de salida perfectamente ordenada, pero cuando llegó a casa preparada para mentir como una bellaca, Raquel sintió el primer puñetazo en la boca del estómago.
Aunque ni siquiera fue algo físico.
Alberto no estaba. Tenía un mensaje diciendo que tenía una despedida de soltero, sí. De un amigo que no conocía ella, porque era un amigo de la universidad. Tomás.
No había ningún Tomás en su lista de invitados el día de su boda. Era una mentira y era mala. Pero de todas formas Raquel chasqueó la lengua. Su madre llegó con Paula, que la había ido a buscar del colegio porque Alberto le había llamado.
Raquel las besó a ambas e hizo los deberes con Paula, pero le tuvo que pedir a su madre que se quedase.
Tenía una cosa importante que hacer.
La mujer de pelo cano asumió que era un caso, y ella no lo desmintió. Pero antes de volver a irse prometió que vendría a dormir, que serían solo unas horas.
Raquel se subió en el coche después de haber decidido no retocar su maquillaje de esta mañana. Estaba bien, y cualquier cosa diferente seguro que evidenciaría lo que en realidad sentía en su interior. El nerviosismo casi adolescente, la adrenalina bombeando con suavidad por sus venas, casi gentil.
Se creía culpable de algo que todavía no había sucedido, que quizás no sucedería jamás. Pero le gustaba.
La idea y él.
Aparcó en un parking enorme completamente vacío y se bajó del coche con el teléfono bien agarrado.
No iba a ser necesario que hiciera uso de él. Sergio esperaba en la puerta de servicio, y alzó la voz y la mano derecha, que agitó en el aire.
─ ¡Inspectora! ─se hizo notar.
Raquel giró la cabeza de manera inmediata, y al distinguir la figura pero sobre todo la voz del hombre, avanzó un paso y cerró el coche con el mando a distancia.
Sergio no podía separarse de la puerta porque sino esta se cerraría. Pero la contempló mientras se acercaba.
Raquel también lo miró a él. Y sonrió en cuanto distinguió la indumentaria. Iba vestido de pirata. En seguida supuso que había terminado justo entonces de trabajar. No quería que se cambiase, a fin de cuentas siempre sería su pirata.
Al llegar hasta él, también comprobó la mejor parte.
Sergio llevaba los ojos pintados todavía. Sin las gafas. Realmente parecía otra persona.
─ Buenas noches. ─saludó él, con una pequeña sonrisita. Se hizo a un lado, sosteniendo la puerta y permitiéndole pasar.
─ Hola… ─murmuró ella, bajando algo la cabeza para no tropezar con el pequeño escalón.
El perfume de él inundó sus fosas nasales al pasar por su lado. Sonrió también.
─ Bienvenida a La Casa de la Magia. ─dijo Sergio, guardando ligeramente las distancias. Con la mano extendida le indicó que solo tenían que seguir el camino.
Raquel buscó su mirada de nuevo y compartieron una pequeña sonrisa.
─ Y yo que pensaba que nos iba a tocar un encuentro sin disfraces, señor Marquina. ─comentó Raquel, dejando en la puerta que habían cruzado su vergüenza.
Ambos avanzaron por aquel pequeño caminito de piedras. La risa de Sergio era algo grave, casi como si le diera apuro que le escuchasen reír.
─ Bueno… esta vez el disfraz es para los dos. ─ante la mirada de confusión que obtuvo de su invitada, Sergio cogió de una valla un sombrero pirata negro que dejó sobre la cabeza de la inspectora.
Las sonrisas de la pareja se amplió.
Sergio desvió la vista, incapaz de disimular más lo nervioso que se sentía. Le iba el corazón a mil pero no quería dejar de dar ni un solo de los pasos que estaban encaminándolos hasta…
─ No, no. Lo siento, es requisito indispensable para subir a mi barco. ─apuntó él, ante el amago de Raquel de quitárselo.
Ella alzó una ceja por respuesta.
─ ¿A esto llamas barco? ─pinchó ella, ahora que lo podía ver ante ella. Estaba logrado, sí, lo admitía. En la oscuridad hasta daba el pego, sino fuera por las rueditas.
Sergio giró la mitad de su cuerpo, mirándola con una mano ya sobre las cuerdas que ejercían de escaleras.
─ ¿Disculpa? ─se hizo el ofendido.
Raquel respondió con una risita, mientras negaba con la cabeza.
─ Vale que es un barco cochambroso, pero merece un mínimo de tu respeto. Una oportunidad, inspectora. Para no juzgar un libro por su portada.─pidió, mientras subía un pie y le ofrecía la mano.
Raquel admitió que, por cómodo que pareciera el hombre, por el morro que parecía echarle, la idea de que hubiera hecho eso varias veces antes. Pero no era lo que le decía el instinto.
El instinto le decía que cogiese esa mano.
Pero no hizo eso mismo del todo.
─ Puedo subir sola, gracias.─murmuró, apoyando la suela del botín sobre una de las cuerdas y aferrándose a la que le caía a la altura de la mano con esta.
Sergio asintió, y subió primero, indicándole la manera de abordar el barco.
La esperó allí, y esa vez, le dedicó una advertencia silenciosa. Tendría que aceptar su mano, subir era fácil pero soltarse de las cuerdas…
Raquel cedió, de mala gana, y terminó aterrizando sobre la madera con un saltito.
─ Como no sabía si había cenado…─murmuró Sergio, soltando su manita con suavidad, desviando la vista hasta la proa. Había preparado un picnic, con su mantel, unos cuantos cojines y varios farolillos con velas dentro, así como unas cuantas luces unidas por una guirnalda. Era muy acogedor.
Apetecible.
Y realmente parecía un paraje mágico.
Raquel desvió la mirada hasta él. Sergio pareció un poco avergonzado ante la cara de estupor que seguramente la mujer tenía entonces.
─ Es un picoteo nada más… un poco de vino, agua, jamón, queso, panecillos, una tortilla de patata que es mi especialidad, eso debo decirlo.─fue explicando, mientras avanzaban por la cubierta del barco hasta el lugar.
Y Raquel por primera vez entendió de verdad el significado del nombre de aquel parque. Hacía mucho, muchísimo tiempo que no se sentía así de atendida. Era… simple, pero perfecto al mismo tiempo.
Lo suficiente como para que no pudiera rechazarlo.
Sergio había medido bien todos y cada uno de sus pasos.
─ ¿Qué me dice? ¿Podemos tener una charla menos accidentada?─murmuró entonces él, sacándola a ella de sus propios pensamientos.
Esperaba una respuesta, que declinase o aceptase su propuesta. Entonces ella, mirándole con la misma cara de confusión que tenía desde que había visto aquello, comprendió que no. Que era la primera vez que hacía aquello. Que casi parecía un niño. Que no entendía la fuerza que ese acto podía tener en alguien, en una mujer.
Raquel no conocía a nadie que se hubiera negado a ello. Ni siquiera aun estando casadas.
─ Solo si dejamos de tutearnos, ¿uumh? ─ofreció, acercándose un poco más con una sonrisita. El queso tenía una pinta estupenda.
Y la noche prometía.

Chapter 13: La ilusión.

Summary:

Sergio y Raquel descubren lo que es la intimidad en ese barco. La ilusión y todas sus acepciones cobran fuerza entre el pirata y la inspectora.

Notes:

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Chapter Text

Sergio había tratado de enfocar aquel asunto como un truco de magia más, como las que hacía a diario, los trucos que había estudiado de joven porque le atraían, porque le llamaban la atención. Los mismos trucos que ahora le ayudaban a ganarse la vida.
El ilusionismo era algo mucho más complejo que hablar con una mujer. Tenía que serlo porque lo primero no lo practicaba nadie en comparación con la de personas que interactuaban con el sexo opuesto y terminaban consiguiendo todo lo que esperaban y más.
No tenía que parecer preparado, aunque en cierta parte los dos pudieran ver en aquel escenario que el pirata se había trabajado que nada faltase aquella noche.
Raquel mordisqueaba un trozo de queso mientras Sergio alzaba la vista hasta el cielo. Calmaba sus pensamientos, pero también se recordaba a sí mismo lo que estaba haciendo y sobre todo por qué.
─ ¿En qué piensas? ─ preguntó ella.
Era la primera vez que le tuteaba de una manera abierta y consensuada. Nada de tuteos ya.
Sergio volvió a la Tierra, por lo menos, a aquel barco. Dibujó una pequeña sonrisa mientras negaba con la cabeza.
─ No me gusta que en Madrid no se puedan ver bien las estrellas. Ni siquiera alejados del centro. ─ respondió él.
Entonces sus miradas se encontraron, mientras Raquel asimilaba en silencio ya no solo sus palabras, ni el tipo del hombre que las pronunciaba, sino en el tono bajo y vibrante de su voz que había sacudido su estómago.
En la culpa, también. Porque aquello se sentía muy bien.
─ ¿Y cómo es que has terminado así, capitán? ─preguntó ella, dibujando una pequeña sonrisa al pronunciar aquel apodo para él. El sombrero que él le había puesto estaba a un lado, en una de las esquinas de mantelito.
Sergio amplió más la sonrisa al oírlo y sobre todo al verla. Los hoyuelos se marcaron en sus mejillas unos segundos, en el hueco que dejaba su barba.
─ Por… los sueños de mi familia, supongo. Por este parque. ─dijo, diciendo más de lo que en ese momento parecía.
─ Es un sitio bonito. ─admitió Raquel, echando otra miradita.
Terminado su bocado, tenía toda la atención puesta en él, que se sentía analizado por la mujer.
La ausencia de una conversación muy activa no era motivo de disgusto para ninguno de los dos. Estaban sorprendentemente bien. Cómodos.
─ Aquí casi no llegan los ruidos y…─los ruidos de la ciudad. Sergio sacudió la cabeza, apoyando el codo en la madera y recostándose un poco, más cómodo, casi como lo haría un romano comiendo en su diván.
─ Después de como se pone esto durante el día debe dar impresión. ─terminó la mujer por él.
─ Sí. Eso es. ─admitió él, con un asentimiento de cabeza.
Era un lugar por el que merecía la pena luchar. Uno por el que su padre había dado la vida, no solo por él y por Andrés en menor medida.
La vista de la inspectora se perdió por el pecho del hombre, muy a la vista por aquella camisa entre abierta. Tenía pelo en el pecho, lo veía a pesar de las luces que tenían como única fuente de iluminación.
Eran suficiente
Todo estaba perfecto. Casi demasiado perfecto.
Una parte de ella estaba diciéndole que abriera bien los ojos. Pero era una parte muy pequeña. Una que cada vez sonaba más abajo.
─ Mi padre abrió este parque porque… porque quería que yo creyese en que siempre había un lugar donde yo pudiera creer. Y olvidarme de la vida real que atosiga. Porque la magia existe, y la magia no debe morir. ─le contó, en un arranque de sinceridad. Que lo usase, que lo llevase al tribunal. Le daba lo mismo, lo podría declarar bajo juramento sin problema alguno.
Raquel no se perdía ni una palabra del hombre. De como gesticulaba, de como su pecho se movía por la respiración, de las venas de su cuello en tensión por la postura.
─ Y ahora es lo que se intenta hacer aquí. ─ Raquel no se había atrevido a interrumpir aquel discurso. Personal, intimo. Mucho más de lo que había nacido en el ambiente.
─ Que todo el mundo tenga unas horas en las que la magia sea lo único real.─murmuró, con apenas un hilo de voz.
Si le arrebataban aquello… Andrés tenía razón. No iba a poder consentirlo.
─ Lo consigues, Sergio. ─ Raquel apenas pudo decir otra cosa. Y no se acordaba solo de su hija, esa que estaría durmiendo ya a esas horas en casa con su madre. También lo decía, en parte, por ella.
El silencio, la tensión de sus miradas sostenidas. Los ojos brillantes de él, aparentemente conmocionado por lo habían hablado. Por quizás, sentirse comprendido. Escuchado.
Raquel tuvo que bajar la mirada hasta sus manos. A darse cuenta de ese anillo que le empezó a presionar el pecho. Su cárcel personal.
Sergio esperó. La siguió con la mirada, cada gesto. El anillo también entró en su campo de visión, en como ella se miraba la alianza y como volvía a él. Los dos habían perdido la sonrisa suave. Sobre todo él.
Ella agitó un poco la cabeza como si de esa manera pudiera controlar la ansiedad, la humedad que se agolpaba en sus ojos.
─ Consigues que… todo parezca sacado de un cuento de hadas, pero la vida no es así. ─

Sergio jamás pensó que una frase pudiera sacudirle el pecho con tanta fuerza. Sobre todo porque las palabras de la mujer habían nacido con unas lágrimas que rodaban por las mejillas de ella.
─ Cuando piensas que conoces a tu príncipe azul… coméis perdices, formáis una familia. Y entonces, llega un día que… la magia desaparece.─ la voz de la inspectora temblaba. Sergio se incorporó un poco, volviendo a sentarse, sin despegar la vista de ella.

No esperaba aquello. Ese giro en los acontecimientos de la noche. Raquel había verbalizado por primera vez algo que le estaba consumiendo por dentro, y cuando lo vio boquear por el rabilo del ojo, no se vio capaz de dejarlo hablar. De interrumpir entonces.
─ Y… lo siento, porque realmente no sé que estoy haciendo aquí y… ─la mujer negó con la cabeza con una risa que ahogaba un llanto, con los ojos desbordados.
A Sergio se le estrujaba el corazón poco a poco.
─ y aun así esto es lo único que ha conseguido hacerme olvidar que tengo que callar delante de mi marido como no dejo que nadie me haga callar en mi trabajo porque sino es capaz de calzarme una hostia delante de nuestra hija de diez años. ─

Boom. El peso se alivió un poco de sus hombros, aunque en seguida recayó sobre estos. Sergio era incapaz de reaccionar. Todo había cambiado. De un segundo para otro. Y miraba esa mujer a los ojos mientras las pocas piezas se unían en la cabeza, mientras el rostro de esa niña volvía a su memoria.
E iba a percatarse entonces de que eso que era lo único bueno que tenía ella entonces, ese flotador, era todo una mentira. Una que él había creado.
Una ilusión.
─ Raquel…─pudo pronunciar entonces Marquina, sin mover apenas un músculo, recogiendo un poco de aire por la nariz, algo desorientado.
Ella negó con la cabeza, y retiró de sus mejillas las lágrimas que rodaban por ellas.
─ No, no… perdona, creo que debería irme. ─se giró un poco, a buscar su bolso. Sergio también se puso de pie, mientras ella seguía hablando.
─ Antes de que siga estropeándote la noche. ─terminó ella.
─ No. No te vayas, por favor. ─le interrumpió él, interponiéndose de manera dubitativa en su camino.
Raquel se giró para mirarle. No le pareció una amenaza. Realmente no lo era. Sergio no tenía esa postura corporal. Su mirada era completamente opuesta a la de Alberto, y esa línea de maquillaje oscuro se lo subrayaba.
─ Esto… no es real. Es solo un truco de magia, deberías quedarte aquí hasta que termine, ¿no? ─preguntó él, dudando un poco.
─ El barco ya ha zarpado…─lo volvió a intentar, ante el silencio de la mujer que lo miraba con la barbilla más firme que hacía unos segundos.
Raquel se encogió un poco sobre si misma, con una pequeña sonrisa tierna ante una idea tan infantil.
Sergio avanzó un par de pasos. Despacio, con las manos a la vista, mientras la invitaba con ambas dos gesticulando de manera cauta para que tomaran asiento.
─ Por favor… solo un rato más, Raquel. Yo… no soy ningún príncipe azul. ¿umh? ─ Sergio tomó asiento sobre la madera, mientras ella lo hacía a su lado sobre unos cojines.
Apenas se perdieron de vista. Sergio le acercó un botellín con agua, mientras ampliaba la sonrisa con suavidad, ante su siguiente comentario.
─ ¿Eres un pirata? ─preguntó ella, alzando una ceja y aceptando esa agua que ayudó a pasar el nudo de su garganta. Ese asfixiante.
─ Bueno… me gusta más el rojo que el azul. ─aclaró, volviendo a dedicarle una sonrisa más real. Su mano terminó cerca de la de ella, rozando sus dedos y perdiendo poco a poco el gesto cuando sus ojos encontraron de cerca los de ella.
Raquel se acercó un poco, muy levemente. Sergio siguió sus movimientos en silencio, bajando la vista hasta sus labios unos segundos, cada vez más cerca, cada vez más apetecibles, tentadores, prohibidos.
Volvió a sus ojos. Estaban tan cerca que sus alientos empezaban a entremezclarse.
Raquel quiso decir algo más. Tratar de refrenar la terrible idea que no dejaba de ganar fuerza en su mente.
─ Un ladrón en el mar…─cuestionó ella.
Sergio apenas escuchaba ya. Alzó su mano hasta la mejilla de ella. La acunó con suavidad, dejando una caricia sobre la misma con el pulgar, retirando así la humedad de sus lágrimas con ese gesto, mientras la yema de sus dedos se perdían en el cuello de la mujer y el nacimiento de su melena.
Un ladrón, Raquel, porque te robó ese aliento y la fuerza de voluntad con el gesto tierno y el deseo en esos ojos oscuros.
Sergio perdió completamente el control nada más encontrar los labios de la mujer, a tientas, con los ojos cerrados. La manera en la que Raquel le correspondió no hizo más que apagar todas sus preocupaciones. Antes de que se diera cuenta, la mujer había pasado una pierna sobre su cuerpo y la tenía encima. Sus pequeñas manos recorrían su mandíbula, lo atraían hacia ella.
Las de él bajaron por su espalda, acariciando por encima de la ropa mientras sus lenguas se enzarzaban en un ardiente baile. No tenían segundos suficientes. No querían despertar de esa explosión de sensaciones. Del pulso acelerándose, de sus pechos encontrándose cada vez que Sergio la pegaba a él.
Temió por un segundo que empezara a notar en demasía el efecto de sus movimientos, de su lengua, de su cuerpo sobre el propio.
Raquel necesitaba aquello como una válvula de escape. Sergio estaba cayendo en su propio truco de ilusionismo en un beso con un regusto a sal.
Un momento de instinto que sabía a liberación. A amor propio por permitirse hacerle aquello a su marido, pero también un acto de venganza. De lealtad a si misma y a lo que le había pedido el cuerpo.
Apenas se separaron unos pocos centímetros, pero fueron suficiente para que se encontrasen de nuevo. Esas miradas chocando como lo habían hecho entre toda la multitud. La respiración acelerada, con las manos ajenas sobre el cuerpo del otro.
Raquel enrojeció. Sergio deshizo el agarre casi posesivo que había afirmado en la cintura de la mujer y que había conseguido que ella se humedeciera de manera casi vergonzosa, como si fuera una cría. La pasión que se había desatado en un simple beso entre ellos prometía demasiado de algo que Raquel había disfrutado muy poco últimamente.
─ ¿Va a detenerme, Inspectora…?─preguntó Sergio al final, alzando algo el mentón, buscando más de sus labios casi como si hubiera un imán empujándole a ello.

Raquel notó como su piel reaccionaba a él. A su voz ronca con mayor intensidad que antes. Como ella se estremecía desde el centro de su estómago a través de todas las terminaciones nerviosas.
Se movió un poco sobre él, lo suficiente para notar el deseo de verdad, no el puro reflejo del mismo en las pupilas del hombre. No tuvo que pensar más. Antes de volver a por sus labios, antes de que sus piernas rodearan la cintura del hombre, murmuró.
─ Creo que esta noche me paso al otro bando. ─

Notes:

Las ganas que tenía yo de que pasase esto poRFAVOOOR. Espero que os haya gustado, yo disfruté muchísimo escribiéndolo.

Chapter 14: Lo que se crea se puede destruir.

Summary:

Nada les sale bien a los hermanos Marquina, aunque ambos empiezan la noche de una manera tan increíble que todo parece un truco de magia.

Notes:

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Chapter Text

Como muchas de las mejores cosas que suceden en esta vida, esa parte no estaba planeada. Cuando Sergio extendió la manta como mantel para el pequeño picnic, no pensó que sería lo único que cubriría la espalda de Raquel en esos momentos.
El contacto piel con piel había conseguido relajar su pulso hasta que, tumbados juntos sobre la madera y arropados con la manta, Sergio creyó que estaba en el mismísimo Cielo. Ese en el que no creía como no creía en el amor. Hasta Raquel.
La manta no sobraba, y pese a que había aceptado volver a tomar su ropa interior y los pantalones, había rogado por unos minutos más con ella entre sus brazos.
Y eso había terminado derritiendo a Raquel.
Unos minutos más, se había dicho a si misma la inspectora.
La serotonina que corría entonces por su organismo debido al orgasmo, sumado a las endorfinas y la adrenalina habían conseguido que se relajase. El cuerpo cálido de Sergio, su pecho en el que ahora apoyada se sentía sobrecogida, la manera en la que le había tratado en todo momento y las atenciones que se había tomado para con ella no es que la hubieran trasportado a un mundo divino.
No.
Raquel era muy consciente de lo que acababa de hacer. Y de que en realidad, lo llevaba necesitando demasiado tiempo. Alguien que le recordase qué era sentirse deseada, que le recorriera con la mirada de esa misma manera con la que los ojos oscuros de aquel hombre todavía la contemplaban entonces, mientras ella fingía que no se percataba de ello.
La respiración desacompasada de ambos presionaban sus pechos. Raquel se acurrucó ligeramente con una pequeña brisa de aire contra él, y Sergio siguió con las caricias por su espalda.
El silencio instalado entre ambos no era malo. En absoluto. Pero aun así, Sergio se vio obligado a romper esa burbuja. Esa que era demasiado buena para ser real. Para pasarle a él.
─Tienes frío. ─ dijo.
─ No…─mintió ella, agarrada bien a él. Sergio rio un poquito al notar ese movimiento, y la miró de reojo.
─ Un poco sí… ─murmuró, subiendo la manta por el hombro desnudo, cubriéndose él también en ese movimiento.
Raquel cerró los ojos y se escondió un poquito en el hueco de su cuello. Sergio olía tan bien.
La calidez que se extendió por su pecho le hizo suspirar y abrir los ojos con pesadez. La losa de la culpa no terminaba de desaparecer pese a todo.
─ Debería irme… Le prometí a mi hija que estaría en casa. ─murmuró ella.
Sergio no lo sabía entonces, pero esa manita que ella tenía sobre su pecho, acariciando los vellos que allí se rizaban, pudo notar como el latido de su corazón cambio ante aquello. La única manera de saber que no quería aquello. Echó un poquito la cabeza hacia atrás, hundiéndola más en el cojín.

Asintió con la misma, aceptando de esa manera.
─ Está bien… ─murmuró él, moviéndose un poco, procurando siempre que la manta la cubriese a ella.
Raquel lo miró, y la mueca de lástima luchó mucho contra ella por aparecer en su rostro.
Ninguno de los dos quería irse. Pero aun así, Sergio salió y se expuso a la temperatura que hacía para volver a colocarse la camisa blanca y acercarle a ella su ropa.
Se la tendió con suavidad, mientras volvía a arrodillarse ante ella. Raquel ni siquiera esperó a que él lo pidiera con un gesto, y buscó de nuevo otro beso más. De esos que empezaba a creer que nunca se cansaría.

─Al final sí que nos hemos visto sin los disfraces. ─murmuró Raquel, volviendo a colocarse el sujetador con un movimiento rápido. Sergio no podía quitar la vista de encima.
Pero no consiguió que sonriera. Se apartó un poco el pelo de la frente con la mano, y se abrochó la camisa con los hilos.
─ No era lo que pretendía cuando…─empezó él, con un pequeño murmullo.
─ Lo sé. ─respondió ella, poniéndose de nuevo la blusa con rapidez, sin perderlo demasiado de vista, apenas unos segundos de cuando en cuando.
Lo había buscado ella. Lo llevaba pensando y convenciéndose de que no era así desde que había saltado para interponerse entre ella y aquel caballo. Desde que había tenido su boca demasiado cerca.
Ahora estaban los dos demasiado lejos.
La mirada de deseo se había tornado, en los ojos del varón, en una suave admiración. Se sentía… así, casi venerada. Y todavía no entendía bien por qué. El sexo podía ser una buena justificación, se dijo.
─ ¿Vas a volver a tu casa? ─preguntó entonces Sergio, algo más serio.
─ Claro. ─respondió ella, poniéndose en pie y abandonando la manta para colocarse bien la ropa dentro del pantalón, alisarlo todo.
El silencio por su parte consiguió que Raquel buscase al hombre con la mirada. Estaba serio. Mucho.
Y entonces la sombra de Alberto volvió a cernirse sobre ambos.
─ Sergio…─ Raquel volvió a pronunciar su nombre como si no costase. Como si no fuera la única que lo hacía de esa manera.
─ Podéis venir a mi piso. Podéis alejaros de él. E-eres policía. ─arrancó él, casi sin alzar la voz, cargando esta de un tono de casi súplica.
No quería dejarla de nuevo en manos de aquel hombre. No iba a poder dormir sabiéndola en su propia cárcel, al antojo de un hombre que no tenía ningún reparo en torturarla de demasiadas formas.
Raquel negó con la cabeza. Rio de forma amarga, casi frustrada, dolida en cierta forma.
─ No es tan sencillo, Sergio. No lo es, él también es policía. El tipo guay de la comisaría. ─replicó ella, vistiéndose con más velocidad y buscando el bolso con algo de prisa que hacía unos minutos no tenía.
─ No van a creerme. Ni siquiera mi madre lo ve. ─
Sergio lamentó la manera en la que se había expresado, en que lo entendiera de esa forma. La siguió siempre dejándole su espacio.
─ D-dime que necesitas. ─ respondió, mientras veía como se le escapaba entre las manos esa felicidad que no había sentido antes, que ni siquiera habías ido capaz de imaginar con anterioridad.
Raquel lo miró, pasando por su lado. Sergio fue el primero en agarrarse a las cuerdas que servían de escaleras.
─ Te tienen que creer, yo te creo. Y… puedo hablar con quien haga falta. O ser… tu guardaespaldas con gafas. ─siguió ofreciéndose.
Raquel volvió a hacer ese gesto. A encogerse sobre un hombro con una sonrisa tierna ante las palabras de él. Su mano se colocó sobre la de Sergio en ese punto de apoyo necesario para bajar. Sergio desvió su vista hasta ellas, sus manos una sobre la otra.
La libre de Raquel terminó en su mejilla, sobre su barba.
Requería su mirada, y el pirata, por la forma en la que su pulgar acarició su piel, supo que se marchaba. Y que no podía hacer nada. No esa noche.

─ Gracias por esto. ─murmuró ella, pasando por debajo de su brazo, superando la barrera de su cuerpo. Sergio se apartó para que no tuviera problemas para bajar, y escuchó.
─ Ha sido una noche increíble, Sergio, pero… Las ilusiones acaban siempre. Hasta los trucos son trucos. La vida es mucho más complicada. ─murmuró, antes de retirar la mirada y descender, poco a poco, dejándolo allí, mirándola desaparecer.
Incapaz de seguirla, acompañarla hasta la puerta. Superado por una serie de sentimientos que no había sido capaz de procesar del todo. Sentimientos nuevos para él.
Apenas había sido capaz de despegar sus labios con intención de decir nada. Se giró, observando lo que había sido el escenario de la mejor noche de su vida hasta el momento, y cuando quiso volver a encontrarla con la mirada, Raquel ya había desaparecido por el camino.
Quiso salir corriendo tras ella. Su racionalidad se lo impidió. Y entonces, solo entonces, Sergio volvió a pensar en su hermano. A escuchar la voz de su padre, sentir la mirada encima de su hombro como si estuviera de verdad observando todo aquello.
Había sido una noche increíble porque Raquel había conseguido que por una vez, Sergio estuviera acompañado de verdad. No podía llegar a creer que esa mujer hubiera utilizado esa historia para destruir sus defensas.
No estaba allí por Alicia Sierra. Una Alicia Sierra que aun así, Andrés estaba muy seguro de tener bajo control.
Pero que sabrían ellos de esas mujeres. Probablemente ambas podrían hacer con ellos lo que quisieran y él todavía no lo sabía.

Se fue a casa. Tras recogerlo todo, Sergio se fue a casa y en el maquillaje borrado que quedó sobre los algodones, Marquina intentó dejar el recuerdo de esa noche. Raquel Murillo se le había colado bajo la piel. Cuando se echó a dormir, las sábanas le parecieron sus dedos recorriendo la piel de su pecho. El olor de la mujer todavía residía en su cuerpo. Y aunque le apetecía darse una ducha, se permitió a si mismo recordar que esa noche terminaría cuando amaneciese.
Se podía quedar con ella al menos esa noche.
*****
Andrés dejó el teléfono sobre la mesilla y se giró en la cama para ver como el corto camisón de seda rosa dejaba entrever el femenino y esbelto cuerpo de su mujer. Sabía que Tatiana no dejaba de buscarle. Que se cuidaba por dos motivos. El primero, que era una mujer coqueta que se gustaba a si misma y que disfrutaba gustando por allí.
El segundo, por mantener viva una llama que en Andrés, siempre quemaba. Daba igual lo que sucediera. Estaba enamorado de esa mujer.
Pero no se culpaba por lo sucedido en ese despacho. De hecho, mientras sus ojos café recorrían la figura de su mujer, estos terminaron posándose en el anaranjado cabello. Y recordó.
La idea le sacó una sonrisa felina que Tatiana observó de reojo. Apartó su libro, y le dedicó unas pocas palabras en la lengua materna de él para invitarlo a acercarse.
La sonrisa se ladeó en el rostro del hombre.
─ Mi amor…─ respondió él, riendo entre dientes y dejando un beso sobre el hombro desnudo, sobre la blanca piel de porcelana.
─ Trabajamos demasiado…─ murmuró ella.
No le iba a dejar acabar, y tampoco pondría demasiada resistencia. Andrés accedió y dejó que la fogosidad terminase por ganar en el ambiente de aquella enorme y elegantemente decorada habitación.
Se perdió sin remordimiento entre sus piernas, cerró los ojos, ahogó sus gemidos en el cuello de la pelirroja y disfrutó de las provocativas muecas de su esposa. Le encantaba despedir así el día.

Pero no pudo terminar. Estaba rozando la cima con los dedos cuando notó como el cuerpo de ella se tensaba. Y no de la manera en la que de Fonollosa celebraba y ansiaba. No. Las manos de la letrada alcanzaron su espalda.

Y lo apartó de encima.

La confusión azotó el rostro acalorado de Andrés mientras buscaba una respuesta.
─¿Qué pasa?─replicó con molestia.
La cara de la mujer estaba roja. Roja de ira, con el cabello algo alborotado por los movimientos que habían compartido minutos atrás.
Los dos terminaron sentados sobre el colchón, con las sábanas perdidas a los pies de la cama. La mirada afilada de la fémina no lo dejaba pensar.
La risa nasal que no llegó a forzar y la manera en la que encarnó una ceja lo obligaron a pensar más deprisa. A encontrar el motivo y preparar su defensa.
─ ¿¡qué pasa?!─ respondió ella, rebuscando su pijama para ponérselo de nuevo, mirándole con la cara cada vez más roja, tomando color.
Andrés notó como endurecía la mandíbula.
─ ¿Me puedes explicar quién te ha hecho esos arañazos en la espalda, “cariño”?─preguntó, tomando el hombro para volver a girarle ligeramente el torso y poder comprobar mejor aún que allí estaban el rastro de unas uñas que estaba segura, no habían sido suyas.

Porque no lo habían sido. El orgasmo de Sierra endureció algo más y de nuevo el miembro de Andrés, que negó con una risa que haría dudar a cualquiera.
─ ¡¡Por Dios, Tatiana!! ─exclamó con exasperación mientras negaba con la cabeza y salía de la cama para volver a subirse los pantalones del pijama.
─ ¡No me tomes por imbécil, ANDRÉS! ─le respondió.
El alzamiento del tono de voz le hizo girar con brusquedad. Odiaba las escenas, odiaba dar el cante y aunque era imposible que les escuchasen, la amenaza se reflejaba en el brillo que mostraron sus ojos.
─ No te vuelvas loca. ─empezó.
─ Claro que has sido tu, por el amor de Dios.─exclamó, mientras negaba con la cabeza.
Estaba a punto de echarse a llorar. Pero lágrimas que no eran reales. Lágrimas de cocodrilo, mientras abandonaba también la cama.
Andrés se cubrió las heridas con la camisa del pijama, mientras negaba con la cabeza y reía entre dientes.
─ ¿Pero cómo te atreves a mentirme en la cara?─reprochó ella, perdiendo fuerza en la voz.
─Eres increíble. ¿DE verdad?─ por unos segundos, el modo de pronunciar esas palabras, el rechazo que mostró el rostro del mayor, todo se tambaleó para la mujer.
─ ¿De verdad me estás montando este numerito de mujer con la crisis de los cuarenta, Tatiana? ¿Así estamos ya? ¿AHORA? Venga, por favor.─la bata que descansaba sobre la silla terminó cubriendo la figura del delgado empresario, que terminó encaminando sus pasos hacia la cocina, negando con la cabeza.
Tatiana no le siguió. Rompió a llorar, en silencio, mientras trataba de buscar una explicación. Quizás sí había sido ella. Quizás tenía razón y se estaba volviendo loca, cavando la tumba de un matrimonio que era su mundo entonces.
No necesitó escuchar el ruido del cristal.
Sabía que Andrés terminaría cogiendo el sueño a base de whisky en el salón.

Notes:

Ya me vais a disculpar todo el retraso, entre las vacaciones de Semana Santa y que me he vuelto loca con temas universitarios apenas quedaba ya inspiración para el fic. Aunque, he de advertir, se vienen cositas pronto.

Gracias por cada comentario, voto y minuto que le dedicáis a este fic.

- Clio.

Chapter 15: El café y el correo

Summary:

Sergio y Andrés quedan para hablar tras unos acontecimientos moviditos. Y mientras todo parece tomar una pausa para respirar, Sergio mueve ficha.

Notes:

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Chapter Text

Raquel despertó con el mismo dolor de cabeza con el que lo hizo el empresario al otro lado de la ciudad. Y sí, los dos también pensaron en la misma persona al coger el teléfono y comprobar las notificaciones que tenían pendientes.
Solo que Raquel no fue la que decidió llamar a Sergio.
─ ¿Dígame? ─ la voz de Sergio sonó firme y tan baja en el tono como Andrés estaba acostumbrado.
─ Buenos días, hermanito.─saludó Andrés sin demasiadas energías.
Sergio rápidamente detectó el tono alicaído o cansado que traía su hermano mayor y contó hasta diez mientras dejaba que hablase. Sus sentidos estaban alerta y pendientes del contrario al que no podía ver.
─ Sí, Andrés, Buenos días, ¿qué tal, hermano querido de mi corazón, has dormido bien?─añadió Andrés ante el silencio con un tono de burla mientras se frotaba la sien con una mano.
Tenía algo de resaca, el whisky ya no le sentaba como cuando tenía veinte años y además, sabía que lo de la aventura no había acabado ahí. La idea se había instalado en la cabeza de Tatiana y tendría que hacer que saliera de ahí.
─ ¿Te acabas de despertar, verdad?─preguntó Sergio.
Andrés se contuvo para que no lo escuchase resoplar. No quería darle la razón y menos cuando empleaba aquel tono que rebosaba la postura de sabiondo que Sergio siempre había tenido. Un aire de superioridad que Andrés detestaba ver en alguien que no fuera él, sobre todo cuando se trataba de Sergio.
─ ¿Te apetece compartir un desayuno con tu querido y venerado hermano?─propuso el mayor.
Antes de que Sergio pudiera responder, se le volvió a escuchar.
─ A no ser claro está que empieces con ese tono tan detestable que hace que tu mejor compañía sea un loro falso─
─Lo de los loros es un tópico falso. ─ apuntó Marquina.
─Pero sí, sí quiero.─añadió antes de que se le volviera a reprochar el asunto.
La verdad es que la única manera de quitarse de encima sus pensamientos pesimistas sobre lo ocurrido con la inspectora de policía iba a ser en compañía de Andrés. Su hermano mayor podía ser muchas cosas pero nadie iba a comprender el vínculo que los sostenía y unía.
Con él, Sergio podía ser él mismo sin temer las reacciones ante sus acciones, pensamientos o bromas. Con Andrés estaba bien. Tranquilo, relajado. Como con pocas personas lo había llegado a estar.
Esa mañana ya se había duchado. Se había puesto uno de los trajes informales que poseía, cuyo tacto le tranquilizaba de sobremanera.
─Perfecto. A las doce en la cafetería cercana a la Almudena, ¿te parece?─ el empresario ya tenía su planing trazado en la cabeza.
A Sergio no le molestaría ni un poco desplazarse hasta la zona, en especial porque su hermano sería el que pagase el precio del caprichoso lugar que se aprovechaba de la renta per capita del barrio.
─ Vale. Luego te veo.─murmuró, a modo de despedida.
La realidad es que podría salir ya y darse un paso yendo en metro. Era de hecho lo que haría, pero antes, cuando tuvo el teléfono en su mano, terminó por hacer algo que no solía.
Cruzar los límites.
Buscó entre los contactos de su limitada agenda y escribió a Silene. «Necesito el teléfono de Aníbal. Cuando puedas, gracias.»
La mujer respondió con unas caritas que se reían, un «x??» y un «Bueno, mejor te hago el tercer grado en persona jeje» y segundos después, antes de que Marquina pudiera responder el primer mensaje, llegó el contacto.
Sergio lo guardó, se subió las gafas y dudó unos segundos antes de abrir el chat.
«Hola. Soy Sergio. Marquina, el pirata. Trabajamos juntos. Mi hermano me dijo que… se te daba bien escarbar en las redes sociales.»
El chat estaba en blanco, ahora solo con su mensaje que no había sido leído. Se tomó unos segundos observando la ausencia de foto de contacto, y justo cuando iba a borrarlo, apareció el doble check azul.
«Hola!! Tío, claro que sé quien eres jajajajajja»
«Sí, sí, vamos que me manejo de sobrisimas»
«K necesitas?»
Los mensajes eran descifrables para el mayor. Y sabía que quizás al propio Andrés no le parecía la mejor manera de proceder. Pero no le podía dar más igual. Ese era su plan, su estrategia.
«Necesito que me consigas la dirección de correo oficial de una agente de policía, la Inspectora de Raquel Murillo. La del trabajo.»
La respuesta tardó unos segundos.
«Vale luego te digo».
Sergio lo había pensado mucho más complejo, con más preguntas. Tuvo un segundo de duda sobre qué era realmente lo que Andrés le había pedido a Aníbal para conseguir el trabajo. No era el actor con más tablas sobre el escenario del mundo y su juventud decía más de él que su profesionalidad.
Pero eso… eso era una herramienta muy importante.
Podría preguntárselo más tarde, pero decidió preparar sus cosas y salir hacia el metro.
Como siempre, llegó antes de tiempo, y como prácticamente era parte de su ritual, Andrés llegó tres minutos antes de la hora y en taxi. No le quedaba muy lejos de casa pero por más que la ropa y el peinado que traía cubría bien la postura, Sergio intuyó que no había sido su mejor noche.
─Hola─saludó el menor de los hermanos.
Andrés dejó la mirada reposar y así mismo, una mano sobre su hombro para guiarlo hacia la despejada y elegante terraza del bar que tenían atrás.
Nada más cruzar el umbral de la entrada a la misma, un camarero que Sergio recordaba de veces pasadas les saludó con la cabeza y les guio hasta su mesa. La de siempre. Todo una rutina que permitía centrar las atenciones a la conversación, a ellos.
Sin prisa.
─ Cómo te cambia el trabajo.─murmuró Andrés, echándole un vistazo. No es que mejorase mucho con ropa de calle, pero dejaba de parecer un andrajoso.
─ ¿Has desayunado? ─preguntó Sergio, interesado. Tomo asiento y Andrés también lo hizo, frente a él.
─ Todavía no. Me apetece una tostada de tomate y aguacate y un café americano. ─pidió al hombre que tenía a su lado y que se había mantenido de pie. Andrés le entregó el abrigo y Sergio negó con la cabeza cuando le pidieron el propio.
Lo dejó tras la silla, y respondió a la pregunta “¿y el señor?.
─ Una té negro, gracias.─ murmuró, esperando a quedarse solos para ver a su hermano a los ojos.
Los de Sergio estaban supeditados a unas grandes ojeras que no había disimulado ni un poco.
─ En fin. ─Andrés cruzó una pierna sobre la otra con una sonrisa lobuna en la cara, esperando unos segundos antes de empezar.
─ Tienes muy mala cara para haber hecho el amor, hermano.─murmuró sin ningún reparo.
El rostro de Sergio perdió las facciones relajadas y pestañeó varias veces.
Andrés rompió a reír al verlo.
─ ¡No me lo puedo creer! ─celebró, dando una palmada al aire.
Sergio se maldijo a si mismo y apartó la mirada.
─Muy bien, Sergio, muy bien.─siguiendo el ejemplo de su hermano, por ejemplo.
Todavía no se lo creía, casi que sus problemas matrimoniales habían desaparecido de un plumazo.
─¿Ha estado bien?─preguntó, con verdadero interés. Sergio observó como se les acercaban de nuevo con lo pedido, de forma veloz y eficiente. Guardó silencio y ganó algo de tiempo.
─ Soy un hombre de bien, Andrés. No voy a hablar de ello.─trató de zanjar.
No tenían más que hablar del tema y Andrés sabía bien que no iba a mover a su hermano de esa postura.
El teléfono de Sergio sonó en el bolsillo de su abrigo.
─ Disculpa.─ respondió, mientras se inclinaba a recoger el mismo y a ponerlo en silencio. El mensaje era de Anibal. Una dirección de correo electrónico.
Sergio saboreó el momento de manera interna y lo dejó bocaabajo sobre la mesa. Se acercó a la misma.
─ No sé si va a volver a llamarme. Antes de irse mencionó a su marido y a su hija.─dijo.
A fin de cuentas, tenía que hablarlo. Con alguien, con Andrés como única posibilidad. Porque si no iba a seguir dándole vueltas hasta volverse loco de remate.
Necesitaba hablar con ella de nuevo, que no le echase de su lado. Y era lo que más miedo le daba, haber creado un vínculo que solo sostenía él. Que todo hubiera sido cosa de un tonteo por la adrenalina de lo prohibido y que hubiera finalizado con eso.
Dejándolo a él mismo tiritando.
─Bueno… la culpabilidad del momento, no sé.─el empresario disfrutó del primer sobro de su café sin darle mayor importancia.
─ Se le pasará.─aseguró. La confianza de su hermano era tan fuerte que casi hasta se lo creyó él. La taza hizo un pequeño ruidito y ambos empezaron a desayunar.
─ Lo tienes demasiado claro.─dijo Sergio, sin llegar a convencerse del todo.
─ ¿Quién conoce más al género femenino, umh?─preguntó con cierto rentintín orgulloso.
Sergio rodó un poquito los ojos. Touché.
─No me atrevo a llamarla otra vez. No quiero meterle en problemas con su marido.─porque también debería contarle eso al gallego. Que la maltrataban en su casa. Que quizás era Alicia Sierra quien le iba a ayudar con su demanda de divorcio cuando la pusiera. O con la de los malos tratos.
Que por eso hablaban.
Pero no podía. Lo tenía dentro, revolviéndose por salir, pero una parte de él estaba sintiendo la traición que supondría a la confianza de la mujer y no podía. No se veía capaz de hacer aquello a Raquel.
─ Dale unos días, a ver qué hace.─
─ Sí, seguramente sí. ─

Los hermanos bebieron de su café a la par.
─ ¿Cuándo tenemos la vista de la demanda por lo del crío? ─ preguntó Sergio, de repente.
El asunto y sobre todo la manera de tratarlo por parte del menor sorprendió a de Fonollosa. Este alzó una ceja, contento y sorprendido por el plural.
─ Dentro de dos semanas. ¿Querrás venir?─ preguntó.
Sergio apoyó la taza despacito y mientras se relamía el labio superior para retirar todo rastro de la espuma del café, asintió.
─ Sí, estaré allí. ─ era su legado, a fin de cuentas. Suponía que no debía sorprenderle tanto.
─ Bien. ─Andrés aceptó con gusto. Ante el silencio de Sergio y la mirada perdida tras los cristales en un punto indefinido a su espalda, el gallego sintió la necesidad de volver a hacerse notar.
─ Vente a cenar con Tatiana y conmigo, te explicará mejor que yo la estrategia que vamos a llevar para nuestra defensa.─le ofreció.
Sergio volvió de nuevo a la Tierra. Raquel seguía metida en su cabeza como nunca. No era su plan perfecto pero suponía que la pelirroja era la mejor baza que tenían contra Sierra.
Se equivocaba, pero eso ya lo descubriría más adelante.
─ Gracias, sí.─murmuró, bajito.
─En fin. Ahora vuelvo, voy a entrar al excusado y a pagar esto. ─ informó el contrario, tras obtener una respuesta afirmativa más animada de la que esperaba. Pensaba que tendría que insistirle hasta convencerlo de que era lo mejor.

Sergio volvió a asentir con la cabeza mientras se marchaba. Y en cuanto Andrés se perdió dentro del local, el pirata recogió su teléfono móvil y acudió al chat del joven. Agradeció de la forma más escueta y correcta que pudo y copió la dirección antes de ir a la aplicación de correo electrónico.
Miró a ambos lados unos segundos para asegurarse de que tenía el tiempo que requería la acción y empezó a escribir, midiendo bien cada palabra.
Hola, Inspectora.
Lamento abordarla de esta manera. No se me ocurría una manera mejor. Podría disfrutar de una de nuestras llamadas, debe saber que soy de esos que prefieren los cara a cara y para quien las entonaciones, la manera de decir las cosas son importantes. De esta forma le será más fácil ignorarme si considera que así debe quedar el asunto.
Para mi no fue un truco.
Sergio necesitó hacer una pausa tras escribir esas seis palabras. Una oración que se disfrazaba tanto como lo hacía él, y cuya naturalidad tampoco quedaba clara. ¿Era su disfraz de pirata un disfraz o quizás su verdadera naturaleza era aquella?
Así que no tiene porqué romperse así. Como su único destino posible. Siempre hay una salida. Todo tiene solución en esta vida menos la muerte. Y yo me atrevo a creer en la magia más allá de los minutos que dura un espectáculo.
Aunque respetaré su decisión sea cual sea, no se olvide de la información que tiene en su poder. Mi oferta no tiene fecha de caducidad.
─ S. M.
Sergio pulsó el botón de enviar al mismo tiempo que la voz de su hermano lo sorprendía.
─ Te estás convirtiendo en un adolescente, eh. Todo el rato con el teléfono en la mano.─ lo reprendió en un tono bromista que ocultaba un detalle que el gallego no había perdido. Sergio era el primero en renegar de la tecnología en favor de los métodos de vida y socialización con los que habían crecido.
Aunque Sergio no fuera precisamente de los que se pusiera a socializar. Ni en persona ni por redes.
─ Si te abres Tinder avísame. Martín se alegrará de tener una buena y muy prolífica broma.─añadió el empresario con celeridad mientras se sentaba.
Todavía les quedaba un ratito al sol.
─ No me voy a abrir Tinder ni ninguna de esas aplicaciones. Morir solo no es algo que me preocupe.─respondió, arisco y ocultando el teléfono en el bolsillo del abrigo de nuevo.
Andrés rio.
─ ¿Sabes lo que sí me preocupa? ─ Sergio no le dejó la oportunidad de contestar.
─ Alicia Sierra.

Notes:

jsjsjjsjs ¿cómo se tomará el correo Raquel Murillo? ¿saltará el cortafuegos de la poli? xdxdxd

Tengo muchas ganas de que podáis leer las cositas que se vienen y espero que este capítulo os guste tanto como me ha gustado a mi escribirlo.

- CLIO.

Chapter 16: No quiero seguir casada.

Summary:

Raquel da un paso hacia el frente, un paso traumático y empujada por la voz de Sergio que sigue retumbando en su pecho. Un paso que cambia el rumbo que llevaba su vida.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Hay veces, y sucede, que tu vida se para por un mensaje que de repente aparece en tu vida. Suelen ser, en la mayoría de casos, una mala noticia.
Para Raquel Murillo fue un correo electrónico en la bandeja de entrada de su ordenador.
Pero ahora llegaremos a esto.
Antes, debemos comprender que Raquel había regresado a su casa con un nudo oprimiendo su estómago. Que como hacía muchos años que no lo hacía, después de ducharse se metió en el cuarto de su hija y se acurrucó con ella hasta dormirse solo por no volver a compartir un ápice de intimidad, ni sentimental y física con Alberto. Por recordarse a si misma que no había nada que no pudiera hacer por Paula.
Aunque implicase dejar de soñar. Dejar de sentirse tan viva. Fue una noche en la que apenas pudo pegar ojo. La dedicó a pensar en lo sucedido, a sentir como la piel todavía ardía allí donde Sergio había dejado sus manos y a observar como Paula dormía tranquilamente, respiraba tranquila a su lado y entre sus brazos.
La dicotomía de su vida. Porque cuando su niña se le acurrucaba y rozaba sus cardenales, Raquel recordaba el tipo de hogar que seguía manteniendo.
Pensó, pensó mucho y en profundidad, atreviéndose a pensar si de verdad necesitaba recurrir a un extraño porque ni siquiera la niña estaba a salvo en aquella casa de ensueño. Su vida hacía demasiado que había dejado de ser un anuncio si es que lo había sido en algún momento.
Sobre las seis de la mañana aprovechó que Alberto todavía dormía para dejar el desayuno preparado y prepararse ella para ir a trabajar. Llegó antes que nadie salvo su subinspector, que le esperaba con una sonrisa amplia y un café en la mano.
La familiaridad de Ángel le reconfortó pese a que no se sentía cómoda hablando de su aventura con él. Pero por lo menos pudieron zambullirse en el trabajo con una comisaría mucho menos activa que a mitad de mañana.
Avanzaron, rellenaron informes necesarios para el papeleo del caso a velocidad récord como el tándem que era. Sin embargo, cuando dio la hora de comer, rechazó la invitación del hombre de gafas de pasta para bajar a comer algo a la cafetería. No le apetecía un sándwich pocho y tampoco se había traído nada. No tenía el estómago para ello.
Así que, entonces, tras la pantalla de un ordenador que ya tenía una década de antigüedad, abrió su correo electrónico. Y de entre todos los que tenía sin leer, una dirección desconocida sin asunto.
Abrió, y tal y como leyó el inicio, todas las vibraciones sospechosas se redujeron a un latido acelerado de su corazón. Leyó y releyó. Una y otra vez, saboreando cada palabra y escuchándola en su cabeza con el tono bajo y reposado del hombre de ojos castaños. Todo su cuerpo reaccionó a su correo y terminó con el teléfono en su mano, sin despejar la vista de la pantalla.
¿qué hacemos? ¿qué vamos a hacer con este hombre?
Y la verdad, Raquel no tenía una respuesta a esas preguntas. Se hundió un poco en la silla acolchada de su despacho todavía con la pantalla abierta. Dejó el teléfono, no debía llamarlo pese a que era lo que necesitaba. Volver a escuchar esa voz tranquila y grave. Dejarse abrazar como no le había dejado apenas la noche en la que había cruzado la línea.
Porque en realidad, Raquel Murillo estaba tambaleándose sobre esa línea. Haciendo malabares para no caer al abismo y con su hija en brazos. Y Sergio solo estaba consiguiendo que se tambalease porque, quizás, ese hombre que trabajaba disfrazándose de pirata iba a ofrecerle unos brazos en los que caer. Una calidez que solo había sentido con él y que no creía siquiera posible que emanase de Alberto.
Porque la reconciliación con alguien que le había herido de esa manera no era posible. De ninguna de las maneras. Y eso ya había sido capaz de averiguarlo sola.
Pero ahora Sergio hacía aquello. Sin ser intrusivo más allá del ¿cómo putas ha averiguado este tipo mi correo de aquí? Pero claro. Además, había pensado en la única manera de no meterla en un problema.
Sergio había sido además de su amante, su confidente. La única persona que tenía idea de cómo estaba pasando todo aquello. De que lo estaba pasando. Y una vez más, no responder era mucho más difícil que expresar lo que sentía en su pecho. Porque lo que más le apetecía a Raquel Murillo era verle de nuevo. Volver a olvidarse de su vida otra vez.
Creer cada una de las palabras que habían compartido y revivir, por qué no, esas caricias que nunca habían cobrado un tinte demasiado culpable. Ella, una mujer recta y del deber. Una mujer con arma y placa que vivía con miedo. Todo en su vida parecía retorcido.
Al final, y aunque dejó un borrador abierto en el ordenador, terminó cogiendo el teléfono y yendo hasta su lista de contactos. Por suerte, Alicia salió antes que la “S”, porque de tenerla como tenía a Suárez, por su apellido, habría terminado viendo el teléfono de Sergio y quizás la tentación habría sido demasiado fuerte.
Esperó los tonos y terminó levantándose. Apartarse de la pantalla fue el primer paso. Después, bajó las persianas para ganar algo de intimidad mientras los tonos sonaban uno tras otro.
─ Joder, Raquelita, vaya horas, me has pillado con la tortilla de patata en la boca.─respondió una Alicia que parecía de buen humor.
Raquel, sin embargo, no estaba para esas bromas.
─ Alicia. Necesito verte.─ el tono de urgencia era suficiente para que la pecosa tragase en seco y respondiese con celeridad.
─ Hombre, Murillo, que estamos casadas.─continuó Alicia mientras levantaba la mano y chasqueaba los dedos para llamar la atención del camarero. Mientras perdía la cuenta con un gesto, escuchó al otro lado del teléfono.
─ Ya, pero yo no quiero seguirlo. Necesito divorciarme de Alberto.─murmuró la mujer.
El rostro de la abogada se ladeó ligeramente con sorpresa.
─ Se que no sueles encargarte de divorcios, pero por favor, podr─
─ Claro.─Alicia se adelantó a la petición de la mujer.
─ Gracias.─el alivio era patente en su voz.
─ Por el amor que nos tuvimos hasta te haré precio.─mencionó la pelirroja, que pinchó y comió el último bocado de la tortilla.
La risita ahogada de Raquel le siguieron una realidad dura.
─ También quiero una orden de alejamiento.─añadió, mordiéndose el interior de la mejilla. Sabía lo que iba a suponer todo aquello.
─ ¿Puedes acompañarme?─preguntó con un atisbo de duda.
─ ¿Raquel…? No, mira, mejor… vamos a quedar a comer. Te invito a algo y me cuentas esto mejor en persona, ¿vale?─ el rastro de broma que había aparecido en la voz de la mujer había desaparecido.
El “uhum” débil que se escuchó por parte de la rubia fue suficiente para que añadiese.
─ En cinco minutos en la cafetería esa de la esquina que tienen esas tartitas de colores tan ricas.─ apuntó Alicia antes de colgar.
Raquel no tuvo tiempo para responder. Cerró el ordenador y se aseguró de que todo quedase bien bloqueado y apagado antes de salir hacia el punto de encuentro.
Todavía las palabras le vibraban en la boca. Las suyas y las de Sergio, que resultaban un empujón hacia delante cada vez que se planteaba la locura que acababa de empezar y que todavía podía cerrar con la excusa de una mala broma que se le había ido de las manos.
Vio a Alicia mientras cruzaba el paso de peatones y decidió esperarla en la puerta. Siempre había sido guapa. Más que guapa, elegante. Exuberantemente elegante, fuerte. Quizás fuera realmente una coraza pero de ser así, ella estaba convencida de que esa coraza se había fundido con la piel y quitársela no solo era un dolor emocional, casi hasta físico.
Pero en aquel momento Raquel necesitaba a la Alicia Sierra con coraza y muchas armas para protegerla y acompañarla en la guerra que estaba a punto de desatar.
La pelirroja le saludó con un sorprendente abrazo al que apenas correspondió.
─ Vamos, que me has jodido la comida.─ indicó la abogada, rompiendo el hielo y robándole una carcajada ahogada a Raquel.
La siguió dentro, tras ella como un patito sigue a su mamá y solo cuando ella dejó su abrigo y maletín en una silla tomó asiento en la otra.
Tanto silencio alteró a Alicia, que esperando a que le atendiese, preguntó.
─¿Por fin vas a aceptar tu lado sáfico y decidir que los hombres son un error constante?─
─ Pero si tu estás casada.─respondió Raquel, pegando un muslo a otro y dejando las manos entre ellos, buscando algo de calor.
─ Eso son minucias.─respondió la abogada, apoyándose en la mesa con los antebrazos e inclinándose hacia delante para mirarla mejor.
Raquel se sintió desnuda. Y todavía no habían empezado.
─ ¿Qué pasa?─preguntó en voz baja entonces la más alta de las dos, dejando con una delicadeza la mano sobre el antebrazo de Raquel, que templó a la policía como no pensaba que pudiera suceder.
Raquel le sostuvo la mirada mientras notaba el nudo de su garganta asfixiarla. Apretándose sobre sí poco a poco. Ahogándola como hacía meses que lo hacía su matrimonio.
─ Alberto me maltrata.─murmuró finalmente, en un hilo de voz que fue el epílogo a la humedad de sus ojos. Pero no lloraba de pena. Sino de rabia. Y sintió como hasta Alicia Sierra se tambaleaba delante suya.
─ Y… no solo mentalmente. Y estoy cansada de no poder vivir porque me da miedo mi propio marido y porque además, además.─Raquel necesitó un segundo para tranquilizarse.
Esa cafetería parecía un lugar demasiado bonito como para ensuciarlo de algo así. Pero había abierto el cajón y la mierda se estaba desbordando en ese mismo instante.
─ Además mi hija lo adora y yo no puedo más.─negó con la cabeza.
Alicia le dejó un apretoncito en el brazo, mostrando un cariño que mantenía siempre bien oculto pero que consiguió que Raquel la mirase entonces.
La seguridad de los ojos azules de la contraria fue un buen augurio para ella.
─ ¿Está en casa ahora?─preguntó la abogada.
Raquel negó con la cabeza mientras alzaba su diestra para retirar una lágrima que corría sin permiso por su mejilla.
─ No.─añadió de manera verbal.
─ Vale. Pues ahora, vamos a ir a tu casa, a recoger tus cosas y las de Paula y vamos a ir a la mía.─empezó la mujer, enderezándose en su lugar y retirando el contacto físico.
Raquel negó con la cabeza.
─ No, no… ─empezó a negar con la cabeza.
─ Bueno, es verdad. Primero, a tramitar la denuncia por maltrato, a pedir la orden de alejamiento y el divorcio. Pero de eso me puedo encargar yo o el blando de Antoñanzas.─añadió Alicia.
Raquel suspiró, resopló e intentó negarse.
─ Se va a poner furioso.─murmuró.
─ Pero no va a poder tocarte. Raquel, ese cabrón no te va a poner la mano encima nunca más.─aseguró con seriedad la letrada.
El tono de la conversación se vio interrumpido y aliviado por la llegada del camarero, que intentó no mirar demasiado a la mujer que tenía las mejillas húmedas. Alicia pidió dos infusiones y un par de trozos de tarta.
─ Sino la quieres me la comeré yo.─la despreocupó mientras el chico se iba con las anotaciones.
─ Alicia, no quiero… abusar, ya te estoy pidiendo demasiado con esto.─murmuró la inspectora.
─ Ni de coña.─la interrumpió la contraria.
─ Nos podemos quedar con mi madre, Germán puede explotar con una niña en casa.─insistió Raquel.
Y Alicia tuvo que negar una vez más antes de darse cuenta de que, más que Germán, sería ella la que perdería los nervios con Paula en casa.
─ Bueno. ─terminó aceptando.
Igual aquel tampoco era el mejor sitio para profundizar en aquel tema. Pero aun así, le advirtió.
─El primer paso ya está dado, Raquel. Ahora vamos a protegerte. A ti, a tu hija y tus intereses. Y para eso…─ La tarta y las bebidas llegaron justo entonces y si a Sierra pudieran salirle corazones de los ojos habría sido en ese momento.
Raquel lo siguió todo con la mirada y dio un agradecimiento en voz baja.
─ Eso significa que te tendré que hacer muchas preguntas para que no se nos quede nada sin atar. Así que, ¡enhorabuena!─Celebró la mujer, mientras se llevaba el primer trozo de tarta de fresa y nata a la boca, gimiendo un poquito entonces.
─ Vamos a recuperar toda la intimidad de nuevo.─terminó tras tragar.
─¿Cómo voy a decírselo a Paula?─murmuró entonces, con la mirada fija en el tazón en el que le habían servido la infusión.
Alicia notó que quizás no era el mejor momento para tratar de hacer esas bromas, de animarla.
La cabeza de Murillo siempre había ido a mil por hora y era siempre de las que se planteaban los trescientos escenarios posibles antes de que sucedieran, se ponía en lo peor. Y la situación no era sencilla, ni siquiera para los más optimistas.
─Los críos son muy listos, Raquel. Dile que vais a pasar una temporada con la abuela y… cuando se haya formalizado, se lo cuentas. Pero no hables con Alberto sin estar yo presente. Será lo mejor.─murmuró Sierra.
La realidad seguro que no sería tan sencilla, por más que ella estuviera siendo honesta con Raquel, la policía sabía que, en un mundo como en el que ella vivía, si dos policías se casaban, era noticia. Que se divorciasen y en los términos en los que iban a hacerlo iba a ser la comidilla de toda la jodida comisaría.
─ Vale, claro…─aceptó Raquel, dándole un sorbo a la infusión que templó su cuerpo. La calidez, toda ella le recordaba a Sergio. Y aunque tenía la certeza de que su marido le había engañado en multitud de ocasiones, que ella también lo hubiera hecho no iba a ir en su favor.
Alicia le acercó el otro plato con la carrot cake que ella rechazó.
─ No tengo mucha hambre.─murmuró, pese a la pinta que tenía la repostería.
─ Voy a llamar a Ángel.─avisó entonces, mientras se ponía en pie.
─¿Por?─preguntó Alicia, tras relamerse las comisuras de los labios y contemplándola desde abajo, para variar, con algo de confusión.
─ Para avisarle de que terminamos por hoy, necesitaré la tarde libre para… esto. Y a mi madre, para que vaya a recoger ella a Paula.─todo era… vertiginoso. Y Raquel, mientras esperaba a que su subinspector le cogiese el teléfono, sintió sus piernas como inestable gelatina.

Notes:

Bueno. No sabéis las ganas que tenía de poder publicar esto. Tanto, que hasta me he adelantado unas horas.

Espero con ansias vuestros votos y comentarios, no me seáis tímidas. Y también teorías de lo que será lo siguiente, claro.

Un besico,

- Clio.

Chapter 17: Estoy contigo.

Summary:

Sabe que no debería, que la distancia sería lo más apropiado. Pero cuando dos personas están destinadas, no hay nada ni nadie incapaz de evitar que vuelvan a encontrarse.

Chapter Text

No había tenido un segundo para respirar. La opresión de su pecho era una constante marcada durante su día y el médico había terminado recetándole de nuevo las pastillas que le permitían dormir más de cuatro horas seguidas, aunque Raquel solo se tomaba media.
Salvo un intento aislado de Alberto por hablar con ella y llevárselas a ambas a casa, no había visto más a su marido y eso era bastante agradable. La amenaza de denunciarla por abandono del hogar no iba a servir de nada, y gracias a Alicia podía tener la absoluta certeza.
Y mientras hacía y deshacía cajas de mudanza y se acostumbraba a vivir de nuevo con su madre y a las preguntas de Paula, los horarios de visita y su nueva realidad de mujer divorciada y denunciante en la comisaría, Sergio seguía rondando en su cabeza.
Todavía no le había dicho a Alicia que había sido infiel a Alberto y estaba empezando a pensar que podría evitarlo. Sobre todo, si mantenía sus manos alejadas del teléfono y el contacto del hombre. No quería borrarlo.
Y todavía no habían pasado ni siquiera una semana laborable. Ni cinco días.
Sergio había sido capaz de asumir que a veces los sentimientos, lo que fuera que pasó en ese barco, no había sido recíproco. No del todo. Y que en el fondo, el silencio de la Inspectora simplificaba mucho su ecuación.
Y seguir con lo que tenía que seguir. La cena con su familia había sido demasiado reveladora. Tatiana y Andrés estaban en crisis. Solo había que verlos interactuar. La cara de ella era más transparente de lo que pretendía con el maquillaje que cubría las ojeras y las miradas que dedicaba al empresario.
Andrés sin embargo, seguía actuando como si todo fuera viento en popa y terminaba ayudando a que así fuera. Al menos, hasta que todo se les echase encima.
Aquel día, Sergio estaba de nuevo vistiéndose para el desfile cuando la voz de marcado acento consiguió separarlo de las preocupaciones personales que traía de casa.
─ Mira que eres.─le remprendió Ágata.
El hombre giró en su asiento y se apartó el lápiz del ojo. La fémina, más cómoda que nunca en su uniforme, se acercó hasta el tocador y tomó asiento sobre el mismo, cogiéndole el lapicero de los ojos.
Sergio se encargó de despejar bien para que no se manchase ni derramase ninguno de los productos.
─ No hace falta.─ aseguró, tratando de recuperar el lápiz oscuro. La gitana lo apartó y negó con la cabeza.
─ No estabas tú mu’ concentrao’ y no es cuestión de que te quedes más cegato de lo que ya debes estar, ¿no?─opinó, inclinándose un poco con el ceño fruncido hacia su rostro.
La manita en su barbilla, bajo la barba, consiguió que se detuviera y se estuviera muy quieto, atento a cada mínimo gesto y al lapicero que se acercaba con seguridad hasta la línea de agua de su ojo izquierdo.
─ Gracias. ─
─ De nada, ladrón. ─murmuró ella, mientras le pintaba con pulso seguro y cuidado aquella línea que tanto realzaba la mirada del varón.
No sonrió por temor a moverse, pero le hizo gracia.
Una vez había dado un speech importante sobre el papel de los piratas y al parecer se habían enterado absolutamente todos. Alguno hasta lo llamaba de vez en cuando, y por bromear, Profesor.
Presionó los labios y giró la cabeza lo poco que Ágata necesitaba para hacer lo propio con el otro lado.
─ ¡Ea! Mucho mejor, niquelao’.─expresó la menor, bajándose de nuevo y dándole el espacio que había abarcado sin permiso previo.
Guardó la pintura en el neceser mientras volvía a subir la música de su teléfono móvil, muy distinta a la que Sergio podría escuchar.
─Te veo más tranquila.─murmuró él, mientras se ponía de pie de la misma manera e iba a buscar el collar que tenía que llevar como complemento del disfraz.
Habían perdido el contacto visual así que no llegó a ver la mueca de la mujer.
─ Estoy mejor, pero sigo pensando que tu hermano debería hacerme caso con la queja que puse.─
Sergio no quería seguir hablando de aquello, ni volver a pensar en Andrés o en el juicio que tendrían dentro de unas horas y del que, en buena parte, iba a depender el futuro del parque.
─ ¿Te espero?─preguntó ella, casi en la puerta.
El pirata alzó la cabeza para verla a los ojos sin las gafas, y negó con la cabeza.
─ Ve yendo.─pidió. ─Ahora mismo te alcanzo.─murmuró Marquina mientras recogía el teléfono móvil de la chaqueta de su traje para comprobar que no tenía ningún correo electrónico nuevo.
Una parte de él que el propio Sergio conocía poco estaba demasiado ansioso por volver a tener noticias de la mujer. Y preocupado, sobre todo sinceramente preocupado. Pero darle vueltas solo habría sido confirmar que se le había ido de las manos.
Y Sergio no podía perder el control.
No lo iba a perder.
Aquella tarde Sergio sintió como nunca antes la libertad que otorgaba las cuerdas, el traje, el aire al saltar o hacer algún truco de magia que sacaba sonrisas y dejaba boquiabiertos por igual a padres y a niños. Jugó un poco con alguna pistola de agua, lanzó varios origamis. Y terminó con más ganas todavía de envolverse en la magia que se vivía en ese parque.
En disfrutar también de todos y cada uno de los espectáculos que sus compañeros podían representar tras aquellos, de los gritos de emoción de los más pequeños. Por si acaso era uno de sus últimos días en ese lugar que prácticamente lo había visto crecer.
Para cuando regresó hacia los vestuarios ya no quedaba prácticamente nadie más allá de los miembros de seguridad. Así que se tomó su tiempo. Se desmaquilló, se desvistió y finalmente se metió en la ducha. Para cuando salió a la calle, el aire y el descenso de la temperatura chocó de lleno con su piel húmeda de la frente por el cabello a medio secar.
Caminó hacia el parking para ir a buscar la moto y para su sorpresa no era lo único que quedaba.
El coche de la mujer la delató antes que su menuda figura apoyada sobre la puerta. Sergio la vio antes que ella a él. Se detuvo casi por la sorpresa, y dudó unos segundos antes de llamarla, retomando el paso.
─¿Raquel?─
La mujer sabía bien qué hacía allí. Y que sentía que le debía una explicación por lo menos a aquel hombre. Pero en el momento que volvió a escuchar su voz y que esta inundó sus sentidos prácticamente como la primera vez, Raquel no supo bien que hacer.
Se separó del coche, observándolo casi haciendo un verdadero análisis de su aspecto. Aún vestido de calle y sin el maquillaje que tanto le gustaba no dejaba de ser un hombre atractivo. Pero parecía más él. Más bueno que lo que podía resultar un pirata. Aunque fuera uno de mentira.
─ Hola. ─respondió, al final, con un hilo de voz.
─ Hola.─respondió él, acercándose lo suficiente como para que la distancia resultase extraña.
El siguiente en hablar volvió a ser él.
─ ¿Estás bien? ¿Qu- ha pasado algo?─preguntó en seguida, bajando algo la cabeza. Raquel ni siquiera pudo procesar el tono de preocupación.
Ella, que iba con toda la intención de hablar aquello con madurez y sin dejarle ver una pizca de los nudos que llevaba por dentro, observó esos ojos tras los cristales y terminó soltando un pequeño suspiro.
─ Ha pasado… de todo.─murmuró ella, notando como sus ojos se humedecían sin remedio y escapándose a su control.
Sergio buscó con la mirada los ojos de ella y respuestas sobre todo a todas las incógnitas que se le planteaban.
─ ¿Y tu hija?─preguntó.
No podía soportar los segundos de silencio.
─ T-tengo la moto ahí pero podemos ir a por ella.─aseguró, adelantándose a demasiados acontecimientos.
Raquel le dedicó una sonrisa tierna y ladeó su testa. Negó con la cabeza.
─ Paula está bien.─empezó, asegurándole aquello mientras se mordía el labio inferior.
Le estaba resultando una tortura poder contener todo lo que llevaba dentro.
─ Está con mi madre.─aclaró, buscando el aire que necesitaba para expresar su nueva realidad. Lo que había sido una liberación y en parte, una carga de peso que caía sobre sus hombros y que amenazaba con hundirla.
─ Le he pedido el divorcio a Alberto y he interpuesto… una demanda por malos tratos y una orden de alejamiento.─murmuró.
Sergio fue recibiendo la información con un gesto de confusión claro que solo despejó con el final.
Boqueó un poco y al final asintió, cerrando la boca de una vez y acercándose un paso más. Raquel también lo buscó, y hundió el rostro en su pecho mientras los brazos de Sergio la recibía y envolvía con la conmoción todavía latente. Pero en una cosa estaban de acuerdo los dos.
No había un lugar como los brazos del otro para sentirse en paz. Y Sergio cerró los ojos y se centró en ella. En como se volvía a colar bajo su ropa, sus sentidos, su piel, como le estrechó y se escondió en él, con esa generosidad que solo le hizo sentir algo culpable por la felicidad egoísta y arrolladora que le sacudió.
─Tranquila.─murmuró entonces.
Se atrevió a abrir los ojos, y subió la diestra de su espalda hasta su melena, donde volvió a acariciar y tratar de transmitir la calma que ella le provocaba.
La piel suave de la sien de la mujer rozó su barba y el hombre acunó su rostro con las dos manos para que le mirase. Y no dudó un segundo en limpiar con una caricia de sus pulgares las mejillas de la mujer. Un par de lágrimas habían rodado por allí y no quería que lo hiciera más. Aunque en ese caso fueran de alivios.
Raquel se sentía a salvo y frágil. No era una sensación que le fuese cómoda, pero desde que había decidido aquello, era lo que buscaba desesperadamente hasta en sus sueños. Significase lo que significase.
─Estoy contigo.─ le susurró Sergio. Asintió, sin dudar de sus palabras, y procuró que sus ojos no se quedasen demasiado tiempo en sus labios.
Raquel le pilló de todas maneras. Y tras esa declaración de amor, el rendirse a sus brazos fue inevitable. Como irresistibles le resultaban sus labios. Esos en los que no podía dejar de pensar y en los que, pese a saber lo caro que le podía costar, se zambullía entonces sin dudar. Con los ojos cerrados y atrayendo a ese hombre contra su propio cuerpo.
El sabor salado de las lágrimas en los labios de la inspectora provocó una chispa que recorrió el sistema del varón, que en seguida la alzó entre sus brazos y con la colaboración de la policía, que fue la que también pidió un poco de espacio para abrir los ojos y hablar con él.
─ No puedo prometerte nada.─empezó a hablar, con el pecho todavía algo agitado.
La confusión del rostro del hombre de gafas era un verdadero poema. Aun así, Sergio asintió un poco, dudando sobre si debía bajarla de nuevo al suelo. La manera en la que las piernas de la mujer rodearon y afirmaron el agarre en su cintura fue un claro no.
─ Vale.─susurró él.
Y sus labios volvieron a encontrarse. Solo unos segundos.
─ Ni siquiera se porque estoy aquí contándote esto porque yo─ Sergio no dejó que siguiera.
Volvió a por la danza de sus labios, esa que sus cuerpos demandaban como si estuvieran siendo empujados por un imán. Las manos de la inspectora se colaron por la corta melena del actor, enredando sus dedos en ella y profundizando ese beso hasta arrancar un audible jadeo de lo más gutural de la garganta.
Y aunque todavía tenían muchas cosas de las que hablar, el camino que tomaban esos besos estaban empezando a hacerle perder el control de sus sentidos. No se percató de como Sergio avanzó lo suficiente hasta alcanzar el coche salvo por el momento en el que su espalda contactó con la carrocería del coche. El contraste de temperatura entre su piel y la del metal.
Todo en ella estaba empezando a arder y al final, la fuerza de su agarre flaqueó cuando el de gafas atrapó su labio entre sus dientes, devolviéndole el mismo jadeo que ella le había robado a él.
Sergio concluyó ese beso de una manera suave, una que provocó que Raquel lo siguiese un poco más, casi por inercia, traicionándole su propio subconsciente.
─ Me alegro mucho de que hayas venido. ─ dijo él al encontrar su mirada. La de ambos brillante y de pupilas ligeramente dilatadas por la situación y la oscuridad. Los tacones de Raquel tocaron de nuevo el asfalto del parking pese a que el cuerpo del hombre aprisionaba el propio de manera sutil.
Por primera vez en días Raquel sonrió.
─ Lo he notado.─resolvió con perspicacia, consiguiendo que Sergio apartase algo la mirada.
─ ¿Has cenado? ─preguntó él, tras sentir la caricia de la mujer. Los dedos de Raquel habían acariciado el final de su barba, en su cuello, bajando por este hasta su pecho, por encima de la camisa.
Más que suficiente para erizar su piel y ganarse toda su atención.
Raquel negó con la cabeza.
─ Pasa la noche conmigo.─pidió entonces él.
Ni siquiera lo había pensado un segundo. Y Raquel lo sabía. Había muchas cosas de aquel tipo que no conocía en absoluto, pero para otras era transparente como una gota de agua.
─ No puedo… ─ comenzó a excusarse ella, de mala gana.─No quiero dejar a mi madre sola con mi hija, menos ahora… son muchas cosas.─añadió. Esperaba que pudiera comprenderlo.
No era el momento, seguramente ni el lugar. Sergio cerró los ojos un segundo, lamentando profundamente haberse dejado llevar.
─ Claro, claro… perdona.─murmuró, soltando su cintura y dando un paso hacia atrás. Había hasta cerrado los ojos un segundo.
La miró después.
─No, no… no pasa nada. A mi también me apetece.─aclaró ella. No quería que lo sintiera como un rechazo.
─ Pero esta es mi vida ahora, Sergio. Un puto caos, así que… ─se encogió un poco de hombros al recibir la oscura mirada del hombre que todavía era capaz de hacerla vibrar. Solo Dios era consciente de las ganas que tenía de pasar esa noche con él.
─ Bueno, no…─el cambio en la expresión de él a una más relajada, despreocupada, apartó también las preocupaciones de cara de Raquel Murillo.─ No pasa nada, es una invitación sin fecha de caducidad, seguro que en algún momento…─
─Seguro, sí.─le aceptó Raquel, con una pequeña sonrisa divertida.
─ Ya sabes. Para que pruebes mi cocina.─añadió Sergio, todavía con esa mueca de seriedad profunda.
Raquel rio un poquito.
─ ¿Ah, que cocinas?─se interesó, ladeando un poco la cabeza.
─ Oh, sí. Sobrevivo.─añadió él, imitando esa sonrisa y dejando escapar una pequeña y ahogada carcajada.
El aire que le daba la cara estaba ayudando a relajar y rebajar algo el ambiente, aunque el imán que le empujaba hacia esa mujer ayudase.
─ Ya. Pues… sí, ya te escribiré cuando mi vida sea menos caótica.─murmuró Murillo, buscando a tientas la manilla de la puerta, con su atención en el rostro del hombre.
─ ¿Tienes quien te lleve todo esto?─preguntó entonces Sergio, cambiando el tema ligeramente.
Antes de que pudiera responder, Marquina continuó.
─Porque mi cuñada es una abogada matrimonialista excelente, antes solo se dedicaba a eso.─dijo sin pensarlo. Raquel le cortó con delicadeza.
─No hace falta, me lo lleva una amiga de toda la vida como un favor personal.─aclaró.
─Ah, claro.─
─Sí, Alicia es… bueno, es casi familia, no hay nadie mejor para esto.─ musitó como si nada.
Como si todo el mundo de Sergio hubiera empezado a girar entonces. Como si las piezas del puzle empezaran a encajar.
Alicia Sierra.
Esa era la relación. Ese era el puto nexo entre las mujeres. Y ellos lo habían complicado tanto que ahora él no quería desenredar su vida de la de la mujer, pese a que si le intentaba explicar todo aquello, sería ella quien se apartaría. Con razón, pero llevándose consigo su corazón.
Raquel no era tonta. Notó con claridad como el rostro del menor perdía algo de color y aquello le hizo fruncir el ceño en ese gesto tan suyo de una preocupación genuina.
─ ¿Sergio? ¿Te encuentras bien?─preguntó, dejándole la mano sobre su brazo. Su atención fue de allí, de ese punto hasta su rostro.
La palidez seguía ahí, pero la mano sobre la de Raquel y la sonrisa fueron estímulos suficientes para que la inspectora eligiese creer.
─ Sí, sí… me he acordado de una cosa, no pasa nada.─aclaró el hombre, en una de sus peores actuaciones.
Raquel asintió un poco, deshaciendo ese contacto y mirando a su coche.
─ Debería irme pero…─
Sergio volvió a centrarse.
─ No tienes ganas. ─acabó él por ella.
Raquel sonrió con cara de circunstancias.
─ No. ─admitió.
─ Yo tampoco. ─respondió él.
Sergio miró su reloj y comprobó la hora que era. Después, desvió la vista hasta la moto.
─¿quieres dar una vuelta?─ invitó él, entonces, con un susurro dubitativo que despistó a la inspectora unos segundos.
La moto. La había visto entonces pero todavía con esa invitación Raquel mantenía que no le pegaba mucho.
Pero era atrayente.
─ Pero volvemos aquí. ─añadió ella, aceptando con esa condición.
Sergio sonrió un poco.
─ Volvemos aquí.─ prometió, empezando a caminar unos primeros pasos hacia atrás con una sonrisa a la que Raquel no podía resistirse.

Chapter 18: La perspectiva.

Summary:

Sergio y Raquel tienen una conversación íntima y el pirata consigue que la inspectora comprenda que todo en esta vida depende del ángulo desde el que se enfoque. Lo mismo que tiene que recordarle a Sergio su hermano.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Raquel había tenido que mostrarse contraria a que el hombre utilizase la moto sin el casco. Se lo había dado a ella y había ofrecido una de las tímidas sonrisas que parecían sacadas de un jodido cuento. Sí, de esos que tenían siempre finales felices.
Pero ahí estaban. Avanzando en una carretera que ascendía un pequeño montículo, con el aire de cara y Raquel agarrada al hombre que anteponía su seguridad a la propia sin ni siquiera conocerla. Ese hombre que no parecía preocupado por donde se estaba metiendo. Pero en cuanto Sergio sintió el agarre de la mujer en torno a su torso, la velocidad hizo el resto.
Fue suficiente para despejarse, para permitirse un momento de claridad mientras avanzaban por esa carretera prácticamente desierta. Raquel se agarró mejor a su cuerpo, afianzando el agarre. Cerró los ojos, pensando en que aquello era una locura. Que todo su mundo se había tornado una locura y que sin embargo, ella se sentía más viva que nunca.
Perdió la percepción del tiempo y apenas se dio cuenta de que el hombre aminoraba la velocidad hasta que se detuvieron en aquel mirador. Uno que permitía contemplar buena parte de Madrid, con sus luces y desde la altura.
Sergio giró un poco la cabeza y ella se incorporó, alejándose de la espalda del hombre en la que se había apoyado. Raquel se bajó de la moto y se quitó el casco.
Lo primero que vio después de aquello fue la sonrisa del hombre.
─ ¿mejor?─ preguntó él.
La inspectora asintió con la cabeza mientras le entregaba el casco. Sergio se bajó y lo apoyó en el asiento y señaló con la cabeza los pocos pasos que les quedaban hasta llegar a la madera de la valla que impedía a la gente asomarse más de lo debido.
El parque también se veía, en la oscuridad y con ayuda de unos cuantos focos que siempre se quedaban encendidos, como una pequeña ciudad.
─ Gracias.─ murmuró Sergio.
La sorpresa inundó a la inspectora que no se molestó en ocultarla de sus facciones cuando giró la cabeza hacia él.
Ella iba a decir lo mismo.
─ ¿Por qué? ─susurró.
─ Por aceptar. ─repuso él. Raquel pudo contemplar como la mirada del más alto volvía hacia el horizonte, a fijarse en la ciudad y en la línea que marcaban sus edificios.
─ Hacía mucho tiempo que no venía aquí, y sin embargo…─la miró un segundo, mientras presionaba los labios.
─ Es muy bonito. ─ murmuró ella, en respuesta.
Interrumpiendo lo que iba a ser la confesión de Sergio. Si veía el legado de su padre, si comprendía lo que estaba en juego y lo que significaba para él quizás podría entenderlo. Pero el arrebato de valor pasó tan rápido como esas tres palabras salieron de los labios de la mujer.
─ A veces es cuestión de perspectiva. ─empezó Marquina, en cambio.
Había algo en la voz del hombre, de la manera en la que hablaba que recordaba a la maestría con la que muchos profesores transmitían sus saberes. Esa forma que hipnotizaba, que hacía fácil prestar atención y de la que te invitaba a no interrumpir nunca.
Sergio la miró de reojo y buscó su mano con cautela, rozando sus dedos con los de la mujer.
─ ¿Y por eso me has traído aquí, pirata? ─preguntó ella, enlazando sus manos, acercándose algo más a él con ese gesto. El tono jocoso no era para nada hiriente.
Sergio aguantó una sonrisa que quedó un amago.
─ ¿Para que vea que soy pequeña como una hormiga? ─terminó de apuntar la inspectora. Así se sentía entonces. Diminuta. Como si Alberto pudiera llegar en cualquier momento y aplastar toda su vida bajo la suela de su zapato.
Sergio negó con la cabeza.
─ No. ─ empezó. ─ Estamos aquí para que veas que por grande que parezca nuestro mundo, nuestros problemas.─el brazo libre del hombre señaló hacia delante con la mano extendida, directamente al parque que desde luego, no parecía tan grande desde allí como podía parecer una vez dentro.
─ A veces solo tenemos que darnos cuenta de que quizás solo necesitamos tomar algo de distancia, de perspectiva para poder manejarlos mejor. ─murmuró.
Pero Raquel creía imposible que pudiera alejarse de su problema para obtener una perspectiva distinta. Era demasiado personal porque era su vida. Y la de su única hija.
Sergio pareció leerle la mente, saber interpretar su silencio y la mirada perdida que la policía tenía reflejada en los ojos.
─ Tu divorcio no es el final de tu camino, Raquel. Tu marido no va a poder contigo. ─musitó Marquina.
De nuevo esa seguridad en su voz y la voz que hacía vibrar cada átomo de la mujer. Ella elevó la vista hasta él, bebiendo de cada palabra. Agradeció entonces el contacto visual. Y el apretoncito que sintió en su mano, que había recuperado calidez ante el contacto.
─ Tienes toda una vida de éxitos por delante. ─una carrera profesional impecable, una hija maravillosa. Seguro que tenía amigos más allá de Sierra.
Una Sierra que seguía siendo una incógnita para Marquina. Sergio pensó en Andrés.
El tono de su voz cambió a uno todavía más suave, más frágil. Raquel no podía dejar de mirarle entonces. Tratando de descifrarle, de descifrarlos a ambos como un conjunto.
─ Y… no sé si yo lo veré de cerca. ─aclaró Sergio, desviando de nuevo la vista hacia delante.
Su futuro, si es que había uno plural era más bien incierto e inestable. Podía comprenderlo.
─ Pero puedes contar con que en algún lugar tendrás a un pirata alegrándose de que sigas aprovechando cada pedazo de ilusión. ─la sonrisa de la inspectora rimó con la del hombre entonces ante esa pequeña referencia.
Raquel no pudo sino girar un poco su cuerpo, adelantarse un paso y soltar su mano para llevarla hasta la mejilla del hombre. Se puso de puntillas mientras la de Sergio se afianzaba en su cintura y buscó sus labios con la necesidad de darle ese agradecimiento, esa manera de demostrar que, además de necesitar aquello, lo quería.
Quería tener esa charla y se alegraba muchísimo de haberse atrevido, fueran cuales fueran las consecuencias de sus actos. Sergio cerró los ojos y dejó que la calma volviera a instalarse de manera completa en su pecho aunque fueran solo unos segundos. Cuando Raquel volvió a asentar bien las plantas de sus zapatos en el suelo, Marquina abrió los ojos y sintió aquella caricia bajando por su barba intensificada por diez.
─ Eres un romántico. ─ Lo acusó ella. Los ojos le brillaban pero no quedaba un rastro de humedad en ellos. Sergio debía tener la misma mirada porque terminó alzando la cabeza y girándola hacia la moto.
─ Vamos antes de que se haga tarde. ─murmuró él, con la pequeña sonrisa disminuyendo en su rostro. Raquel echó el último vistazo antes de seguirlo hasta el vehículo, aceptando esta vez sin discutir el casco y esperando para subirse tras él.
El trayecto al coche fue apenas un suspiro. Los dos estaban demasiado bien juntos como para ser conscientes de algo tan mundano como el paso del tiempo. Es lo que sucede cuando conectas con otro ser en medio de una vida hostil a ese nivel. Es lo que sentía Sergio cuando observó subirse al coche en aquel parking desierto. Que mientras miraba a los ojos estaba mirando los ojos de la mujer que había ganada con cada segundo desde que se habían conocido un palmo de terreno.
Que esa mujer iba a ser su perdición como tantas otras habían sido la de su hermano.
Raquel no. Raquel estaba pensando en demasiadas cosas y de su vida entonces, Sergio era la más sencilla. Sin preguntas complicadas, sin ponerla en una situación que no supiera resolver. Comprensivo, paciente. Incluso dulce. Guapo. Por que quizás el disfraz hacía su función y le había hecho pensar que sin él el hombre era más común. Pero no era cierto.
Las ganas de seguir deleitando su tacto acariciando su mandíbula eran reales. Como la sonrisa que le dedicó con la ventanilla bajada.
─ Gracias por venir. ─se le adelantó Sergio, apoyando el antebrazo en la carrocería del coche, justo en el final de la puerta y el inicio del techo del automóvil.
─ A ti. Por estar. ─ Murmuró Raquel, con una sonrisa cauta y una expresión tierna en el rostro. Se sentía tan ligera en su compañía.
─ ¿Volveré a verla pronto, Inspectora ? ─ Cuestionó él.
Raquel devolvió la vista al frente y encendió el motor del coche, aun sin levantar el freno de mano.
─ No se va a librar tan fácilmente de mí. ─ corroboró la mujer, aceptando ese usted tan formal con el que había vuelto a dirigirse a ella.
Sergio se apartó entonces del coche.
─ Incluso con su apretada agenda. ─ murmuró él, utilizando un tono de sorpresa y broma.
Raquel quitó el freno de mano tras abrocharse el cinturón.
─ Y cuando menos se lo espere. ─ confirmó ella.
Esta vez los dos sonrieron cuando establecieron ese contacto visual, directo y sin fisura alguna.
Salvo el remordimiento que lo corroía a él por dentro.
La vio alejarse de aquel lugar que era su vida, aquel por el que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa. Cogió el teléfono antes de volver a subirse a la moto. Tenía una llamada urgente que hacer.
****
El teléfono sonó sobre la mesa de caoba oscura justo al lado del vaso de whisky irlandés con dos hielos. Estaba prácticamente vacío y Andrés todavía seguía con el traje puesto cuando la vibración le despertó.
No había sido consciente de cuando había dado esa pequeña cabezada. Quizás su énfasis por tener el despacho mejor amueblado de Madrid se le había ido de las manos. Al menos su cuello no estaba resentido de la postura.
Se sobó el mismo para asegurarse y se hizo con el dispositivo.
Su voz fue ronca, pero ni Andrés se dio cuenta de ello ni su hermano estaba como para detenerse.
─ Ya sé que relación une a la inspectora Murillo y a Sierra, Andrés. ─ Sergio siempre había sido muy directo.
A Andrés siempre le había parecido casi hasta maleducado.
─ Buenas noches para ti también, hermanito. ─ repuso él tras comprobar la hora en su reloj de muñeca.
─ Venga, Andrés, déjate de hostias. ─
─ Bueno, bueno… no te alteres tampoco. ─ señaló el empresario.
─ Cuéntame. ─ ironía o no, no pretendía alterar el genio de su hermano menor. Andrés esperó a una información que creía ya tener.
Pero se equivocaba.
─ Raquel se va a divorciar. Alicia será quien le lleve el divorcio. Por eso quedan, por eso tienen una relación estrecha y ─
─ Calma, calma, un poqUITo de soSIegO hermano. ─ lo interrumpió el gallego mientras se frotaba la frente.
Habían investigado a la mujer hacía unas semanas, cuando se había entrometido para salvar a aquel crío.
─ Andrés, que estoy hablando en serio. Si tiene a alguien dentro o algún interés en jodernos no vamos a alcanzarlo mediante Raquel. ─ Insistió Marquina.
La mente de Andrés volvió a engrasarse y a seguir el acelerado ritmo de su hermano con ayuda del culo de la bebida alcohólica que quedaba en ese vaso.
─ No. Hace unas semanas no había puesta ninguna demanda a su nombre, te lo digo yo. ─ Esa rotundidad no era discutible en absoluto.
Y lo peor es que Sergio sabía que tenía razón. Había sido hacía nada.
─ Ya. ─ masculló entre dientes.
─ No puedes hacerlo, Sergio. No puedes dejarnos colgados ahora con esto. Queda nada para el juicio. ─ Las palabras del mayor se adelantaron a los pensamientos del hombre. Sergio estaba rozando su límite, estaba tensando la cuerda del conflicto y no sabía si aguantaría mucho.

Sobre todo porque era él mismo quien tiraba de ambos lados.
─ No se lo merece. ─susurró él.
─ ¿¡Y nosotros sí?! POR DIOS SERGIO. ─ Andrés no solía alzarle nunca el tono. NO era algo que fuera en su tónica. A él no. Había más problemas que ese y él lo sabía.
No dijo nada.
─ Papá dio su vida por ese parque. Yo lo he mantenido vivo para ti durante todo este tiempo, hermano.─ el volumen fue bajando, pero la energía, la sensación de peso sobre los hombros seguía, poco a poco, bajando los humos del pirata.
─ Pero sino eres capaz de apartar tu estricta moralidad entonces lo vamos a perder. ─ O quizás no. Tenía una buena manera de chantajear a esa abogada.
De manipularla con total impunidad, casi como hacía entonces con esa llamada.
Escuchó a su hermano respirar por el altavoz de su teléfono mientras el licor volvía a llenar la copa.
─ Solo son unos días más, Sergio, una semana como mucho. Luego todo habrá terminado. Podrás con ello. ─
─Debería irme a casa… sigo aquí. ─dijo él por toda respuesta, echando un último vistazo al parque mientras su hermano hablaba.
─ Depende de la perspectiva, Sergio, que quieras darle al tema. ¿Sería ético dejar que todo por lo que hemos luchado se lo lleve el Estado? Y todo porque ellas han sido más listas que tú. ─Andrés no podía permitirse perder a su único y constante aliado. No ahora, cuando en el fondo sabía que su matrimonio podía estar pendiente de un hilo.
─ Ya lo sé. ─musitó Sergio, cerrando los ojos con el casco que olía al champú de la mujer en la mano que tenía libre. El olor a ella podía luchar contra muchas palabras.
Pero por debajo de todo ello, en la esencia de Sergio Marquina y su consciencia estaba siempre el recuerdo del hombre que le había dado la vida. Y eso no había manera de pagarlo. Nunca.
Se lo debía a él, a Jesús. Así que, tras despedirse de su hermano, Sergio se sumergió en sus propios problemas a 120 kilómetros por hora. Llegó a su casa, cenó una triste lata de atún y se metió a la cama a consciencia que tenía que seguir mintiéndole a la cara a la única mujer que le había hecho dudar de sí mismo y de la concepción del amor que tenía y mantenía hasta el momento.
De una mujer que él sabía, era inocente de todo aquello que lo rodeaba a él, a su hermano y a ese parque.

Notes:

Gracias, de nuevo, por votar y comentar en los capítulos. Me sienta super bien ser consciente de vuestras interacciones.

Además... parece que la cosa se nos va poniendo interesante, ¿no?

Deseando que podáis leer el próximo capítulo.

- Clio.

Chapter 19: Capítulo 19. Paula y Alicia.

Summary:

Raquel tiene dos de las conversaciones más interesantes que puede haber con dos mujeres muy importantes en su vida. Cada vez más.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

─ ¿Mamá? ─ la voz de Paula interrumpió los pensamientos de la inspectora mientras recogía la ropa en el armario de la niña.
─ Dime, cariño. ─
Ella, desde la cama y con uno de sus peluches en los brazos se le quedó mirando. Raquel conocía a esa personita mejor que nadie y se preparó para una pregunta profunda. Esperaba que no tuviera que ver con su padre. Habían hablado poco del tema y la verdad, no quería repetirlo.
─ ¿Cómo sabes que estás enam-orada? ─la pequeña pausita le hizo gracia.
Al igual que una pregunta bastante compleja. No había rubor en sus mejillas ni mucha vergüenza en sus gestos, así que al menos la inspectora pudo estar tranquila. No le iba a ir nada bien que la primera vez que su hija fuera consciente del “amor” fuera cuando ella y su padre estaban a punto de meterse en un buen lío judicial por su custodia.
Raquel se acercó hasta la cama y tomó a siento a medias, mirándola bien.
─ Qué pregunta, mi amor…─empezó Raquel, que ante el hueco que la menor le dejaba en la cama terminó por meterse con ella bajo la colcha. Paula esperó paciente a que le dieran una respuesta así que tras dejar un beso en su frente, Raquel cogió las riendas y empezó.
─ Creo que sabes que estás enamorada cuando… tienes muchas ganas de pasar tiempo con la otra persona. Pero no como… con tu amiga Carlota. Quieres hacer cosas con esa persona, descubrir qué le gusta y si te gusta a ti, hacerlo juntos. Y sino, disfrutas viendo como esa persona lo pasa bien.
Quieres… que sea muy feliz todo el rato. Y cuando no se puede, quieres estar también ahí. Para que esté triste pero contigo. ─

Paula observó en silencio a su madre, que ya no la miraba a ella. Raquel había dejado su mirada perderse por la ventana de la habitación mientras su corazón latía con fuerza en el pecho.

Continuó con su explicación.
─ Cuando estás enamorado de alguien vuelves a los recuerdos más felices que compartiste con él… o con ella. ─puntualizó, dirigiendo una mirada veloz a su niña que le prestaba una atención tierna y sincera.
─ A veces las personas nos enamoramos de la gente que no siente lo mismo que nosotros. A veces, el amor se acaba y otras es para siempre. Y no pasa nada, ¿sabes? ─murmuró, dejando una caricia en el redondito y suave rostro de Paula.
─ ¿Papá y tu ya no estáis enamorados? ─preguntó la niña, jugueteando con la sabana entre sus manitas sin atreverse a mirar a su madre a la cara de nuevo.
La situación era tristísima.
─ No. ─respondió Raquel con suavidad.
─ Pero papá y yo siempre te vamos a amar a ti. ─añadió, deshaciendo al pasar saliva el nudo de su garganta.
O eso esperaba. Que Alberto fuera capaz de querer a esa niña pese a todo lo que fuera a suceder entre ellos. A pesar de lo que ya había sucedido.
Raquel dejó un beso en su frente cuando terminó de hablar y la niña asintió ante su explicación.
─ Y yo a vosotros. ─ dijo la menor.
Paula dejó a regañadientes que su madre abandonase su lugar de la cama, pero antes de que pudiera cruzar el umbral de la puerta Raquel escuchó.
─ ¿Puedo ir a dormir contigo? ─
La sonrisita la contuvo la inspectora, y alzó una ceja.
─ ¿Sabes qué? Pensaba que no me lo pedirías. ─la animó, ofreciéndole la manita. Paula no tardó dos segundos en salir de la cama y seguir a su madre hasta su cuarto.
A Raquel le costó dormir aquella noche pese a lo tranquilizador que era escuchar a su hija dormir a su lado. En paz, sin que nada de lo que sucedía a su alrededor la perturbase. La conversación había sido mucho más intensa para ella que para la niña, suponía. Porque Raquel había pensado en Alberto, sí, pero sobre todo en Sergio.
En ese momento habría deseado quedarse simplemente en sus veinte, con Alicia, siendo esa cabra loca que se divertía sin medir las consecuencias. Todavía tenía que responder unos mails del trabajo y preparar un informe para el día siguiente, todo ello sin contar la reunión que le esperaba con Sierra a primera hora de la mañana.
Su madre se había ofrecido a llevar a Paula al colegio para dejarles la casa sola y un poco de espacio para tratar un tema que Raquel pretendía alejar de su hija lo máximo posible.
Pero sus labios todavía sentían un ligero cosquilleo allí donde habían estado los de aquel pirata. Como si fueran sus besos cargados de polvo de hadas.
Al final, acurrucada con su niña y un peluche de un pingüino pudo encontrar la calma de los brazos de Morfeo. La sonrisa leve en el rostro era por Sergio, que surcaba sus sueños como si fueran mares y por los sentimientos que le despertaba. Por la vitalidad, por lo vivido que parecía todo con él cerca.
En contraposición a su descanso, el día empezó tan frenético como podía ser Alicia Sierra. Se despertó con una llamada cinco minutos antes de que la alarma sonase, y solo consiguió agriar a Raquel todavía más.
Su mal despertar era ya un rasgo de su carácter.
─ ¿Qué? ─respondió al teléfono tras salir de la cama y meterse en el baño para dejar a Paula dormir un poco más.
─ Raquel, buenos días. ─ la voz de Ángel no era nada nuevo para la inspectora, que terminó sentada en la taza del váter mientras se frotaba la cara.
─ Ángel… ¿qué pasa?─suavizó el comienzo, cansada y todavía algo espesa.
─ Me acabo de cruzar a tu marido. ─dijo el de gafas.
Raquel maldijo internamente. El tono del hombre había cambiado a su buen humor mañanero y casi podía imaginarse la escena que le había plantado Alberto. Solo esperaba que hubiera dejado sus celos aparte para no avergonzarla más.
Pero aquello no era el motivo por el que Ángel la llamaba.
─ Ya… ─ la mujer maldijo para si mientras buscaba la justificación.
─ ¿Cómo no me lo has dicho? Joder, Raquel, creía que éramos amigos. Yo… puedo ayudar en lo que necesites. ─ Murillo podía entender la decepción en el tono de Ángel y en el fondo le dio ternura esa predisposición.
El hombre nunca le había abandonado, ni cuando su intuición iba en contra de las líneas de investigación.
─ Perdona, Ángel… esto ha sido un caos y… ─Raquel no encontró más excusas para dar al hombre.
Él tampoco las necesitaba.
─ ¿Quieres que declare? Puedo hacerlo. Decir que… que te vi moratones. ─se ofreció, consiguiendo arrancarle a la mujer una cansada sonrisa.
─ ¿sí? ¿Por debajo de la falda? Si nunca llevo. ─musitó, observando la puerta del baño mientras pensaba en su hija.
─ Bueno, joder, qué más dará. ─ él estaba dispuesto a cometer perjurio por ella, y Raquel en el fondo sabía que había algo más que una amistad leal. Que su subinspector no estaría nada decepcionado con esa nueva situación, con ese estado legal.
El pensamiento consiguió que la mujer buscase una manera de cortar la llamada. Y así darse una buena ducha antes de que se les echase el tiempo encima.
─ Oye, Ángel, tengo que colgar. Entraré un poco más tarde, tengo una reunión con mi abogada. ─empezó a comentar.
─ No te preocupes, yo te cubro y… nos vemos luego, ¿vale?─la voz del hombre al otro lado de la línea tenía matices de preocupación sincera y Raquel asintió aunque no pudiera verle.
─ Gracias. ─dijo la mujer antes de separarse el teléfono que dejó en el lavabo.
Tuvo el tiempo justo para ducharse y vestirse antes de despertar a Paula. Mariví ya tenía el desayuno hecho para las dos, y gracias al cielo, abuela y nieta salieron de la casa antes de que Alicia llegase arrasando como un terremoto.
─ ¿Donut? ─ dijo nada más girarse cuando Raquel le abrió la puerta. Traía uno en la mano que comía ella y una caja rosa en la otra. Encima, unos cafés. Raquel le sonrió mientras negaba con la cabeza y la ayudaba con las cosas.
─ Pasa. ─le ofreció, cerrando la puerta cuando la abogada lo hizo.
Tomaron asiento en la cocina, mientras Raquel le servía un café para acompañar su desayuno y la pelirroja dejaba una serie de carpetas y su enorme bolso blanco sobre la mesita.
─ Cómo me gustan estas mierdas dulces. ─comentó la mujer, inclinándose sobre la mesa para alcanzar la taza que le había servido.
Raquel le dedicó una sonrisa sincera, tenue pero real.
─ Te vuelvo a dar las gracias por aceptar esto. ─murmuró Raquel, tomando asiento por fin mientras su mirada se quedaba fija sobre la carpeta marrón que contenía el papeleo.
─ Me imagino que estarás ocupada. ─añadió.
LA pelirroja se limpió con un trozo de papel de cocina los dedos y negó con la cabeza.
─ A ver, Raquelita. Tu y yo somos amigas. No voy a dejar que esto te lo lleve cualquier inútil porque, además, fíjate. ─dejó una manita en su antebrazo mientras la penetrante mirada de la pelirroja le gana terreno a los ojos café de la inspectora.
─ Me apetece una barbaridad quitarle a ese cabrón hasta los higadillos. ─terminó Alicia.
Ambas sonrieron y al final, la letrada abandonó sus dulces para ir abriendo la carpeta e ir enseñándole los diferentes impresos. Sierra le explicó la situación, cómo podían ganar puntos a su favor, lo que solía pasar en esos casos. El tema de que ambos fueran policía ayudaba, pero era una contra con la popularidad de Alberto.
En cualquier caso, pensaban usar las repetidas infidelidades de Alberto para demostrar que ese divorcio clamaba al cielo desde hacía mucho, mucho tiempo.
Entonces Raquel se delató a si misma. Apartó la mirada hacia la taza de café y notó como ella le seguía.
─ ¿Qué? ─preguntó la pelirroja.
La ausencia de respuesta consiguió alterarla.
─ ¿Qué, Raquel? Soy tu abogada, no puedes ocultarme nada. No debes, sino yo no seguiré con esto. ─amenazó directamente.
Raquel leyó en su rostro que no iba a dudar en cumplir con su amenaza, así que tras morderse el labio inferior, murmuró.
─ He conocido a alguien. ─
─ Ah. . . . Vale. ─respondió Alicia, mientras lo procesaba como mujer antes que como abogada.
─ ¿Cuándo todavía estabas casada con Alberto? ─
─ Sí. ─
─ . . . ¿Os habéis acostado? ─preguntó la pelirroja, inclinándose para buscar cada gesto del rostro de Raquel.
La mujer asintió, evitando la mirada directa mientras se mordía el labio.
─ Joder. Joder, Raquelita. ─ Cómo odiaba Raquel que la llamase así. La única persona que tenía permiso por el obvio pasado común, pero aun así no la tranquilizó. Alicia llevó su vista de nuevo hasta la caja de donut.
─ Bueno, a ver.─dijo ella, mientras lo pensaba.
─ Solo fue una vez.─ se defendió la inspectora.
─ Sobra para que digan que tu también has sido infiel. ─ rebatió la pelirroja.
─ Por Dios, si él lo ha hecho muchísimas veces, Alicia. ¡Y me pegaba! ¡Y me hacía de menos, me humillaba, me ha estado hundiendo una y otra y otra vez durante meses, años! ─ la rabia empezó a inundar los ojos de la inspectora.
─ Lo sé, lo sé, pero… si hay alguna manera de que ellos se enteren de que esto ha sucedido podemos perder mucho terreno en el caso. ─advirtió la pelirroja.
Raquel controló el nudo de su garganta mientras lo pasaba con un buen trago de café.
─ ¿Hay alguien que esté al tanto? ¿Lugar público? ─ preguntó.
Raquel negó con la cabeza.
─ No, creo que no. Pero me aseguraré. ─añadió en un tono reposado, más serena.
Alicia asintió con la cabeza.
─ ¿Va en serio el asunto? ─preguntó entonces.
Raquel tuvo que mirarla.
─ No lo sé. ─murmuró. Se mordió el interior de la mejilla para controlar la situación, a si misma.
─ Puede. ─añadió ante la ceja alzada de la mujer.
─ Bien. Quiero conocerlo. Dile que tienes que verlo en alguna cafetería y le haré algunas preguntas. ─dictamino Alicia. Cerró la carpeta con firmeza y al parecer, Raquel no tenía nada que reprochar ni que quejarse.
Lo peor es que sabía que Sergio no dudaría si podía ayudarla en algo.

Notes:

Capítulo cortito porque esta chica chulísima está de exámenes. Y no puedo prometeros que haya la semana que viene aunque he de admitir que traía mucho hype por estas interacciones.

Un besiño muy grande.

- Clio.

Chapter 20: El Hanoi.

Summary:

Alicia, Raquel y Sergio. Y varias personas que aparecen por el Hanoi para conseguir que a los presentes se les disparen los nervios. Especialmente a Sergio, aunque no será el único sorprendido. La situación y las sorpresas los empiezan a acercar a un punto de no retorno.

Notes:

Tenía tantísimas ganas de que leyerais este capítulo que no he podido contenerme y lo subo antes. Coged palomitas y sentaros a disfrutar.
Mención especial a Andillsink, quien seguro que encontrará algo que necesitaba en este capítulo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

La llamada había sido más bien escueta y con la presencia de Alicia frente a Raquel. Nada que fuera a llamar la atención si pedían el registro de sus llamadas en el juicio por la custodia.
Alicia se había ofrecido a dejarle su teléfono prestado pero Raquel había rechazado la oferta. No quería que tuviera el teléfono de Sergio. En realidad, tampoco quería hacer esa llamada. Pero lo necesitaba y sabía como terminaría.
Sergio no supo que estaba siendo una conversación de tres, pero aceptó al saber de que se trataba. Tenía la dirección que Raquel le había dado.
Era un bar irlandés, de madera oscura como decoración principal por todos lados. Alicia y ella habían estado allí muchas noches de su juventud. Sergio no había entrado en un sitio así en su vida, pero estuvo cinco minutos antes de su hora.
Raquel había llegado media hora antes y le había mandado un escueto mensaje que había visto de milagro, así que había adelantado su salida.
Cuando llegó y se adentró en el bar buscando a la policía, no pudo sino sorprenderle ver que a su lado se encontraba un rostro conocido.
Y no uno de mujer.
─ “Y que sepa usted que entonces, yo que soy muy de motos y de irme por ahí con los chavales a hacer kilómetros, no nos saltamos ni una señal de velocidad, eh señorita inspectora.

Porque hay que saber respetar los límites. Pero que sepa que es usted una mujer muy bonita, eh, inspectora. Sin sobre pasar los límites, claro. Cuando usted quiera se puede venir usted conmigo en la moto, ¿le parece?”─ mientras Sergio se acercaba, Matías estaba de medio lado, apoyado sobre la mesa de caoba y con una cerveza en la mano.
Raquel aguantaba la risa a duras penas y cuando Sergio lo reconoció, en seguida encontró a más tipos riéndose, a los amigos de Andrés, Santiago y Martín.
No había más bares en toda la ciudad, no. Tenían que estar en ese.
Raquel mencionó algo que él no alcanzó a oír mientras el pirata alcanzaba la mesa.
─ Hola. ─saludó, consiguiendo que el chico se girase para verlo. Él también reconoció a Sergio
─ “Hostias. Marquina”. ─Matías se puso en pie con su jarra de cerveza en la mano y Raquel no pudo sin contemplarlo con esa diversión vibrando en el rostro.
Sergio reflejaba una pequeña confusión y una seriedad que en la opinión de la mujer, era muy atractiva.
─ Matías… ¿qué haces? ─terminó preguntando él. Raquel negó con la cabeza al ver como el de gafas posaba la vista sobre ella un segundo y se adelantó ante los balbuceos del más joven.
─ Nada, ya se iba. ─aclaró ella, aprovechando para mover ese asiento que Matías había dejado libre al levantarse.
Sergio tomó asiento tras echar una última mirada al grupo de la esquina y como el derrotado muchacho se reunía con ellos.
─ Espero que su cita no haya sido muy decepcionante, no sabía que era de las que se entretenía con muchachos. ─murmuró él, con un tono de broma algo más distendido del que había mostrado antes.
Raquel le había seguido con la mirada, pero esquivó esta cuando se iba a hacer más firme.
─ Pues la verdad es que… no, pero bueno, hace mucho que no estoy en el mercado, quizás las cosas hayan cambiado desde entonces. ─respondió Raquel, solo entonces respondiendo con una sonrisa la mirada del hombre y una ceja alzada por unos segundos.
─ ¿Qué tal estás? ─preguntó él, con interés.
─ Bueno, bien. Tirando, ya sabes. Oye… ─ Era consciente de que Alicia no solía ser puntual y por tanto todavía tenía unos minutos para seguir hablando a solas.
─ No te quise contar mucho por teléfono pero no vamos a estar solos. ─empezó Raquel.
Sergio había respetado a la inspectora mientras hablaba y solo entonces frunció el ceño, girándose para mirar a los del parque.
─ No me digas que… has hecho amigos. ─comentó él.
Raquel siguió su mirada y negó con la cabeza.
─ No, no. Esto… bueno. Es mi abogada. Quiere hablar contigo. ─ La manera en la que Sergio volvió a mirarla, deprisa, le hizo cerrar los ojos unos segundos.
─ Con los dos.─ puntualizó la mujer. ─ Perdona la encerrona, es que… en fin, ella es así. ─
─ Oh. Bueno, no. No pasa nada, está bien. ─terminó por decir Sergio. Volvió a mirar a su alrededor y después a la barra.
─ ¿Vamos pidiendo? ─ preguntó él.
Raquel pudo mirarle entonces, solo entonces para asentir. Estaba más tranquila, después de todo creía que lo peor había pasado.
Se equivocaba.
─ Un café con leche, por favor. ─murmuró ella.
Sergio asintió con la cabeza y se volvió a levantar hasta la barra, llamando la atención con la vista del camarero para que sirviese el café.
Vio el interés de Martín y cómo buscaba su mirada. Querría que se acercarse, pero quedó claro desde el primer segundo que no iba a hacerlo. Negó un poco, incluso, cuando le vio el amago de acercarse. La seriedad se había vuelto a instalar en su rostro.
Reunión sorpresa con la abogada. Ya le tocaría improvisar bastante como para tener en cuenta que tenía a los Cormorants en la misma sala. Volvió él mismo hasta la mesa con ambos cafés, el suyo un cortado.
─ ¿conocías al chico? ─le preguntó Raquel tras un tímido “gracias”. Raquel notaba las miradas también sobre ellos, no era tonta.
Sergio asintió.
─ Sí. Compañeros de trabajo. ─añadió mientras negaba un poco. No era lo importante entonces.
─ Ya veo. ─
─ Así que… con tu abogada. ¿Ha pasado algo importante? ─ preguntó él, mientras daba vueltas al café. Raquel lo observó, atendiendo a los detalles, a la falta de reproches que cargaba su voz.
Estaba guapo, quería decírselo. Pero volvió a negar muy ligeramente con su testa.
─ No, no… es que bueno, estuvimos hablando de las líneas que pretendía trazar para mi caso, una de ellas es la infidelidad de Alberto. ─ Sergio se percató de la contracción en las líneas de expresión del rostro de la fémina.
No dijo nada al principio, aprovechando para darle un sorbo a su taza.
Él era la infidelidad de Raquel.
─ Ya. Vale, bueno. Si puedo ayudar en algo… ─ él no necesitaba alzar apenas la voz para conseguir la atención de la policía. Para que vibrase y recordase. Y eso la hacía sentirse tonta.
Como una niña de quince años. La pequeña sonrisa que le dirigió entonces fue acompañada de un gesto de acercamiento.
Sergio bajó la vista hasta su mano cubierta por la de Raquel, y le devolvió el gesto. Quería besarla. Quería hacerlo desde el segundo en el que había visto a Matías y sobre todo tras escuchar lo que le decía.
Era su inspectora, y que el simple muchacho hiciera ese tipo de acercamientos no era más que un signo de lo evidente: el magnetismo, atractivo e interés que la mujer desprendía allá por donde pisaba.
Sergio quería decirle a todo el puto pub que era suya. Aunque todavía no fuera así. Aunque estuviera fuera de lugar.
Raquel parecía estar pensando en lo mismo, sus ojos la traicionaron y justo cuando la tentación amenazaba con ganar la partida la puerta del pub se abrió de golpe, consiguiendo que cada uno volviera completamente a su espacio personal y todo el mundo girase la cabeza hacia ella.
Alicia Sierra entraba con paso firme y la cabeza alta, retirándose una gorra de color negro carbón y mascando chicle al pasar. Los había visto en seguida, Raquel siempre se ponía en esa mesa.
Sergio se puso en pie al verla llegar a la barra, donde pidió un capuchino con mucha canela por encima antes de dirigirse hacia ellos. La pelirroja se quedó mirando la mano que el hombre le tendió.
─ Hombre, tu debes ser el gafitas. ─murmuró la pelirroja, dejándole el abrigo a su amiga. Raquel le riñó con la mirada mientras le colocaba la prenda en el respaldo de la silla libre. Sergio le dio un apretón firme que consiguió algo de su atención.
─ Sergio. Encantado. ─musitó.
Alicia retiró la mano antes que él, sorprendentemente.
─ Estoy segura de que ninguno de los tres tenía este plan entre sus favoritos para hacer una mañana como la de hoy, así que vamos al grano. ─

El camarero llegó entonces con el capuchino de la pelirroja. Todos volvían a tomar asiento, mientras Raquel lo estudiaba todo. Inclusive la postura del hombre, que parecía haber cambiado bastante de tercio.
Lo suponía, claro, era normal. No sería con todo el mundo como con ella.
Sergio estaba más pendiente de si la pelirroja había unido ya todos los puntos. Si había caído de verdad en quién era él, en cuanto tardarían en averiguarlo.
─ Ali… ─ empezó Raquel. Ambos giraron la cabeza, posando su atención sobre la inspectora.
Ali pensó Sergio, era una manera muy cariñosa de referirse a alguien.
─ Me comporto, si solo estoy diciendo verdades, que de esto va el asunto. ─ de nuevo la letrada enfocó al hombre de gafas, que corrigió hacia una más recta su postura en el asiento.
Un nuevo sorbo del cortado acompañó a templar un poco su postura.
─ Usted dirá en qué puedo ayudar. ─ repuso mientras apoyaba de nuevo la taza en el platito.
Alicia se echó el azúcar en el suyo mientras repasaba el que Raquel se había dejado en su sobre. Le gustaba muy dulce.
─ No me trate de usted, hombre, que me echa años. ─reprochó de manera muy brusca la pelirroja. Demasiado directa para él. Demasiado desenfadada, quizás.
Sergio coincidió unos segundos con la mirada de Raquel.
─ Os habéis acostado. ─continuó Alicia. Sergio pasó saliva.
Un asentimiento de cabeza fue suficiente. No le gustaba verbalizar su intimidad y compartirla mucho menos con nadie. Especialmente con esa mujer. Le sorprendía a qué nivel había llegado.
─ ¿Quién lo sabe? ─Alicia iba al grano. Y aunque no quisiera admitirlo, Sergio sabía que podía sacar mucha tajada de aquello en pos del interés del parque.
─ Alicia, no creo que esto sea necesario. ─empezó a murmurar Raquel antes de que él pudiera responder.
─ Hostias que sí lo es. ─ la cortó la abogada.
─ Mi hermano lo intuye pero no hay más. ─acabó Sergio, evitando una discusión intensa de la que no quería ser participe.
Alicia asintió mientras se relamía. Podía lidiar con ello.
Raquel había clavado su mirada en él unos segundos.
─ No voy aireando mis intimidades por ahí. ─ A la defensiva. Las dos lo detectaron. No había sido una ofensa, pero no le gustaba el tema de conversación. Abogada y policía frente al hijo de Jesús Marquina.
Al hermano de Andrés de Fonollosa.
─ Bien. Sig─
─ ¿Las cámaras del parque? ─ preguntó Raquel, antes de avanzar.
Alicia estaba actuando como un partido de tenis, un juez girando su mirada de uno al otro.
─ No. ─ cortó Sergio. No había ni una sola cinta de ellos, era un punto muerto. Raquel asintió y Alicia soltó una carcajada sonora.
─¿En el parque, Raquelita? ─ Sergio casi vio a la mujer con la que se había acostado enrojecer.
─ Pero bueno, como un par de adolescentes, ¡eh! ─ la letrada se tomó la confianza de dejar un empujoncito sobre su antebrazo, hasta donde Sergio dirigió la vista.
Se subió las gafas de un rápido toque en la montura de las mismas mientras cogía aire. Incómodo.
─ Anda, Alicia, cállate. ─ Raquel estaba empezando a darse cuenta de lo que había hecho accediendo a aquella reunión.
─ ¡Pero si parecía paradito el monaguillo! ─Raquel y Sergio abrieron mucho los ojos y el menor de los tres añadió.
─ Le ruego que vigile el tono con el que habla de estas cosas.─ murmuró Sergio. El actor era claramente consciente de que aquello tampoco estaba siendo precisamente cómodo para ella.
Y no quería complicarlo todo más. Pero claro. La tercera en discordia no se lo estaba poniendo fácil.
─ Li rigii mimmimimi ─ Alicia le hizo la burla.
─ Alicia, hostias que no fue detrás de unos matojos. ─se quejó la rubia entre dientes, mientras miraba a ver si tenían la atención de alguno de los presentes.
─ ¿Ah no? ─preguntó ella.
Sergio negó con la cabeza mientras le sostenía la mirada a la mujer. La tensión se había instalado en su cuello, en su mandíbula.
─ No. ─ respondió claramente Raquel, sin entender lo que quería decir el hombre frente a ella.
─ Fue en el parque de atracciones donde Sergio trabaja. ─añadió Raquel. Alicia dejó de reírse y sonreír con maldad para mirar al hombre con curiosidad. Sergio le sostuvo la mirada mientras leía como la mujer conectaba todos los puntos.
─ ¿En qué parque de atracciones trabajas? ─preguntó Alicia, dejando al margen de esa especie de duelo a Raquel, que no comprendía nada.
Mucho menos, qué hacía él acercándose hacia la silla que quedaba libre, entre Sergio y ella y en frente de Alicia.
─ En el mío. ─ Andrés de Fonollosa terminó de acercarse a ellos desabrochándose el botón de la americana, con una sonrisa de oreja a oreja mientras le ponía la mano a Sergio en su hombro mientras pasaba hacia la silla libre.

Notes:

De nuevo os agradezco el voto y cada comentario que recibo. Espero que os hayáis divertido tanto como yo escribiéndolo. Os leo, a ver que creéis que sucederá ahora.

Chapter 21: Descorazonado.

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

La cara de la abogada perdió el color cuando observó al hombre sentarse frente a ella. Raquel quedó completamente desubicada. El sentimiento que le afrontó el pecho era conocido. Estaba perdiendo el control y ni siquiera sabía hacia donde o por qué.

─ ¿Qué hace tu hermano aquí?─ preguntó Raquel a Sergio de manera directa, como si el del traje no existiese.
─ No lo sé. ─aseguró con rapidez el hombre, negando con la cabeza.
Eso era dejarlo en paños menores. Y a Andrés no le había importado lo más mínimo estropearlo todo así.
Porque el empresario estaba más centrado en la pelirroja y viceversa. Sierra estaba dirigiendo todo lo que había pasado en las últimas semanas. Incluso soltó un insulto entre dientes cuando consiguió salir de su bloqueo.
─ Tal y como yo lo veo. ─empezó Andrés, tratando de atrapar la atención de todos los presentes.
Sergio intentaba aguantar las ganas de rodar los ojos porque no podía perder un detalle de lo que su hermano decía y mucho menos de las reacciones de Raquel, que estaba más pendiente de fuera lo que ocurría entre su mejor amiga y el hermano de su…. Bueno. Todavía no sabía que era Sergio.
─ Puede pasar dos cosas ahora mismo, letrada. ─ Sergio apretó la mandíbula. Sabía bien a lo que estaba jugando. A mandar, él. Por encima de todo el mundo. Y le iba a dar igual si se llevaba a Raquel por delante.
─ Andrés. ─ Sergio intentó detenerlo y el hombre chistó, cerrando los ojos con hastío unos segundos.
─ Usted tiene aquí un gran conflicto de intereses. No puede ir contra nosotros en un par de días y además llamar a mi hermano a declarar a su favor. Cualquier abogaducho medio decente podría verlo así.

Así que. ─
─ Vete a tomar por culo, Fonollosa. ─ escupió Alicia. Andrés le sonrió de vuelta y Sergio tuvo que ver como la cara de la mujer con la que había soñado las últimas noches perdía el color y el brillo de sus ojos se disipaba.
Así como la confianza.
Todos en esa habían atado lo que iba detrás de ese “así que”. Todos sabían que Alicia debía renunciar entonces a uno de los dos casos. Que el del parque era el que estaba persiguiendo desde que se tituló y que por otro lado, nadie mejor que ella podía llevar el juicio de Raquel.
Absolutamente nadie. No podía dejarla tirada justo entonces. Alicia afrontó por primera vez la mirada de la rubia, que llevaba mirándole un rato en busca de explicaciones. Y vio entonces como todo su mundo sí podía seguir derrumbándose.
─ ¿Me has mentido? ─preguntó, notando como la rabia se apoderaba de cada poro de su piel. Raquel volvió a dirigirse hacia Marquina que había mantenido el silencio hasta entonces.
No era una pregunta a la que Sergio debiese respuesta.
─ No, no es… tan sencillo, Raquel, no ─la mujer lo cortó con una mueca de reproche, mientras se contenía. Mientras hacía todo el acopio de fuerzas para no dejarse ver vulnerable ahí mismo.
─ ¿Qué no es tan sencillo, hijo de puta? ─masculló, mientras se giraba para mirar entonces al empresario y de nuevo al pirata.
─ Te has atrevido a acercarte a mi, a MI HIJA, ¿¡por tu propio interés!? Por un PUTO PARQUE DE ATRACCIONES. ─espetó, furiosa, sin importarle absolutamente nada de lo que pasaba a su alrededor, de quién le mirase.
Se levantó, y Sergio y por ende, el resto de la mesa, hizo lo propio. Aunque no tuviera la fuerza para rebatirle nada. Porque ese enfado era real. Tan real como sus propios sentimientos. La mano de Andrés sobre su antebrazo le frenó.
─ Déjala. ─ murmuró el gallego.
─ Deja que se le pase, no es el mejor momento, créeme. Entiendo de mujeres enfadadas. ─ añadió, mientras Alicia lo fulminaba con la mirada mientras recogía su abrigo y trataba de seguir a la inspectora fuera de aquel local.
─ No tenías derecho a hacer esto, Andrés. Ningún derecho, lo has echado todo a perder.─ espetó Sergio en dirección a su hermano.
El empresario no había perdido el gesto relajado, la sonrisa y el descaro con el que había entrado, que le daba poder. Y podía ver perfectamente como el color del rostro de su hermano menor empezaba a tomar tonos rojizos.
Como se lo comía la rabia.
─Por Dios, mírate. ─le respondió, mientras negaba ante el acercamiento silencioso que Martín había emprendido hacia la mesa.
─ Mírate como estás. ─ Sergio tampoco respondió esa vez. Se iba a arrepentir si seguían por ese camino.
─Para. ─le exigió Sergio, sin levantar la vista de la mesa.
Martín llegó hasta ellos y ocupó el asiento de Alicia. Pese a lo que le había indicado Andrés, el argentino había desobedecido y con su radiante sonrisa y haciendo alarde del carisma de ella para no comerse ningún reproche.
─ Tiene razón, eh. Se te veía a vos como un niño chico con un juguete nuevo, boludito por la inspectora. Te cambió hasta la cara, ché.─
Entonces Sergio giró su rostro, encontrando en el menor de los tres la mejor de las dianas. La mejor manera de hacerle pagar a él por su chivatazo y a su hermano hiriendo al opinión de uno de las pocas personas que le importaban de verdad.
Andrés pudo ver la rabia tomar forma en los ojos cubiertos por el cristal de las gafas de su hermano.
─ Supongo que sabes de lo que hablas, ¿no, Martín? ─empezó Sergio, mirándolo directamente.
No le dejó responder antes de añadir.
─ Toda la vida siguiendo a mi hermano en busca de un resquicio de algo que nunca llegará. Cayendo en actitudes tan penosas como esta. Como si convertirte en un chivato, en el alumno solícito o su esbirro favorito te fuera a granjear un afecto que él siempre regala a mujeres, cualesquiera que sean. ─ Eran palabras, pero Marquina, sin demostrar un ápice ya de toda su rabia, soltó todas aquellas dagas contra el pecho del argentino, casi imperturbable.
Andrés reaccionó entonces.
─ Sergio.─ un tono autoritario, que exigía que se detuviera.
Solo entonces el pirata miró a su hermano mayor.
─ ¿O no es verdad, Andrés? Por faVor. Aquí todos sabemos que lo utilizas. ─
─ Estás escocido, eh.─consiguió articular un dolido Martín que trataba de no demostrarlo. Había un deje amargo en la manera en la que susurró aquello.

Entonces Sergio se levantó de su asiento y les dedicó una última mirada de reojo.
Entendía perfectamente por qué había hecho aquello Andrés, qué era lo que quería conseguir con ese discurso y que probablemente encima fuera efectivo. Pero no podía respetar cómo lo había llevado a cabo. Arrasando con todo, con lo único bueno que quizás podría haber sacado Sergio de los últimos diez años de su vida, sino más.
Las cosas no podían salirle bien ni una sola vez, como si la mancha de los Marquina siguiese con él, impregnando su ambiente.
Abandonó aquel lugar y conforme enfilaba el camino de vuelta a casa, trató de arreglarlo. Realizó una llamada, desesperada, un intento que sabía que estaba condenado desde el primer momento. Raquel no le cogió el teléfono.
Tampoco respondió a su correo electrónico de la noche siguiente y él, por ende, tampoco respondió a su hermano, e ignoró los mensajes que le reprochaban su comportamiento y exigían compensaciones y disculpas.
No pensaba disculparse. Nadie se había disculpado con él nunca y no le parecía honroso en absoluto.
Aún así sabía bien que había cosas en las que no podía fallar. Asuntos a los que nunca renunciaría porque, como su mancha invisible, se habían impregnado en su piel. El deber para con su familia y la supervivencia del legado de su padre iban en esa mancha bien aferrados.
********
Raquel había notado como su corazón se resquebrajaba. Lo había hecho poco a poco, conforme su mente completaba los huecos y respondía a las preguntas que habían nacido. Consiguió con ayuda de Ángel algo de la información que le faltaba.
Y se fijó la fecha para su denuncia por malos tratos. La custodia la mantendría ella, como marcaba la ley. Alberto, pese a la denuncia, tenía derecho a sus visitas, una a la semana, una hora por la tarde y además, un fin de semana cada quince días.
Los días se le hacían larguísimos y las jornadas de oficinas eternas. Solo obtuvo una pequeña victoria esos días, cuando ganó una negociación complicada, un caso que además de ser importante por mantener intacta su estadística de cero víctimas mortales, le recordó que era capaz, válida y que podía sentirse exhausta al llegar a casa porque al menos, las cosas no habían dejado de salirle bien en absolutamente todo.
Pero Sergio, sus ojos maquillados, el tacto gentil y su voz rasgada llegaba siempre a su cabeza. Había releído el mensaje, los pocos que habían compartido, y había vuelto una mañana de domingo a aquel mirador. Pero sin él a su lado, la historia que ponía entonces en duda no tenía la misma fuerza.
Alicia y ella también habían mantenido alguna distancia más de la que realmente Raquel quería. Pero había dicho lo contario y la mujer había aceptado. El caso lo llevaría un compañero a partir de entonces, un hombre de pelo cano y corto, igual que la barba, que nunca había hecho preguntas a cuyas respuestas no quería enfrentarse y que aun así, ganaría.
O eso le habían prometido. Raquel ya no se fiaba de nadie. Y si perdía también a Paula iba a perder la cabeza.
─Me tendrán que encerrar, mamá, te lo digo en serio.─ le contó a su madre una tarde de domingo, mientras la mujer limpiaba la paellera y ella se acaba su café, amargo y frío ya a esas alturas.
─ Pero cariño… no digas tonterías, anda, anda. ─ Mariví parecía ya no tomarse en serio nada, y la inspectora, entre preocupada y algo abstraída, se preguntó si tendría que pasar mucho tiempo para que ella pudiera alcanzar ese nivel de paz. De indiferencia.

Notes:

Muy breve, lo sé, pero este no es más que el preámbulo al último capítulo.

 

El último será más largo, lo tengo ya a medio escribir y lo subiré en cuanto lo termine. Quería daros las gracias por las lecturas, votos y comentarios, han sido una verdadera motivación.

Y espero, también, que tengáis muchas ganas de lo que se viene, aunque sospecho, me mereceré algún que otro grito.

-CLIO.

Chapter 22: El día del Juicio Final

Summary:

La historia llega a su fin. Un juicio en el que se decanta el futuro de todo lo que puede llegar a importarle a Sergio Marquina. Un juicio en el que los testigos jurarán decir la verdad y solo la verdad. Un momento de reunión, de terminar de poner los puntos donde corresponden.

Chapter Text

La colonia había refrescado la piel de su cuello. La imagen que reflejaba el espejo era simplemente espectacular. El traje de tres piezas, el pañuelo perfectamente colocado, firme, imponente, seguro y aun así desprendiendo encanto con cualquier gesto de su cabeza.
Las mangas de la camisa y del traje también iban perfectas de largo y ancho.
─ Como un guante, cariño. ─ La voz de Tatiana ayudó a Andrés a ser consciente de que no estaba solo, de que el tiempo pasaba igual que siempre aunque él se hubiese zambullido en su propia realidad.
Se giró con elegancia para dedicarle una sonrisa y darle un beso. Ella también estaba muy guapa, elegante y tan digna de su esposo como Andrés habría esperado. Le ofreció el brazo del que la pelirroja se colgó como si de veras necesitase esa relación para sobrevivir y en la otra tomó el maletín con los papeles del caso.
─ ¿Sabes algo de tu hermano? ─preguntó entonces ella, interrumpiendo el clima de buena armonía.
Andrés compuso una mueca que trató de retirar en seguida.
─ No. ─pero los dos sabían que estaría allí. Ni siquiera le preocupaba. Solo le molestaba tremendamente esa actitud de niño pequeño enrabietado.
La llegada a los juzgados fue más discreta de lo que podría esperarse, y aun así, Andrés solamente intercambió una mirada, una sola con Alicia Sierra, cuando esta entró en representación de la fiscalía.
El juez era un viejo conocido de ambos. Andrés se sentó con seguridad, con una postura erguida. A dos minutos de que empezasen, la puerta se abrió y Sergio, incapaz de llegar tarde a ningún lado, tomó asiento en uno de los bancos.
La mirada de su hermano mayor pareció ser un pequeño juicio sobre su aspecto, su presencia. Sergio no la sostuvo demasiado, sino que fijó su interés en la pelirroja, la ausencia de la mujer a la que tendría que empezar a renunciar más tarde que temprano y en cómo empezó a desarrollarse el juicio.
Al menor de los hermanos siempre le había gustado el derecho. Podría haberse dedicado a ello de manera real, pero renunció en post del parque y no se arrepentía. Aunque se le hubiera dado bien.
El juez parecía estar atento a los hechos que se exponía y al duelo entre las dos letradas. Las pelirrojas se batían en una batalla verbal correcta y apropiada pero hasta él lo estaba notando. La tensión, el modo en el que el ambiente se volvía más cortante, cómo cada alegato, defensa o protesta expulsaba también una especie de rivalidad que superaba lo profesional y que siempre, de alguna manera, parecía rozar al figura impasible de su hermano mayor.
Andrés hasta casi parecía divertido.
“Preferiría terminar antes de la hora de cenar, letradas” expresó el juez llegado un momento.
“¿Empezamos con los testigos?”
La sugerencia, casi mandato, se confirmó con un intercambio de miradas. Mientras Alicia reorganizaba sus papeles, Tatiana y su marido se giraron para buscar a Sergio con la mirada. Este la esperaba y asintió con la cabeza.
─ Por supuesto. La defensa llama a declarar a Sergio Marquina, señoría. ─ se puso en pie, abandonó la bancada para pasar hasta la silla que había dispuesta en una esquina. Los juramentos y el saludo de rigor no consiguieron que Sergio volviese a mirar a su hermano, y tan solo le dedicó una fría mirada a Sierra antes de tener que empezar a responder.
Su nombre completo, edad y profesión. Tatiana era ágil, dicha con las palabras y pese a su edad, parecía demostrar una seguridad y experiencia que probablemente la hacía destacar.
El hilo conductor establecido teñía los hechos de algunos matices sentimentales muy discretos pero perceptibles, que apelaban a la humanidad de los presentes. Sergio se mostró dócil, respondió a todas las preguntas sobre el funcionamiento del parque, las medidas de seguridad, el trato de los empleados.
No, no habían tenido más problemas en toda la historia del parque. Sí, las cifras de visitantes eran correctas. También lo eran las de los empleos que daban.
Devolvió con un gesto de cabeza el agradecimiento cuando Tatiana le sonrió y le dio las gracias, y esperó a que el juez le diera el permiso para retirarse.
No fue el caso, Alicia se adelantó. Tenía la oportunidad de interrogarle ella y no la iba a desperdiciar.
─Señor Marquina.─empezó la mujer, paseándose delante de su sitio, consiguiendo que Sergio tragase saliva y pasase el nudo de su garganta.
─ ¿Puede describirnos el momento del segundo accidente, el que ocurrió con un animal dentro del parque? ─preguntó.
Tatiana objetó en seguida, no lo veía relevante en absoluto y él esperó a que el juez denegase la protesta antes de responder, manteniendo su serenidad.
─ Sí, claro. ─se aguantó las ganas de carraspear. Miró al juez y empezó.
─ Todas las tardes los miembros del parque que trabajamos de cara al público tenemos que formar parte de una pequeña procesión, como la de los Reyes Magos. Saludamos a los niños, hacemos cosas típicas de nuestros personajes, en fin. Ese tipo de cosas.
Una de mis compañeras representa a una amazonas y por ende, tiene un caballo. Es una yegua mansa y muy bien amaestrada. Cuidada y atendida por un profesional de la materia en las propias instalaciones.
Ellas van delante de mi… barco pirata muy usualmente. Así que cuando vi que uno de los niños se colaba por uno de los barrotes de las vallas de seguridad, y salía corriendo hacia el animal, salté del barco.
No por nada, no pensé que fuera a ser para más, solo un niño que se escapaba y que podría llegar a propiciar un accidente. Un terrible infortunio si se metía bajo las patas de un animal tan grande. ─entonces, alguien entró en la sala.
Lo interrumpió y Sergio por primera vez sintió una especie de alivio al ver quién era la culpable. Raquel apareció en escena de sorpresa, como la primera vez bajo ese caballo. Ella apenas intercambió una fracción de segundo en forma de mirada con él y el juez le instó a seguir.
─ Disculpe, sí. El…─su voz había perdido algo de firmeza, y aun estaba algo distraído observando como la mujer se colocaba en el banco más cercano a la posición de su exabogada.
─El niño no tendría más de cuatro años, los padres no se dieron cuenta de lo que pretendía. Pero el animal sí. Se debió de asustar, todo pasó muy rápido. Antes de que…─Sergio miró a Tatiana y Andrés, discutiendo entre dientes a su vera.
La llegada de Raquel Murillo no solo lo había distraído a él. Y Sergio tenía que mencionarla, implicarla en el testimonio porque era lo que había jurado. Decir la verdad.
“¿Señor Marquina?”
─ Antes de que pudiera atrapar al niño el caballo se asustó, su jinete intentó controlarlo, alejarlo de la criatura. Una mujer había visto lo mismo que yo y cuando llegué hasta ellos, ella le protegía con su cuerpo, dándole la espalda a la figura de la yegua. Los aparté de allí como pude, tenían que moverse y al final nadie resultó herido más que un raspón en la rodilla y el susto, claro. ─
─¿Señor Marquina, está esa mujer en esta sala?─preguntó Alicia, disfrutando de cada letra que pronunciaba.
Las miradas pasaron entonces todas sobre Raquel.
─Sí. ─Sergio confirmó, mirando a los ojos café de la mujer que tenía en diagonal de manera abierta. Por primera vez en mucho tiempo volvían a encontrarse y la sala no podía estar más fría.
Alicia le dio las gracias y añadió otra pregunta.
─ ¿Conocía a la inspectora Raquel Murillo de antes, señor Marquina?─preguntó la abogada.
─Protesto, irrelevante.─saltó en seguida Tatiana. Esta vez el juez se lo concedió.
─ ¿El azar es lo único que pudo evitar que el accidente pasase a mayores? ─Alicia lo seguía intentando.
El juez la miró y antes de que pudiera volver su vista a la más bajita de las dos mujeres, Tatiana volvió a protestar. Estaba declarando.
La volvió a aceptar.
─No hay más preguntas, señoría. ─Alicia dejaba a Sergio sentarse. Mientras este abandonaba la silla y volvía hasta los bancos, directo a establecer una conversación con Raquel por fin, Alicia llamó a doña Raquel Murillo Fuentes a declarar.
A esas alturas hasta el juez había detectado la manera de mirarse que tenían los dos testigos. Lo tensas que estaban las abogadas y que había cosas de las que todavía no se había enterado.
Raquel pasó al lado de un perplejo Sergio. Una parte de ella dijo mentalmente “jódete, pedazo de cabrón”.
Ese cabrón con gafas que tenía cara de no haber roto un plato, con el que había vuelto a sentirse deseada, incluso querida, y que no había hecho más que utilizarla. Como le habría gustado a ella utilizarle a él. Aunque no había podido.
Las preguntas de Alicia empezaron entonces.
─¿Había acudido alguna vez al parque con su hija?─ Raquel y ella habían ensayado aquello.
─ Sí, una vez.─
─¿Hubo algo que le invitase a volver?─preguntó.
─Pues… sí. El señor Marquina había sido muy amable con mi hija la primera vez que la niña fue con su padre, así que quiso repetir. Cosas de críos, se encaprichan de este tipo de sitios.─admitió, sin dejar de mirar a su hija.
─¿Qué pensó cuando saltó hacia el recorrido de la procesión?─
─No lo hice. Vi a ese niño en peligro, sin que nadie tuviera idea de lo catastrófico que podía resultar, y simplemente lo hice.─
─Podría haber sido su hija.─
─Sí.─
─ ¿Se fijó en si había sido un defecto puntual? Un error de fábrica en la valla─
─No, no era puntual. Todas eran así, los más pequeños podían pasar sin problema si sus progenitores no estaban atentos.─
Sergio pudo notar como Andrés tensaba la mandíbula. Alicia sin embargo, sonrió.
─Muchas gracias. ─
─ De nad─ Raquel no pudo terminar, Tatiana ya estaba en pie, con las manos a la espalda y una sonrisa que a Sergio le pareció escalofriante.
─ Señora Murillo. ─empezó la fémina, mirando los papeles de su mano.
─¿No es cierto que usted había investigado al dueño del parque antes de su visita el día del suceso? ─ Sergio frunció el ceño. Andrés dibujó una pequeña sonrisa en dirección a su hermano, previo paso por la abogada contraria.
Todas las miradas se fijaron en Raquel, incluida la del juez.
─Bueno, yo… sí, bueno, busqué para ver quién era.─se trató de excusar. Tatiana no le dejó seguir.
─ Y utilizó sus poderes como miembro de la policía para investigar a su familia. ¿Por qué? ─preguntó.
Raquel enrojeció un segundo. Alicia protestó, pero la protesta fue desestimada. “Responda”
─ Sabía del caso del accidente de la atracción y quería averiguar si era seguro llevar a mi hija a él.─ mentira.
Sergio lo supo entonces. Andrés estaba a punto de celebrar como un niño pequeño, incapaz de contenerse. Y Tatiana no dejaba punto sin hilo.
─ Pero el día del accidente fue sola. ─no era una pregunta, Raquel no respondió y Alicia se quejó. Estaba testificando. Tatiana reformuló y Raquel confirmó que había ido sola.
─ ¿Se le proporcionó algún tipo de atención médica tras su intervención?─preguntó Tatiana.
Raquel miró a Sergio, y sintió el tacto gentil de esos dedos, la conversación, el peso de su cuerpo protegiéndolos a ambos, el latido de su corazón.
─ Insistieron en asegurarse de que estaba bien más allá de un golpe en la cabeza. ─confirmó.
─ ¿considera el parque un lugar al que podría volver a llevar a su hija?─preguntó entonces Tatiana. No le dejó responder aún.
─Un lugar mágico, dedicado a la diversión infantil, a hacerlos soñar. ¿Considera que los trabajadores del parque son malos en su trabajo?─
─No son malos en su trabajo.─respondió Raquel, admitiendo aquello en voz alta. Llevaría a Paula de no ser por Sergio.
─ ¿La llevaría de nuevo?─insistió Tatiana.
─ No.─la respuesta no fue la deseada. Y fue directamente a los ojos del hombre de gafas que no había perdido una sílaba de todo aquel interrogatorio.
Esa vez Tatiana cayó de lleno.
─ ¿Por qué no? ─preguntó.
Raquel la miró unos segundos, y Sergio pudo ver como se le torcía el gesto en cuanto volvió a él. La mujer estaba haciendo unos esfuerzos enormes para no romperse. Él podía notarlo.
La angustia ganaba fuerza bajo su camisa y la corbata amenazaba con cortar el aire que le llegaba a los pulmones.
─ Porque no quiero que la engañen tanto como me han engañado a mi. ─el Juez dirigió la vista hasta la mujer, confundido.
─ No quiero que mi hija vea a un pirata amable, a un príncipe que no le importa renunciar a su masculinidad, no quiero que crea en la magia. No quiero porque entonces verá que es solamente un truco. Que todo es mentira y que simplemente jugaban con ella. Con su inocencia.
No quiero que mi hija llegue a creer que su vida puede ser un cuento de hadas porque son todos mentira.
No voy a dejar que mi hija arruine su vida en un sitio como aquel.─ y antes de que nadie le diera permiso, y a punto de desbordar sus defensas, Raquel disculpó y salió de la sala, de aquellos juzgados y apretó el paso.
Sergio la siguió, sin dudar, apretando el paso. Cuando una mano tocó su brazo, Raquel se encogió, frenando sí, pero tan asustada como si le hubiera tocado un hierro ardiendo. Un acto reflejo que terminó de recordarle al hombre que era el mayor hijo de puta de toda la Tierra.
─Raquel, por favor.─pidió─ Tienes que escucharme.
La inspectora se apartó la dos lágrimas traidoras que le rodaron por las mejillas y se volvió, apuntándole con el dedo índice sobre el pecho dejando golpecitos.
─¿¡qué?! No. No, claro que no tengo, porque desde que te conozco solo has soltado mierda por esa boca que tienes, ¿me oyes? Y yo como una imbécil me la tragaba toda. Una de tras de otra, que si sueños, que si magia, vete a tomar por culo, Sergio, así de claro. ─Espetó.

La rabia era tal que se había reflejado en sus ojos y el hombre apenas fue capaz de retenerla.
─Raquel, no era mentira.─siguió, sin volver a tocarla, sabiendo que no podía reprocharle absolutamente nada de esa actitud.
Aquellas palabras solo la enfadaron más.
─Te quiero. Te quiero como no he querido a nadie. Me acerqué a ti porque mi hermano creía que conspirabas con Sierra para destruirnos, para usarme. ─ el bofetón que cruzó la cara del hombre resonó incluso.
Sergio se sujetó la cara, y aunque le había pillado de improviso se dijo que se lo merecía.
─No te atrevas. No te atrevas a decir eso otra vez, hijo de puta.─masculló la mujer, ya sin disimular las lágrimas que rodaban por sus mejillas.
─Sabes que es verdad. No se puede fingir lo que sentimos, y tu también lo sabes. Me quieres, te quiero. No puedes actuar así. ─le pidió, casi suplicó.
Raquel negó con la cabeza y explotó en una risa amarga, una muy ácida.
─¿Sabes qué? Que sí. Que te quiero, que me he enamorado como una cría idiota que bebe los vientos por cualquier famoso de revista. ─no titubeó ni un solo segundo y dejó otro para ver como el actor no seguía en absoluto su planteamiento.
Pero lo iba a entender.
─Pero no voy a seguir con esto, Sergio. No puedo empezar algo contigo sabiendo como ha empezado ya. No puedo ignorar que me has mentido, utilizado y que encima me he enterado por otros. Y yo, yO. Como una idiota pensando en lo contenta que se iba a poner mi hija el día que te viera conmigo de la mano. Planeando castillos en el aire como si no hubiera aprendido nada.
¿Sabes qué, Sergio?─Marquina no llegó a responder. Y ella se alejó un paso, limpiándose las lágrimas con la cabeza en alto.
─Yo no vuelvo a caer. Porque Alberto también empezó así. También me prometía una vida que parecía un sueño y mira como hemos terminado.
No voy a caer otra vez en toda esta historia. Lo siento, pero no puedo.─ y Raquel dio otro paso y después otro, marcando cada vez más una distancia que Sergio no iba a poder salvar.

Lo dejó allí, plantado, incapaz de mover un solo músculo hasta que desapareció de su vista. Minutos después, Andrés caminó desde la otra dirección con un aspecto firme y vigoroso. Casi exultante.
─¡HERMANITO!─celebró, abriendo los brazos.─ ¡LO CONSEGUIMOS! Hemos ganado.─dijo, mientras se echaba a sus brazos y le besaba en la mejilla.
Sergio dejó que lo abrazase y lo miró después, fingiendo una sonrisa que no le llenó.
No se sentía un ganador, en absoluto.